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1 de octubre de 2014

Dies Irae. Día de Ira.

Noviembre mes de efecto de la Llama de Amor--->
<---La Eternidad ó La Vida Etena


Dies Irae ("Día de ira") es un famoso himno latino del siglo XIII atribuido al franciscano Tomás de Celano (1200-1260), amigo y biógrafo de San Francisco de Asís. También se han considerado como posibles autores al Papa Gregorio Magno, San Bernardo de Claraval o los frailes dominicos Umbertus y Frangipani. Suele considerarse el mejor poema en latín medieval, y difiere del latín clásico tanto por su acentuación (no cuantitativa) como por sus líneas en rima.
El metro es trocaico. El poema describe el día del juicio, con la última trompeta llamando a los muertos ante el trono divino, donde los elegidos se salvarán y los condenados serán arrojados al infierno eterno. Este himno se usa como secuencia en la Misa de Réquiem del rito romano hasta 1970, pero no aparece en el Misal Romano de 1970.

El Dies irae fue –hasta no hace mucho– una de las cinco secuencias que "sobrevivieron" a la reforma del Concilio de Trento (1545-1563). Era la secuencia de la misa de Requiem (misa de difuntos) y resonó en las iglesias de rito romano hasta la reforma del Concilio Vaticano II (1962-1965).

En resumen. El Dies irae es la manifestación de Dios contra todos sus enemigos, contra todos aquellos que le negaron, que de forma poética explica la crudeza del día del juicio donde a golpe de trompeta las almas son llamadas ante la presencia de Dios. Las de los justos podrán contemplar la gloria del Todopoderoso, pero las de los condenados arderán en las penas del infierno. El texto es muy interesante, pero también es comprensible que se haya optado por eliminarlo de la liturgia eucarística.
Pero como expresan algunos exégetas comtemporáneos, de que sirve eliminarlo si este hecho ocurrirá de todos modos.

Este himno se escribió para ser cantado –como todos los himnos utilizados en la liturgia– y a lo largo de la historia ha sido interpretado de diversas formas, dependiendo de los estilos de cada época. Ahora ya no se escucha en las iglesias esta secuencia pero durante siglos, antes del Evangelio de la misa de difuntos se entonaba esta melodía sobrecogedora que expresa casi un llanto por no caer en la condena eterna y que cuando menciona la "trompeta" que llama a los difuntos de los sepulcros (tuba mirum spargens sonum...) eleva la tesitura del cantus con un brillo digno de una trompeta que llama al juicio.

Detrás del Dies irae existe una profunda teología sobre los "novísimos" que tanto en el medievo como en la reforma de Trento se hizo muy presente. Al hablar de "novísimos" nos referimos a un término clásico de la escatología cristiana que describe los estados del ser: muerte, juicio, infierno y gloria; el purgatorio sería un estado intermedio de purificación antes de entrar en la gloria.
Hoy quizás no se hable tanto en estos términos, pero es una realidad, del cual nadie puede escapar y tarde ó temprano todo ésto sucederá en cada ser humano.

LOS NOVÍSIMOS

Se llaman Novísimos a las cosas que acaecerán al ser humano al final de su vida, la muerte, el juicio, el destino eterno: el cielo o el infierno. La Iglesia invita a reflexionar sobre ellos en el mes de noviembre, tales hechos sucederán el ser humano tarde o temprano, por es San Josémaría Escrivá habla sobre el paso del tiempo en el ser humano.

Tengo que hablaros del tiempo, de este tiempo que se marcha. A los cristianos, la fugacidad del caminar terreno debería incitarnos a aprovechar mejor el tiempo, de ninguna manera a temer a Nuestro Señor, y mucho menos a mirar la muerte como un final desastroso.

Al pensar en esta realidad, entiendo muy bien aquella exclamación que San Pablo escribe a los de Corinto: tempus breve est!,
¡qué breve es la duración de nuestro paso por la tierra!
Estas palabras, para un cristiano coherente, suenan en lo más íntimo de su corazón como un reproche ante la falta de generosidad, y como una invitación constante para ser leal. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar.
No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno.

Inevitable

La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre... No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin.

Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno.

El tiempo es nuestro tesoro, el "dinero" para comprar la eternidad.

Sin miedo

¡No me hagas de la muerte una tragedia!, porque no lo es. Sólo a los hijos desamorados no les entusiasma el encuentro con sus padres.
Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo... Porque El ya sabe que le amas..., y de qué pasta estás hecho.
Si tú buscas a Dios, Él te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡pero tienes que buscarle!

Morir no, Vivir sí

La muerte, hijos míos, no es un paso desagradable. La muerte es una puerta que se nos abre al Amor, al Amor con mayúscula, a la felicidad, al descanso, a la alegría. No es el final, es el principio de nuestra verdadera vida. Para un cristiano morir no es morir; es vivir. Vivir con mayúscula.

Enfrentaos con la muerte. Dad la cara. Contad con ella; tiene que venir… ¿Por qué vas a tener miedo? Esconder la cabeza debajo del ala con miedo, con pánico ¿por qué? Señor, la muerte es la vida. Señor, la muerte para un cristiano es el descanso, y es el Amor y de ahí no salgo.

San Josemaría responde a Cómo afrontar el miedo a la muerte.

El verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios. Porque, en cada instante si lucha para vivir como hombre de Cristo, se encuentra preparado para cumplir su deber.

Cara a la muerte, ¡sereno! Así te quiero. No con el estoicismo frío del pagano; sino con el fervor del hijo de Dios, que sabe que la vida se muda, no se quita. ¿Morir?... No! ¡Vivir!, ¡Sí!.

La corona que vale la pena

Doctor en Derecho y en Filosofía, preparaba una oposición a cátedra, en la Universidad de Madrid. Dos carreras brillantes, realizadas con brillantez. Recibí un aviso suyo: estaba enfermo, y deseaba que fuera a verle. Llegué a la pensión, donde se hospedaba. "Padre, me muero", fue su saludo. Le animé, con cariño. Quiso hacer confesión general. Aquella noche falleció.
Un arquitecto y un médico me ayudaron a amortajarle. Y, a la vista de aquel cuerpo joven, que rápidamente comenzó a descomponerse..., coincidimos los tres en que las dos carreras universitarias no valían nada, comparadas con la carrera definitiva que, buen cristiano, acababa de coronar.

Todo se arregla, menos la muerte... Y la muerte lo arregla todo.

¿Qué son los Novísimos para la Iglesia Católica?

El cielo, la muerte, el purgatorio…

En los Libros Santos se llaman Novísimos a las cosas que sucederán al hombre al final de su vida, la muerte, el juicio, el destino eterno: el cielo o el infierno. La Iglesia los hace presentes de modo especial durante todo el mes de noviembre. A través de la liturgia, se invita a los cristianos a meditar sobre estas realidades que sucederán al ser humano.

1. ¿Qué hay después de la muerte? ¿Dios juzga a cada persona por su vida?

El Catecismo de la Iglesia católica enseña que «la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo» «Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo.
Bien a través de la purificación, el purgatorio, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, ó bien para condenarse inmediatamente para siempre en el infierno eterno».

En este sentido, San Juan de la Cruz habla del juicio particular de cada como diciendo que «a la tarde, te examinarán en el amor». Catecismo de la Iglesia Católica, 1021-1022

"Me hizo gracia que hable usted de la 'cuenta' que le pedirá Nuestro Señor a cada uno de vosotros. No, para ustedes Jesús no será Juez —en el sentido austero de la palabra— sino simplemente Jesús" el amigo fiel. —Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado a más de un corazón afligido, bien puede consolar el tuyo.

2. ¿Quiénes van al cielo? ¿Cómo es el cielo?

El cielo es "el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”. San Pablo escribe: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman" (1Cor 2, 9).

Después del juicio particular, los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados van al cielo.
Viven en Dios, lo ven tal cual es. Están para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, gozan de su felicidad, de su Bien, de la Verdad y de la Belleza de Dios. ¡Toda esta bienaventuranza es para siempre, jamás termnina!.

Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama el cielo. Es Cristo quien, por su muerte y Resurrección, nos ha “abierto el cielo”. Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los que llegan al cielo viven "en Él", aún más, encuentran allí su verdadera identidad. (Catecismo de la Iglesia católica, 1023-1026)

Mienten los hombres cuando dicen "para siempre" en cosas temporales. Sólo es verdad, con una verdad total, el "para siempre" de la eternidad. —Y así has de vivir tú, con una fe que te haga sentir sabores de miel, dulzuras de cielo, al pensar en esa eternidad, ¡que sí es para siempre!

Piensa qué grato es a Dios Nuestro Señor el incienso que en su honor se quema; piensa también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban... En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia...! Y sin empalago: te saciará sin saciar.

Si transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados —amar y alabar al Señor, y poseerle después en el Cielo—, los más brillantes intentos se tornan en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas.
Recordad la sincera y famosa exclamación de San Agustín, que había experimentado tantas amarguras mientras desconocía a Dios, y buscaba fuera de El la felicidad: ¡nos creaste, Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti!

En la vida espiritual, muchas veces hay que saber perder, cara a la tierra, para ganar en el Cielo. —Así se gana siempre.

3. ¿Qué es el purgatorio? ¿Es para siempre?

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.

Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.
La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.
(Catecismo de la Iglesia católica, 1030-1032).

No quieras hacer nada por ganar mérito, ni por miedo a las penas del purgatorio: todo, hasta lo más pequeño, desde ahora y para siempre, empéñate en hacerlo por dar gusto a Jesús.
El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse con El.

"Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas". —Luego, ¿el hombre pecador tiene su hora? —Sí..., ¡y Dios su eternidad!

4. ¿Existe el infierno?

Infierno significa permanecer separados de Dios –de nuestro Creador y nuestro fin- para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados del cielo es lo que se designa con la palabra infierno, porque no ver nunca más a Dios, no estar a su lado, ni gozar de todo lo bueno que Dios posee, es un verdadero infierno y es para toda la etenidad.

Morir en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios es elegir este tremendo fin para siempre.

La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno".
La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. La pena principal del infierno es «la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión:"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!;
y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):

(Catecismo de la Iglesia católica, 1033-1036)

No me olvidéis que resulta más cómodo —pero es un descamino— evitar a toda costa el sufrimiento, con la excusa de no disgustar al prójimo: frecuentemente, en esa inhibición se esconde una vergonzosa huida del propio dolor, ya que de ordinario no es agradable hacer una advertencia seria. Hijos míos, acordaos de que el infierno está lleno de bocas cerradas.

Un discípulo de Cristo nunca razonará así: "yo procuro ser bueno, y los demás, si quieren..., que se vayan al infierno".
Este comportamiento no es humano, ni es conforme con el amor de Dios, ni con la caridad que debemos al prójimo.

Sólo el infierno es castigo del pecado. La muerte y el juicio no son más que consecuencias, que no temen quienes viven en gracia de Dios.

5. ¿CUÁNDO SERÁ EL JUICIO FINAL? ¿EN QUÉ CONSISTIRÁ?

La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hech 24, 15), precederá al Juicio final.
Esta será "la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29).

Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32.

El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia.
Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último.

El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa sobre todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).

El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).

Catecismo de la Iglesia católica, 1038-1041

“Conozco a algunos que no tienen fuerzas ni para pedir socorro”, me dices disgustado y apenado. —No pases de largo; tu voluntad de salvarte y de salvarles puede ser el punto de partida de su conversión. Además, si recapacitas, advertirás que también a ti te tendieron la mano.

El mundo, el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer —que nada vale—, les entregues el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios, que son el precio y el tesoro de tu eternidad.

Por salvar al hombre, Señor, mueres en la Cruz; y, sin embargo, por el rechazo a la salvación, el hombre se condena a sí mismo a una eternidad infeliz de tormentos...: ¡cuánto te ofende el pecado Dios mío, y cuánto debo yo odiarlo!

Al final de los tiempos Dios ha prometido cielo nuevo y una tierra nueva ¿Qué debemos esperar?
La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).

Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el sacramento" (LG1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios. Ya no será herida por el pecado, las manchas, el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica de Dios será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.

"Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo.

Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39).

"No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39).

Catecismo de la Iglesia Católica, 1043-1049

Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es una conquista difícil:
nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par.
Sí queremos ganar el cielo, amemos mucho a Dios ayudando al prójimo en todo lo posible y en todo lo que esté a nuestro alcance,
invoquemos al Espíritu Santo que nos ayudará a que encontremos la forma de hacerlo, ya sea en forma corporal o espiritual.

En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día.
No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones.
Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. El tiempo es nuestro tesoro, el "dinero que necesitamos" para comprar la eternidad.

Recordemos que el amor al prójimo es la forma más perfecta para manifestar la gloria de Dios.

¿Qué haremos en favor del prójimo?

En Romanos 12: 6-8 nos dice:
Tenemos dones diferentes, según la gracia que Dios ha dado a cada uno. Si hemos recibido el don de la profecía, hablemos según el don recibido; si hemos recibido la capacidad para prestar algún servicio, hay que servir; el que ha recibido el don de enseñar, que enseñe; el que ha recibido el don de aconsejar, que dé consejos; quien ha recibido el don de socorrer a los necesitados, que lo haga con alegría; si tienes el don del mando, que se preocupe de hacerlo bien; si tienes el don de distribuir que dé sin medidas.

También está el don de la oración; quien tenga este don que rece por todos sin distinción, de cualquier manera se puede ayudar al prójimo, basta hacerlo con dedicación y amor a Dios.

¿CUÁL ES COMPRENSIÓN BIBLICA DE LA IRA DE DIOS?"

La respuesta a la ira es definida como “la respuesta emocional a la percepción del mal y la injusticia en el mundo,” con frecuencia traducido como “enojo”, “indignación”, “cólera”, “irritación”, "venganza". Tanto los humanos como Dios expresan la ira.
Pero hay una gran diferencia entre la ira de Dios y la ira del hombre. La ira de Dios es santa y siempre es justa y tiene su razón ampliamente justificada; la ira del hombre nunca es santa, es vengativa y rara vez justificada.

La ira de Dios es Santa y perfecta porque hace verdadera justicia, en contraste, la ira del humano es imperfecta sólo tiende a la venganza, a dañar y a destruir.

En el Antiguo Testamento, la ira de Dios es una divina respuesta al pecado y la desobediencia del hombre. La idolatría era con frecuencia la causa de la ira divina. El Salmo 78:56-66 describe la idolatría de Israel. La ira de Dios es consistentemente dirigida hacia aquellos que no siguen Su voluntad (Deuteronomio 1:26-46; Josué 7:1; Salmo 2:1-6).

Los profetas del Antiguo Testamento, a menudo escribían acerca de un día en el futuro, el “día de la ira” (Sofonías 1:14-15).
La ira de Dios contra el pecado y la desobediencia es perfectamente justificada porque Su plan para la humanidad es santo y perfecto, así como Dios Mismo es santo y perfecto. Dios proporcionó un camino para ganar el favor divino –el arrepentimiento – el cual aleja la ira de Dios sobre el pecador. Rechazar ese plan perfecto es rechazar el amor, la misericordia, la gracia y el favor de Dios e incurrir en Su justa ira.

En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús apoyan el concepto de Dios como un Dios de ira que juzga el pecado.
La historia del hombre rico y Lázaro, habla del juicio de Dios y las serias consecuencias para el pecador no arrepentido (Lucas 16:19-31).

Jesús dijo en Juan 3:36 que, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.”

El que cree en el Hijo de Dios no sufrirá la ira de Dios por su pecado, porque el Hijo llevó en Él la ira de Dios cuando murió en la cruz en nuestro lugar (Romanos 5:6-11). Aquellos que no creen en el Hijo de Dios, quienes no lo reciben como Salvador, serán juzgados en el día de la ira de Dios (Romanos 2:5-6).

Por el contrario, en Romanos 12:19; Efesios 4:26 y Colosenses 3:8-10, se advierte sobre la ira humana.
Sólo Dios puede vengarse porque Su venganza es perfecta y santa, mientras que la ira del hombre es pecaminosa, exponiéndose a la influencia de satanás.

Para el cristiano, el enojo y la ira son inconsistentes con nuestra nueva naturaleza, la cual es la naturaleza de Cristo Mismo (2 Corintios 5:17). Para comprender lo que es la libertad del dominio de la ira, el creyente necesita que el Espíritu Santo santifique y limpie su corazón de sentimientos de ira y enojo.

Romanos 8 muestra la victoria sobre el pecado en la vida de aquel que está viviendo en el Espíritu (Romanos 8:5-8). Filipenses 4:4-7 nos dice que la mente controlada por el Espíritu está llena de paz.

La ira de Dios es algo temible y aterrador con sólo pensarlo estremece todos los huesos. Sólo aquellos que han estado cubiertos por la sangre de Cristo, derramada por nosotros en la cruz, pueden estar seguros de que la ira de Dios nunca caerá sobre ellos.
“Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por Él seremos salvos de la ira de Dios.” (Romanos 5:9).

DIES IRAE, HECHO MÚSICA.

La inspiración para este himno parece venir de la Vulgata latina en su traducción de Sofonías I:15–16: Es interesante en la primera estrofa la mención de la Sibila, que adquiere un carácter profético, anunciador del fin del mundo junto con el profeta David.
El prestigio de las sibilas en el mundo católico parece deberse a su aparición (concretamente de la Sibila de Cumas) en la Egloga IV de Virgilio, tan apreciada por autores católicos de los primeros siglos. Es importante prestar atención a la letra.

DIE IRAE

Día de la ira, aquel día
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
La trompeta, esparciendo un sonido admirable
por los sepulcros de todos los reinos
reunirá a todos ante el trono.

La muerte y la Naturaleza se asombrarán,
cuando resucite la criatura
para que responda ante su juez.
Aparecerá el libro escrito
en que se contiene todo
y con el que se juzgará al mundo.

Así, cuando el juez se siente
lo escondido se mostrará
y no habrá nada sin castigo.
¿Qué diré yo entonces, pobre de mí?
¿A qué protector rogaré
cuando apenas el justo esté seguro?
Rey de tremenda majestad
tú que, salvas gratuitamente a los que hay que salvar,
sálvame, fuente de piedad.

Acuérdate, piadoso Jesús
de que soy la causa de tu calvario;
no me pierdas en este día.
Buscándome, te sentaste agotado
me redimiste sufriendo en la cruz
no sean vanos tantos trabajos.

Justo juez de venganza
concédeme el regalo del perdón
antes del día del juicio.
Grito, como un reo;
la culpa enrojece mi rostro.
Perdona, Señor, a este suplicante.

Tú, que absolviste a Magdalena
y escuchaste la súplica del ladrón,
me diste a mí también esperanza.
Mis plegarias no son dignas,
pero tú, al ser bueno, actúa con bondad
para que no arda en el fuego eterno.

Colócame entre tu rebaño
y sepárame de los machos cabríos
situándome a tu derecha.
Confundidos los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos.
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazón acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.

Día de lágrimas será aquel renombrado día
en que resucitará, del polvo
para el juicio, el hombre culpable.
A ese, pues, perdónalo, oh Dios.
Señor de piedad, Jesús,
concédeles el descanso. Amén.





"MÍA ES LA VENGANZA, YO PAGARÉ, DICE EL SEÑOR"

No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está:
Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer;
si tiene sed, dale de beber; pues haciendo esto, amontonarás brasas ardientes sobre su cabeza. No seas partícipe de lo malo, sino vence al mal con el bien.

En Mateo 8, 28-29 vemos; Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino.
Y comenzaron a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?"

Aquí los endemoniados saben perfectamente quien es Jesús, saben de su poder y hablan del tormento que sufrirán en el día de la Ira de Dios, ése día será tan terrible que los sufrimientos que les esperan hacen que le pregunten a Jesús; ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?.

El día de la ira de Dios, no sólo los demonios, sino también satanás y las almas de los humanos condenadas sufrirán la terrible ira de Dios. Esta ira no es venganza solamente sino verdadera justicia sobre todos los hacedores del mal, los que desobedecieron a Dios, todos los que rechazaron a Jesús como único Salvador del mundo, todos los que se burlaron de sus leyes y de su iglesia, todos los que pecan sin arrepentirse ni pedir perdón y todos los que siguen a satanás, sufrirán irremediablemente la ira de Dios.

Jesús siendo Dios bajó a este mundo, sufrió terriblemente en la cruz y murió para que todos sean salvos, para que el humano tenga vida eterna en su nombre, sin embargo hay muchos que lo rechazan y que no creen que el es el Hijo de Dios, se mofan e insultan al único que puede darles la salvación de sus almas, es una obligación de todos nosotros rezar insistentemente a Dios para que cambie sus pensamientos y ablande sus corazones, para que oigan el llamado de Dios y crean en Jesús.

Recemos más que nunca por todos los seres humanos sin distinción, por toda la humanidad perdida y alejada de Dios. Por los pecadores; por la conversión de todos los pecadores. Para que la Santísima Virgen María con su poder le arranque almas al demonio especialmente las más empedernidas, las que están más próximas de ir al infierno. Amén, amén, amén.