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1 de abril de 2011

Tercera Verdad: El hombre necesita de una religión.

Cuarta Verdad: La Religión Cristiana es la única Religión Divina.--->
<---Segunda Verdad: Tenemos un Alma.



Del Libro: La Religión Demostrada. Fundamentos de la fe Católica ante la razón y la ciencia. P. A. Hillaire; Ex profesor del Seminario Mayor de Mende Superior de los Misioneros del Sagrado Corazón.

La religión es necesaria al hombre. – No hay más que una religión verdadera y buena. – La verdadera religión ha sido revelada por Dios.
– Señales por la cuales se la puede conocer.

¿A qué nos obliga el conocimiento de Dios y del hombre?

Este conocimiento nos obliga a practicar la religión, que une al hombre con Dios como a su principio y último fin.
Conocemos a Dios y al hombre: a Dios, con sus atributos infinitos, con su Providencia que todo lo gobierna;
al hombre, criatura de Dios, con su alma espiritual, libre e inmortal.

De ahí resultan las relaciones naturales, esenciales y obligatorias del hombre para con Dios. Estas relaciones constituyen la religión.

¿Qué es la religión?

La religión es el lazo que une al hombre con Dios. Este lazo se compone de deberes que el hombre debe llenar para con el Ser Supremo, su Creador, su Bienhechor y su Señor.
Estos deberes contienen verdades que creer, preceptos que practicar, un culto que tributar a Dios.

Se define la religión:

el conjunto de deberes del hombre para con Dios.
La palabra religión viene, según unos, de religare, ligar fuertemente;
según otros, de, reeligere a Dios; es decir, que el hombre debe ligarse libremente a Dios como a su principio, y debe elegir a Dios como a su último fin.

Así como entre los padres y los hijos existen lazos o relaciones naturales y sagradas, del mismo modo existen entre Dios Creador y Padre del hombre, y el hombre criatura e hijo de Dios.
El lazo que une al hombre con Dios es más fuerte que aquel que une al hijo con el padre.
¿Por qué?
Porque nosotros debemos mucho más a Dios de lo que debe un hijo a su padre.
Dios es nuestro creador y nuestro último fin, no así nuestros padres.
Así, nuestros deberes para con Dios son mucho más santos que los de los hijos para con los padres.
La religión, considerada en cuanto que reside en el alma, es una virtud que nos lleva a cumplir nuestros deberes con Dios, a rendirle el culto que le debemos. Considerada en su objeto, encierra las verdades que hay que creer, los preceptos que hay que practicar, y el culto, es decir, la veneración, el respeto, el homenaje que debemos rendir a nuestro Creador.

Se distinguen dos religiones:
la religión natural y la sobrenatural o revelada.

La primera es la que se conoce por las luces naturales de la razón y se funda en las relaciones necesarias entre el Creador y la criatura.
Esta religión natural obliga absolutamente a todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares, porque ella dimana de la naturaleza de Dios y de la naturaleza del hombre.
Encierra en sí las verdades y preceptos que el hombre puede conocer por la razón, aunque, de hecho, los haya conocido por la revelación: la existencia de Dios, la espiritualidad, la libertad e inmortalidad del alma, los primeros principios de la ley natural, la existencia de una vida futura, sus recompensas o castigos.

La religión sobrenatural o revelada es aquella que Dios ha hecho conocer al hombre desde el origen del mundo.
El Creador impuso al primer hombre verdades que creer, como el destino sobrenatural del hombre, la necesidad de la gracia para llegar a este fin sublime, la esperanza de un Redentor..., y deberes positivos que cumplir, como el descanso del sábado, la ofrenda de sacrificios, etc.

Ante todo, vamos a probar que, aun cuando no existiera la religión revelada, la sola naturaleza del hombree y las relaciones esenciales que lo unen al Creador le imponen una religión al menos natural.
Veremos después que el hombre está obligado a abrazar la religión revelada.

Tenemos pues, que tratar seis cuestiones:

I.- Necesidad de una religión.
II.- Naturaleza de la religión.
III.- Futilidad de los pretextos aducidos por los indiferentes.
IV.- No hay más que una religión buena.
V.- La religión buena es la que Dios ha revelado.
VI.- Señales o notas de la verdadera religión.


I. Necesidad de una religión

a) Es un deber para el hombre

La religión, ¿es necesaria al hombre?


Sí; porque está fundada sobre la naturaleza de Dios y sobre la naturaleza del hombre, y se basa en las relaciones necesarias entre Dios y el hombre.
Imponer una religión es derecho de Dios; practicarla es deber del hombre.

Dios es el Creador, el hombre debe adorarle.
Dios es el Señor, el hombre debe servirle.
Dios es el Bienhechor, el hombre debe darle gracias.
Dios es el Padre, el hombre debe amarle.
Dios es el Legislador, el hombre debe guardar sus leyes.
Dios es la fuente de todo bien, el hombre debe dirigirle sus plegarias.


Todos estos deberes del hombre para con Dios son necesarios y obligatorios, y el conjunto de todos ellos constituyen la religión.
Luego, la religión es necesaria.

Dios es el Creador, el hombre debe adorarle.

Dios es el Creador del hombre: le sacó todo entero de la nada, y conserva su existencia.
Y en realidad, el hombre tiende hacia la nada, como una piedra que cae hacia el centro de la tierra, y a cada instante caería en la nada si la mano de Dios no le sostuviera.
El hombre, sin el concurso de Dios, no puede hacer cosa alguna, porque los seres creados no pueden obrar sin el concurso de la Causa primera.
Por consiguiente, el hombre, en todo su ser y en todas sus acciones, depende de Dios su Creador y su Señor.

Ser creado y ser independiente, es quimérico y contradictorio.
El hombre, criatura inteligente, conoce esta dependencia; criatura libre, debe proclamarla. Cuando la proclama, adora a Dios.
La palabra adorar significa rendir el culto supremo, el honor soberano, que consiste en reconocer en Dios la más alta soberanía y en nosotros la más alta dependencia.

La ley natural nos dice:
Puesto que Dios es tu Creador, tu Señor y tu Dueño, debes reconocer su majestad suprema y su dominio soberano; debes arrodillarte en su presencia, y humillarte como su más rendido servidor y su más humilde criatura.
Adorar a Dios es, pues, el primer deber del hombre.


Dios es el Señor, el hombre debe servirle.

El artista es el dueño, el propietario de su obra. Ahora bien, la propiedad fructifica para su dueño; el siervo, por consiguiente, debe servir a su dueño; el siervo, por consiguiente, debe servir a su dueño según sus facultades.
Estas son verdades incontrastables y admitidas por todos.

Dios es el Señor y Dueño del hombre por un título superior a todos los títulos de propiedad, por el título de Creador.
El hombre nada tiene que no haya recibido de Dios; luego, debe emplear todas sus facultades en el servicio y para la gloria de su Señor.
Debe emplear su inteligencia en conocer a Dios y sus perfecciones, su corazón en amarle, su voluntad en obedecerle, su cuerpo en servirle; finalmente, todo su ser en procurar su gloria. Servir a Dios es, pues, un gran deber para el hombre.

Dios es el bienhechor, el hombre debe darle gracias.

Es cosa por todos admitida que, con relación a un bienhechor, la gratitud es un deber, la ingratitud un crimen.
Dios es el bienhechor soberano del hombre; todo en nosotros es un favor de Dios, todo lo recibimos de El: cuerpo, alma, vida.

Fuera de nosotros, también todo es favor de Dios: el pan que nos alimenta, el agua que apaga nuestra sed, el vestido que nos cubre, la luz que nos ilumina, el aire que nos hace vivir, en fin, todas las cosas que nos sirven.
Luego debemos a Dios el tributo de nuestra gratitud.
Este en un deber riguroso para todo el mundo.

Dios es el Padre, el hombre debe amarle.

En la familia, el hijo debe a su padre respeto, sumisión y amor; es un deber innegable.
Y ¿Por qué el hijo está obligado a honrar así al padre?
¿Acaso porque el padre es rico?
No. ¿Porque es sabio?

No… Aunque sea pobre, ignorante, enfermo, tiene siempre derecho a la veneración y al amor de su hijo, por el solo motivo de ser su padre.

Ahora bien, Dios es para nosotros más que un padre y una madre.
Dios ha modelado con sus manos divinas el cuerpo del hombre; le ha dado el alma y la vida: cada día vela por él, y le colma de los beneficios de su Providencia.
Luego es un deber del hombre amar a su Padre celestial.
El hijo que olvida los deberes que tiene para con su padre es un hijo desnaturalizado, un ser degradado, un monstruo de ingratitud.

¿Qué diremos entonces del hombre que olvida sus deberes para con Dios, su Bienhechor y su Padre?

Dios es el legislador, el hombre debe obedecer sus leyes.

Nadie puede negar la existencia de la ley natural que Dios impone al hombre como consecuencia de la naturaleza que le ha dado; esta ley natural está escrita en el corazón de todo hombre por la mano de Dios mismo, de modo que nosotros tenemos en nuestro interior una voz, la voz de la conciencia, que nos hace conocer las prescripciones de esta ley divina.
Si el hombre no sigue los principios de moralidad grabados en su conciencia, se hace culpable ante el soberano Legislador.
Dios, infinitamente justo y santo, debe castigarle.
Por consiguiente, el hombre que ha violado la ley de Dios, debe hacer penitencia, bajo pena de caer en manos de un juez inexorable.
De ahí la obligación para el hombre de satisfacer a la justicia divina y ofrecer a Dios expiaciones por sus faltas.

Dios es la fuente de todos los bienes, el hombre debe elevar a El sus plegarias.

Dios es el océano infinito de todo bien y el libre dispensador de todos los dones; y, al contrario, el hombre no posee nada por sí mismo, y debe, por lo tanto, pedírselo todo a Dios.
En este mundo, el pobre suplica al rico, el enfermo al médico, el ignorante al sabio y el criminal al Jefe del Estado.
Pero Dios es el rico, y el hombre, el pobre; Dios es el médico y el hombre el enfermo; Dios es el sabio y el hombre el ignorante;
Dios es el soberano y el hombre el culpable. De ahí para el hombre el gran deber de la oración; es de necesidad absoluta.

Así la adoración, la sumisión, la gratitud, el amor, la expiación, la oración son los principales deberes del hombre, deberes que dimanan de la naturaleza de Dios y de sus relaciones con nosotros.
Todos estos deberes son obligatorios, necesarios, y forman los actos esenciales de la religión.
Luego la religión es obligatoria y necesaria.

Dios tiene derecho a estos diversos homenajes de parte del hombre, y los exige, porque El lo ha creado todo para su gloria; y son precisamente los seres inteligentes y libres los encargados de adorarle, de amarle, de darle gracias, de alabarle en su nombre y en el de toda la creación.

¿Necesita Dios de los homenajes de los hombres?

Dios nada necesita, se basta plenamente a sí mismo y nuestros homenajes no le hacen más perfecto ni más feliz.
Pero Dios nos ha dotado de inteligencia y de amor, para ser conocido y amado por nosotros; tal es el fin de nuestra creación.
La religión es, pues, un deber de estricta justicia; el hombre está obligado a practicar la religión para respetar los derechos de Dios y obtener así su último fin.

Indudablemente, Dios no necesita de nuestro culto. Esta palabra necesidad no puede ser empleada sino con relación a las criaturas, jamás con relación a Dios.
Pero ¿necesita Dios crearnos?
¿Necesita conservarnos?
¿Nuestra existencia le hace más feliz?...

Si, pues, Dios nos ha creado, si nos conserva, aunque no necesite de nosotros,
no debemos apreciar lo que nos pide por el provecho que le resulta.

El ser necesario, siendo necesariamente todo lo que es y todo lo que puede ser, se basta a sí mismo.
Pero es necesario determinar lo que debemos a Dios, tomando como punto de partida lo que piden nuestras relaciones esenciales con El.

– Dios no necesita, necesariamente, que honremos y amemos a nuestros padres; sin embargo, lo manda porque los deberes de los hijos nacen de las relaciones que los ligan con sus padres.

– Dios no precisa que nosotros respetemos las reglas de la justicia; sin embargo lo manda porque estas reglas están fundadas sobre nuestras relaciones con nuestros semejantes.

– Así, aun cuando Dios no necesite de nuestros homenajes, los demanda porque son la expresión de las relaciones del hombre con Dios.
La religión quiere que seamos religiosos para con Dios, como la moral quiere que seamos justos para con los hombres.

A todo derecho corresponde un deber: a los derechos de Dios corresponden los deberes de los hombres. Los derechos de Dios sobre el hombre son evidentes, eternos, imprescriptibles, más que los derechos de un padre sobre su hijo; luego, tales son los deberes del hombre para con Dios.
La religión es para nosotros un deber de justicia, que hay que llenar so pena de violar los derechos esenciales de Dios.

¿Puede Dios dispensar de la religión al hombre?

No; porque Dios no puede renunciar a sus derechos de Creador, de Señor, de fin último.
Así como el padre no puede dispensar a sus hijos del respeto, de la sumisión y del amor que le deben, así tampoco puede Dios dispensarnos de practicar la religión.
Dios, sabiduría infinita y justicia suprema, debe necesariamente prescribir el orden.
Pero el orden requiere que los seres inferiores estén subordinados al Ser supremo, que las criaturas glorifiquen a su Creador, cada una conforme a su naturaleza.
Luego el orden requiere que el hombre inteligente y libre rinda a Dios:

1º, el homenaje de su dependencia, porque El es su Creador y su Señor;

2º, el homenaje de su gratitud, porque El es su bienhechor;

3º, el homenaje de su amor, porque El es su Padre y su Soberano Bien;

4º el homenaje de sus expiaciones, porque El es su legislador y su juez;

5º el homenaje de su oraciones, porque El es la fuente y el océano infinito de todos los bienes.


Dios no puede renunciar a este derecho esencial de exigir nuestros homenajes, porque no sería Dios, ya que no amaría el orden y la justicia.
Dios podía no crearnos, pero desde el momento que somos la obra de sus manos, su dominio de nosotros es inalienable.

Nosotros debemos emplear nuestra inteligencia en reconocer su soberano dominio; nuestra voluntad, en obedecer sus santas leyes;
nuestro corazón, en amarle sobre todas las cosas, y en dirigir nuestra vida hacia El, puesto que es nuestro fin último.

b) La religión es necesaria al hombre.

¿Puede el hombre ser feliz sin religión?


No; sin religión el hombre no puede ser feliz ni en este mundo ni en el otro.
El hombre no es feliz en este mundo sino cuando sus facultades están plenamente satisfechas: es así que sólo la religión puede dar tranquilidad al espíritu, paz al corazón, rectitud y fuerza a la voluntad.
Luego sin religión el hombre no puede ser feliz en este mundo.
No puede serlo en la vida futura, porque sin religión no puede alcanzar la felicidad, que es la posesión de Dios, Soberano Bien.

Así, todo lo que la religión pide al hombre para conducirle a la felicidad eterna, es el permiso de hacerle feliz en la tierra.
El hombre ha nacido para ser bienaventurado, y aspira, natural e irresistiblemente a la felicidad como a su fin último.
Pero el hombre ha recibido de su Creador la facultad de conocer, de amar y de obrar: la facultad de amar al Bien supremo, que es el objeto de su corazón; la facultad de obrar, es decir, de aspirar libremente a conseguir la verdad y el Bien supremo, que debe ser el trabajo de su voluntad libre.

1º La inteligencia necesita de la verdad y de la verdad en entera:
las partículas de verdad esparcidas por las criaturas no pueden bastarle; necesita de la verdad infinita, que sólo se halla en Dios. Luego, ante todas las cosas, la inteligencia necesita del conocimiento de Dios, su principio y su fin.

Pero como la religión es la única que ofrece soluciones claras, precisas y plenamente satisfactorias a todas las cuestiones que el hombre no puede ignorar, debemos concluir que la religión es necesaria.
Por eso todos los sabios, verdaderamente dignos de tal nombre, se han mostrado profundamente religiosos. La frase de Bacon será siempre la expresión de la verdad: Poca ciencia aleja de la religión, mucha ciencia lleva a ella.

2º El corazón del hombre necesita del amor de Dios, porque ha sido hecho para Dios, y no puede hallar reposo ni felicidad sino amando a Dios, su Bien supremo.
Ni el oro, ni los placeres, ni la gloria podrán jamás satisfacer el corazón del hombre:
sus deseos son tan vastos, que no bastan a llenarlos todas las cosas finitas y pasajeras.
Por eso todos los santos, todos los corazones nobles, todos los hombre hallan en la religión una alegría, una plenitud de contento que no podrán dar jamás todos los placeres de los sentidos y todas las alegrías del mundo.

3º La voluntad del hombre necesita de una regla segura para dirigirse hacia el bien y de motivos capaces de sostener su valor frente a las pasiones que hay que vencer, a los deberes que hay que cumplir, a los sacrificios que hay que hacer.
Pues bien: sólo la religión puede dar a la voluntad esta firmeza, esta energía soberana, mostrándole a Dios como al remunerador de la virtud y castigador del crimen. A no ser por el freno saludable del temor de Dios, el hombre se abandonaría a todas las pasiones y se precipitaría en un abismo de miserias…

Finalmente, la religión nos proporciona en la oración un consuelo, en la esperanza un remedio, en el amor de Dios una santa alegría, en la resignación un socorro y una fuerza; y además, nos hace entrever después de esta vida, una felicidad completa y sin fin.
El hombre religioso es siempre el más consolado.
El hombre sin religión es, no solamente un gran criminal para con Dios, sino también un gran desgraciado, aun en este mundo.

Es evidente que será más desgraciado todavía en la vida futura, porque sin la práctica de la religión no se puede alcanzar el bien supremo, que es la posesión de Dios.

c) La religión es necesaria a la sociedad.

¿Es necesaria la religión a la sociedad?


La religión es absolutamente necesaria al hombre para vivir en sociedad con sus semejantes.
La sociedad necesita:

1º En los superiores que gobiernan, justicia y pronta disposición a servir y favorecer a los demás.

2º En los súbditos, obediencia a las leyes.

3º En todos los asociados, virtudes sociales.

Ahora bien, sólo la religión puede inspirar: a los superiores la justicia y la disposición a sacrificarse en bien de los súbditos; a éstos, el respeto al poder y la obediencia; a todos, las virtudes sociales, la justicia, la caridad, la unión, la concordancia y el espíritu de sacrificio por el bien de los demás. Luego la religión es necesaria a la sociedad.

El fundamento, la base de toda sociedad, es el derecho de mandar en aquellos que gobiernan, y el deber de obedecer en aquellos que son subordinados.

¿De dónde viene ese derecho de mandar, que constituye la autoridad social?

No puede venir del hombre, aun tomado colectivamente, puesto que todos los hombres son iguales por naturaleza, nadie es superior a sus semejantes.
Este derecho no puede venir sino de Dios que, creando al hombre sociable, ha creado de hecho la sociedad.
Luego para justificar este derecho, hay que remontarse hasta Dios, autoridad suprema, de la cual dimana toda autoridad.

1º Las autoridades deben ser justas y estar consagradas al bien público.

La sociedad necesita de buenas autoridades que gobiernen con justicia, que se den por entero a procurar la felicidad de sus súbditos y sean para ellos verdaderos padres de familia.
Ahora bien, gobernantes sin religión no pueden procurar la felicidad de los pueblos, como reconoce el mismo Voltaire:
“Yo no quisiera, decía, tener que ver con un príncipe ateo, que hallara su interés en hacerme machacar en un mortero; estaría seguro de ser machacado…”
y añade: “Sí el mundo fuera gobernado por ateos, sería lo mismo que hallarse bajo el imperio de los espíritus infernales que nos pintan cebándose en sus víctimas”.

La religión, en cambio, enseña a los que tienen en sus manos el poder, que ellos son los ministros de Dios para el bien de los hombres sus hermanos; les enseña que la autoridad es un depósito del que rendirán cuenta al juez supremo.

¿Este no es soberanamente eficaz para obligar a las autoridades a practicar la justicia y consagrarse a la felicidad de sus pueblos?

2º Los súbditos deben respeto y obediencia a la autoridad.

El espíritu de revuelta y de insurrección es incompatible con la tranquilidad y la felicidad de los pueblos. Los súbditos sin religión estarán siempre prontos para hacer revoluciones, y no retrocederán ante ningún crimen, con tal de satisfacer sus apetitos: testigos, los anarquistas modernos.
Sólo la religión muestra en el poder legítimo una autoridad establecida por Dios: sólo ella enseña de una manera eficaz el respeto y la obediencia; sólo ella ennoblece la sumisión y nos enseña que el legislador ha recibido de Dios su poder y que los súbditos están obligados a obedecer las leyes justas y honestas como a Dios mismo. Dando a Dios lo que es de Dios, los súbditos aprenden a dar al César lo que es del César.

3º Todos necesitan de las virtudes sociales.

Los derechos y bienes de cada uno, la propiedad, el honor, la vida, deben ser respetados. No puede existir la felicidad donde priva el robo, la calumnia, el homicidio…
Pero es imposible obtener de un pueblo sin religión el respeto a los derechos y bienes de todos los asociados. La única ley del hombre sin religión es sufrir lo menos posible y gozar de todo lo que pueda.
Este hombre estará, por consiguiente, siempre pronto a robar, calumniar, matar, si su interés personal se lo aconseja.

Y, ¿qué seguridad, qué felicidad puede esperar entonces la sociedad con semejantes ciudadanos?
“El hombre sin religión es un animal salvaje, que no siente su fuerza sino cuando muerde y devora”. – MONTESQUIEU.

La moral sin Dios, la moral independiente, es una moral sin base y sin cumbre, una moral quimérica, que carece de fuerza obligatoria y de sanción eficaz.
Dios debe ser la base y fundamento de la moral. Por eso la moral sin religión es una justicia sin tribunales, es decir, nula.
Cuando la conciencia no está dirigida por el temor y el amor de Dios, no tiene más norma que sus pasiones, sus deseos, sus caprichos, sin más móvil que el antojo, el egoísmo, la astucia, el fraude.

Es pues, manifiesto que sin Dios no hay virtudes sociales. El mismo incrédulo Rousseau lo confiesa:
“Yo no acierto a comprender cómo se puede ser virtuoso sin religión; he profesado durante mucho tiempo esta falsa opinión, de la que me he desengañado”.
No se halla heroísmo y la abnegación sino en la religión que los inspira.

CONCLUSIÓN.

– “Si la religión es necesaria a la sociedad, ésta debe, como el individuo, reconocer, mediante un culto público y solemne, el soberano dominio de Dios; tanto más cuanto que, particularmente por medio de sus ceremonias religiosas, eleva los pensamientos, depura los sentimientos del pueblo y lo mejora.
Era menester llegar a nuestros tiempos para hallar hombres que piden la separación de la Iglesia y del Estado;
esta concepción es un producto del ateísmo moderno”. – GUYOT.

d) La experiencia prueba la necesidad de la religión.

Además de lo dicho, podemos acudir en este punto a las lecciones de la experiencia. Las ciudades y las naciones más religiosas han sido siempre las más tranquilas y florecientes.
“En todas las edades de la historia, dice Le Play, se ha notado que los pueblos penetrados de las más firmes creencias en Dios y en la vida futura se han elevado rápidamente sobre los otros, así por la virtud y el talento como por el poderío y la riqueza”.
Los crímenes se multiplican en una nación a medida que la religión disminuye.
Por esto, los que tratan de destruir la religión en un pueblo son los peores enemigos de la sociedad, cuyos fundamentos socavan.
“Sería más fácil construir una ciudad en los aires, que construir una sociedad sin templos, sin altares, sin Dios”. PLUTARCO.

– “Aquél que destruye la religión, destruye los fundamentos de toda sociedad humana, porque si religión no hay sociedad posible”. PLATON.

MAQUIAVELO ha dicho con razón: “La adhesión a la religión es la garantía más segura de la grandeza de un Estado; el desprecio de la religión es la causa más cierta de su decadencia.
Si nuestro siglo está bamboleando, si el mundo está amenazado de muerte, no hay que buscar el origen de este mal sino en la falta de religión.
La vieja sociedad pereció, porque Dios no ha entrado todavía en ella”.

La revolución, al reconquistar la sociedad sobre bases nuevas, ha olvidado que Dios debía ser la piedra angular del edificio: y en ese olvido está la fuente del mal.
Ni cambios políticos ni revoluciones conseguirán nada.
No hay más que un remedio: restablecer sobre los derechos de los hombres, los derechos de Dios; reconocer, de una vez para siempre que si el hombre es el rey de la creación, no es su creador.
A este precio únicamente se puede conseguir la salvación. Privado de Dios, el edificio social no puede permanecer mucho tiempo en pie.

Devolved, pues, la religión a la sociedad, vosotros a quienes están confiados sus destinos, si queréis que viva. En vez de tratar a la religión como enemiga, sabed que ella es vuestro auxilio indispensable, y que el primer deber de todo gobernante, es el profesar, proteger y defender la religión.

Napoleón I, que había visto de cerca al hombre sin religión, decía:
“A ese hombre no se le gobierna, se le ametralla. ¡Ah!, ¡Vosotros queréis que ese hombre salga de mis colegios!... No, no; para formar al hombre yo pondré a Dios conmigo”.
En otra ocasión decía: “Sin religión, los hombres se degollarán por cualquier insignificancia”.

¿Han reconocido todos los pueblos la necesidad de la religión?

Sí; y lo prueba la existencia de templos y altares en todos los tiempos y en todos los pueblos.
Así como las escuelas demuestran que los pueblos han reconocido la necesidad de la instrucción, y los tribunales la de la justicia, así los templos y los altares demuestran que han reconocido la necesidad de la religión.

Así como es imposible hallar un pueblo que no conozca la existencia de un Dios, también lo es hallar uno que no le honre. “Jamás se fundó un Estado sin religión, y si lo encontráis, estad seguros de que no se diferencia de las bestias”.- Hume.


II. Naturaleza de la religión

Culto interno, externo y público

¿Cuáles son los elementos esenciales de toda religión?

Hay tres elementos esenciales que integran el fondo de toda religión.
Todas tienen verdades que creer, leyes que guardar y un culto que rendir a Dios. Tres palabras expresan estos tres elementos: dogma, moral y culto.

La religión es el conjunto de los deberes del hombre para con Dios.
El hombre debe a su Creador el homenaje de sus diferentes facultades.
Debe emplear su inteligencia en conocerle, su voluntad, en conservar sus leyes, su corazón y su cuerpo, en honrarle con un culto conveniente.
Tal es la razón íntima de estos tres elementos esenciales de toda religión.

¿Cómo manifiesta el hombre su religión?

Las relaciones del hombre con Dios deben traducirse por sentimientos interiores y por actos exteriores, que toman el nombre de culto.
El culto es el homenaje que una criatura rinde a Dios. Consiste en el cumplimiento de todos sus deberes religiosos.

Hay tres clases de cultos:
el culto interno, el externo y el público o social.
Estos tres cultos son necesarios.
La religión no es una ciencia puramente teórica; no basta reconocer la grandeza de Dios y los lazos que nos unen a El: debe haber, de parte del hombre, un homenaje real de adoración, de respeto y de amor hacia Dios: eso es el culto.

Debemos honrar, respetar a todas las personas que son superiores a nosotros, ya por sus méritos, ya por su dignidad, ya por su poder.
El culto es el honor, el respeto, la alabanza que debemos a Dios.
El culto, pues, no es otra cosa que el ejercicio o la práctica de la religión que ciertos autores definen: El culto de Dios.

1° El culto interno consiste en los homenajes de adoración, de amor, de sumisión que nuestra alma ofrece a Dios, sin manifestarlos exteriormente por actos sensibles.
Este culto interno constituye la esencia misma de la religión; por consiguiente, es tan necesario y tan obligatorio como la religión misma.

Un homenaje exterior cualquiera, que no salga de los sentimientos del alma, no sería más que una demostración hipócrita, un insulto más que un homenaje.
Dios es espíritu, y ante todo, quiere adoradores en espíritu y en verdad.
El primer acto de culto interno es hacer todas las cosas por amor de Dios; referirlo todo a Dios es un deber, no sólo para las almas piadosas, sino también para todos los hombres que quieran proceder de acuerdo con las leyes de la razón, porque ésta nos dice que, siendo servidores de Dios, debemos hacerlo todo para su gloria.

2° El culto externo consiste en manifestar, mediante actos religiosos y sensibles, los sentimientos que tenemos para con Dios.
Es la adoración del cuerpo, que junta las manos, se inclina, se prosterna, se arrodilla, etc., para proclamar que Dios es el Señor y Dueño.

Así, la oración vocal, el canto de salmos e himnos, las posturas y ademanes suplicantes, las ceremonias religiosas, los sacrificios son actos de culto externo.
Estos actos suponen los sentimientos del alma, y son con relación a Dios, las señales de respeto y de amor que un hijo da a su padre.

3° El culto público no es más que el culto externo rendido a Dios, no por un simple particular, sino por una familia, por una sociedad, por una nación. Este es el culto social.
Ciertos deístas pretenden elevarse por encima de las preocupaciones populares, no aceptando más culto que el del pensamiento y del sentimiento, ni más templo que el de la naturaleza.
Tienen, según ellos, la religión en el corazón, y rechazan como inútil todo culto externo y público.
Nada más falso que esta teoría, conforme se probará en las dos siguientes preguntas.

Es necesario el culto externo?

Sí; el culto externo es absolutamente necesario por varios motivos:

1° El cuerpo es obra de Dios como el alma; es junto, por tanto, que el cuerpo tome parte en los homenajes que el hombre tributa a Dios.

2° El hombre debe rendir a Dios un culto conforme con su propia naturaleza; y como es natural al hombre expresar, mediante signos sensibles, los sentimientos interiores que experimenta, el culto externo es la expresión necesaria del culto interno.

3° El culto externo es un medio de sostener y desarrollar el interno. A no ser por las exterioridades de la religión y sus prácticas, la piedad interior desaparecería y nuestra alma no se uniría nunca a Dios.

a) Mediante el culto externo, el homenaje de la Creación entera, cuyo pontífice es. Prosternándose para adorarle, edificando iglesias, adornando santuarios, el hombre asocia la materia al culto del espíritu y, por su intermedio, la creación material rinde a su Criador un legítimo homenaje.

b) El culto externo es natural al hombre. Este, como hemos visto, es un compuesto de dos substancias, tan estrechamente unidas entre sí, que no puede experimentar sentimientos íntimos sin manifestarlos exteriormente.
La palabra, las líneas del rostro, los gestos expresan naturalmente lo que sucede en su alma.
El hombre no puede, pues, tener verdaderos sentimientos religiosos que vayan dirigidos a Dios, si no los manifiesta por medio de oraciones, cánticos y otros actos sensibles.

El hombre que vive sin religión exterior, demuestra, por eso mismo, que carece de ella en su corazón.
¿Qué hijo, penetrado de amor y de respeto para con sus padres, no manifiesta su piedad filial?...

c) Hay más todavía: el culto externo es un medio eficaz para desarrollar el culto interno. El alma, unida al cuerpo, lucha con grandísimas dificultades para elevarse a las cosas espirituales sin el concurso de las cosas sensibles.
Ella recibe las impresiones de lo exterior por conducto de los sentidos.

La belleza de las ceremonias, los emblemas, el canto, etc, contribuyen a despertar y avivar los sentimientos de religión. Que un hombre deje de arrodillarse ante Dios, que omita la oración vocal, que no frecuenta la iglesia, y bien pronto dejará de tener religión en su alma. Lo averigua la experiencia.
Con razón se ha dicho:
“Querer reducir la religión a lo puramente espiritual, es querer relegarla a un mundo imaginario”.

¿Es necesario el culto público?

Sí; es culto público es necesario.

1° Dios es el Creador, el Conservador y el dueño de las sociedades y de los individuos.
Por estos títulos, las sociedades le deben homenaje social y, por consiguiente, público de sumisión.

2º El culto público es necesario para dar a los pueblos una idea elevada de la religión y de los deberes que impone.

3º Es un medio poderoso para conservar y aumentar en todos los hombres el amor a la religión.
El ejemplo arrastra, y nada es tan eficaz como el culto público para hacer popular la religión.
Fuera de eso, el género humano ha reconocido siempre la necesidad del culto público, como lo prueban las fiestas, los templos, los altares establecidos en todos los pueblos.

1º Dios ha hecho al hombre sociable; no vive, ni crece, ni se conserva sino en la sociedad.
Sus necesidades, sus facultades, sus inclinaciones, todo en el hombre justifica estas palabras del Creador: No es bueno que el hombre esté solo.
De ahí la institución de la familia o sociedad doméstica; y también la de la sociedad civil que no es otra cosa que la prolongación de la familia.

Un particular debe adorar a Dios en su corazón y expresar, mediante actos exteriores, los sentimientos de su alma: su naturaleza lo requiere así.
Cada sociedad, compuesta de un cierto número de individuos a los cuales de entre sí, constituye una persona moral, que tiene sus deberes para con Dios, puesto que de El depende, como el individuo.

Es la divina Providencia la que forma y dirige las familias y las sociedades, y las eleva o las deprime, según sean fieles o no a las leyes divinas.
Necesita, pues, la sociedad de un culto público o social para dar gracias a Dios por los bienes que sus miembros reciben en común: el estado social del hombre lo pide.

2º Sin el culto público, Dios no recibe el debido honor, y los hombres no comprenden la importancia de la religión.
En la sociedad civil, para infundir respeto a la autoridad, se emplea el culto civil. Cuando el Jefe de Estado pasa por una ciudad, se levantan arcos de triunfo, flotan las banderas al aire, las bandas ejecutan marchas, lo jefes militares, vestidos de brillantes uniformes, van a saludar al gobernante, y las muchedumbres le aclaman…
Pues bien, el primer Jefe de Estado, el Soberano de los soberanos es Dios.

¿Podrá el hombre negarle aquellos homenajes públicos y solemnes que rinde a sus representantes en la tierra?
No, no; el culto público es necesario.

3º El culto público es el medio más eficaz para desarrollar los sentimientos religiosos. Suprimid en el hogar doméstico la oración en común, las buenas lecturas, el canto de plegarias, gozos e himnos, las imágenes sagradas, etc., y muy pronto los miembros de la familia dejarán de pensar en Dios.

Entonces, el hijo pierde el respeto al padre; la hija a la madre; la unión, los afectos y atenciones mutuos dejan de existir…
¡Qué triste y desgraciada es una familia sin religión!...
En la sociedad civil,

¿hay algo más conmovedor que ver reunidos en torno del mismo altar a los gobernantes y a los gobernados, a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, formando una sola familia, arrodillada, delante del mismo padre?...

El ejemplo ejerce una gran influencia y es soberanamente eficaz para excitar en alma el pensamiento y el amor de Dios.
Suprimid las iglesias, las asambleas, las fiestas, la solemne voz de la campana, las cruces erigidas en las plazas, y millones de hombres ya no verán nada que les obligue a decir:
He aquí a tus hermanos que piensan en Dios; es menester que tú también pienses en El. ¡Que distinta una parroquia piadosa, de un barrio impío, donde nada recuerda a Dios y su culto!...

Si prescindís del culto público,
¿de qué medio te valdréis para movilizar a las masas?
Del teatro, de los clubs, de los cafés, de los lugares de orgías…
Cerrad las iglesias y las capillas, y en seguida os veréis obligados a construir cárceles.
Desterrad la religión de las calles y plazas públicas, prohibiendo las procesiones, y no tardarán en verse frecuentadas por otras procesiones de gentes que, por cierto, no es santa… El culto público, por consiguiente, no es tan sólo un deber, sino también una cuestión de vida o muerte para la sociedad doméstica o civil.

¿Qué se necesita para el culto externo y público?

Para el culto externo y público se necesitan la oración, los edificios sagrados, las ceremonias, un sacerdocio y días consagrados al culto.
Estos cinco elementos se hallan en todos los pueblos.

1º Se necesita de la oración.

Ella es una parte esencial del culto: con la oración se adora a Dios, se le alaba, se le dan gracias, se le ama, se le implora. De esta suerte, la oración incluye el ejercicio de las más excelentes virtudes: la fe, la esperanza, la caridad, la humildad, la confianza, la oración honra todas las perfecciones divinas: el poder, la sabiduría, la bondad de Dios.

La oración es la primera necesidad de nuestra flaqueza, el primer grito del dolor y de la desgracia. Es un instinto que Dios ha puesto en nosotros; el mundo ha rezado siempre, y a pesar de los sofismas de la impiedad, el mundo no dejará nunca de rezar. Nunca el hombre es tan grande como cuando se anonada ante el Creador para rendirle homenaje e implorar su socorro.

“Yo creo, escribía Donoso Cortés, que los que rezan hacen más por el mundo que los que combaten, y que si el mundo va de mal en peor es porque hay más batallas que oraciones.
Si nosotros pudiéramos penetrar en los secretos de Dios y de la historia, quedaríamos asombrados ante los prodigiosos efectos de la oración, aun en las cosas humanas.
Para que la sociedad esté tranquila, se necesita un cierto equilibrio, que sólo Dios conoce, entre las oraciones y las acciones, entre la vida contemplativa y la vida activa. Si hubiera una sola hora de un solo día en que la tierra no enviara una plegaria al cielo, ese día y esa hora serían el último día y la última hora del universo”.

2º Se necesitan iglesias.

Los edificios sagrados no son necesarios para Dios, porque todo el universo es su templo; pero lo son para el hombre, y los hallamos en todos los pueblos.
En el templo estamos más recogidos, nos sentimos más cerca de Dios, rezamos en común, somos instruidos y excitados a la piedad por las ceremonias.
Se necesitan casas especiales para los diversos servicios públicos: ministerios, palacios de justicia, casas consistoriales, escuelas, etc.;

¿y no se necesitarán iglesias donde el pueblo pueda reunirse para tributar a Dios un culto conveniente?

Los edificios sagrados son tan necesarios para el culto, que los impíos comienzan a destruirlos, tan luego como tienen en sus manos el poder para perseguir a la religión.
Si adornáis vuestros palacios, vuestras casas, vuestro monumentos públicos, con mucha más razón debéis adornar las iglesias, porque nada es demasiado hermoso para Dios.

3º Se necesitan las ceremonias.

Ellas dan a los hombres una elevada idea de la majestad divina; estimulan y despiertan la piedad debilitada o dormida, y simbolizan nuestros deberes para con Dios y para con nuestros semejantes.

4º Se necesita un sacerdocio.

Es decir, presbíteros elegidos de entre los hombres para velar por el ejercicio del culto. Sucede con el culto lo que con las leyes: para asegurar el cumplimiento y aplicación de las mismas, se requiere jueces y magistrados; así también se requieren sacerdotes para vigilar por la conservación del culto y de las leyes morales.

El sacerdote instruye, dirige, amonesta y preside los acontecimientos más importantes de la vida; él es quién, en nombre de todos, ofrece el sacrificio, acto el más importante del culto.
En todas las religiones se hallan sacerdotes, señal clara de que todos los pueblos los han reconocido como necesarios.

Si hay alguna religión que debiera prescindir de los sacerdotes, sería seguramente la protestante, puesto que no hace falta el sacerdote cuando no hay altar, cuando cada cristiano está facultado para interpretar la Biblia a su manera.
Sin embargo, los protestantes tienen sus ministros, que, aunque desprovistos de todo mandato y autoridad, comentan el Evangelio.

Los masones tienen sus logias, que vienen a ser su templo.
Allí, con la aparatosa majestad de un pontífice, el venerable, revestido de ornamentos simbólicos, preside ritos y juramentos, que serían ridículos si no fueran satánicos.
¡Y los librepensadores!... Proclaman ferozmente a todos los vientos que no quieren culto ni sacerdotes; y después inventan el bautismo civil, el matrimonio civil, el entierro civil, etc., donde, en lugar del sacerdote católico, está el sacerdote del ateísmo, que parodia la liturgia y las oraciones de la Iglesia.

¡Tan cierto es que los hombres no pueden mudar la naturaleza de las cosas!
No hay sociedad sin religión, ni religión sin culto, ni culto sin sacerdotes.
Si no se adora a Dios, se adora a Satanás o a sus ídolos;
si no se obedece al sacerdote de Dios, se obedece al sacerdote de Lucifer.

5º Se necesitan días especialmente consagrados al culto.

Así como el hombre debe a Dios una porción del espacio, que le consagra edificando templos, también le debe una porción del tiempo, que le da consagrando al culto algunos días de fiesta.
Todos los pueblos han tenido días festivos en honor de la divinidad, hecho extraño que sólo puede explicarse por la revelación primitiva.

La división del tiempo en semanas, la santificación de un día cada siete, es una costumbre constantemente observada de todos los pueblos.
“La semana, dice el incrédulo Laplace, circula a través de los siglos; y cosa muy digna de notarse es que sea la misma en toda la tierra”.
El séptimo día se convierte en el día de Dios y en el día del hombre.
Los pueblos cristianos lo llamaron domingo.
Es el día en que Dios y el hombre se encuentran al pie de los altares y en que se establece entre ellos un santo comercio por el intercambio de plegarias y de gracias.

Si no existiera el domingo, el hombre olvidaría que hay un cielo eterno que debemos ganar, un alma que debemos salvar, un infierno que debemos evitar…

¿Es acaso demasiado pensar en esto un día por semana?

Faltando la institución del domingo, los habitantes de un pueblo no se reunirían nunca para alabar a Dios y rendirle culto público y social.

El domingo trae aparejadas otras ventajas:

1º Es necesario para el cuerpo humano, porque éste se abatiría luego sin un día de reposo por semana.

2º Es necesario a la familia, cuyos miembros no pueden reunirse más que ese día para gozar de las verdades y dulzuras de la vida.

3º Es necesario a la felicidad social, porque la Iglesia es la única escuela de fraternidad, de concordia y de unión de clases.


Por esto, hacer trabajar al obrero el domingo, no es solamente un crimen contra Dios, sino también un ultraje a la libertad de conciencia y a la fraternidad social.
Faltar a las prácticas del culto público equivale a profesar el ateísmo y la impiedad, además de constituir un grave escándalo para la propia familia y para los conciudadanos del que falta a tan sagrado deber.

III. Futilidad de los pretextos alegados por los indiferentes para dispensarse de practicar la religión.

¿Qué me importa la religión?

Yo puedo pasar sin ella.
Es lo mismo que si dijeras:

¿Qué me importan las leyes civiles?
Yo puedo pasar sin ellas; quiero seguir mi antojo… Si no observas las leyes de tu país, te expones a que te recluyan en una cárcel.
Si no observas las leyes de Dios, El, infaliblemente, te encerrará en una cárcel eterna, de la que no se sale jamás.

Puedes pasar sin religión, como puedes pasar sin el cielo. Pero si no vas al cielo, tienes que ir al infierno. No hay término medio: o el cielo o el infierno.
Al cielo van los fieles servidores de Dios, y al infierno los que se niegan a servirle.
Ahora bien, el servicio de Dios consiste en la práctica de la religión.
Puedes protestar cuanto te plazca, pero no lograrás cambiar los eternos decretos de Dios, tu Creador y Señor.

Un hombre sin religión es un rebelde y un ingrato para con Dios; un insensato para consigo mismo; un escandaloso para con sus semejantes.

1º Un rebelde.

Dios nos ha creado. Nosotros le pertenecemos como la obra pertenece al obrero que la ha hecho. Negarnos a cumplir el fin para el cual nos formaron las manos divinas, es negar la relación incontestable de la criatura al Creador; es la destrucción del orden, la rebelión.

Es un rebelde el hijo que desobedece a sus padres, los cuales no son sino los instrumentos de que Dios se ha servido para darle el ser.

¿Cuál será el crimen de aquél que desobedece a Dios, a quien se lo debe todo: su cuerpo, su alma, su corazón y la promesa de una felicidad sin término?...

2º Un ingrato.

Un hombre sin religión es un ingrato. Nosotros marcamos con este estigma la frente del hijo que desprecia a su padre, la frente del favorecido que olvida a su bienhechor. Pues bien, Dios es el Padre por excelencia, y todo lo que tenemos, todo lo que somos, todo nos viene de Dios.

Huelga decir que la gratitud es el primero de los deberes. El niño lo sabe: las dos manitas que salen fuera de la cuna dicen: mamá, yo te amo. La voz conmovida del pobre, sus lágrimas cayendo sobre la mano que le ha alimentado o vestido, traducen los sentimientos de su corazón.

Y nosotros, hijos de Aquél que nos ha dado todo: nosotros, infelices mendigos, a quienes Dios sacó de la nada,
¿nosotros tendremos el derecho de pasar por el camino de la vida sin decir “gracias” a Aquél a quien le debemos todo?...
No, no es posible.
El día que el hombre pueda decir sin mentira:
yo no debo nada a Dios, me basto a mi mismo… ese día será independiente, y dispensado de todo deber.
Pero ese día no llegará nunca: seremos eternamente las criaturas, los deudores del Altísimo y, por lo tanto, le deberemos el testimonio de nuestra gratitud eterna.

3º Un insensato.

Se considera insensato todo el que destruye sus bienes, rompe los enseres de su casa y arroja su dinero a la calle.
¿Y qué debemos pensar de aquél que, deliberadamente, destruye sus bienes espirituales, se cierra el cielo y arroja para siempre su alma al infierno?
Tal es el hombre sin religión. El se pierde completamente, y su pérdida es irreparable, eterna.

4º Un escandaloso.

El mayor escándalo que el hombre pueda dar es el mostrarse indiferente para con Dios. Sin duda dirá: Yo no ofendo a nadie. Pregunto:
¿Y no injurias a Dios no glorificándole?
¿No injurias tu alma, que arrojas al fuego eterno?
¿No injurias a tu familia, a tus semejantes con el gran escándalo de tu indiferencia?
No les puedes causar mayor perjuicio que el de arrastrarlos con tu ejemplo al desprecio de la religión y a la condenación eterna.

¿Para qué sirve la religión?

Esta es una pregunta impertinente, que raya en impiedad.
No se trata de saber si la religión no es útil y agradable; basta que su ejercicio sea un deber para nosotros.
Hemos probado que la religión es un deber estricto para el hombre; sabemos, por otra parte, que es bueno quien cumple con sus deberes y malo quien no los cumple. Que el deber, pues, nos sea agradable o desagradable, poco importa; hay que cumplirlo. Luego es necesario practicar la religión.

Pero no hay nada más dulce que el practicar la religión, puesto que ella responde a las más nobles aspiraciones del alma.

1° ¿Qué es Dios? ¿Qué es el hombre?

Dios es la luz, la belleza, la grandeza, el amor y la vida.
El hombre, inteligencia y corazón, aspira con todas sus ansias a la luz, a la belleza, a la vida; con sus debilidades, indigencias y dolores llama en su auxilio el poder, la bondad y la paternidad de Dios.

Si tal es Dios y tal el hombre,
¿no ves que todo los une?
Dios se inclina con sus bondades y sus tesoros, y el hombre se eleva con sus aspiraciones y necesidades:
la religión es el templo donde ambos se encuentran y abrazan.

Dios, amando al hombre y descendiendo hacia él; el hombre, llevado en las alas de la fe, de la esperanza y del amor, remontándose hacia Dios y descansando su corazón de Padre: he ahí su grandeza, su armonía...

La religión sirve a Dios y sirve al hombre; y ahí tienes la razón que explica por qué la religión jamás será destruida. Para ello sería necesario aniquilar a la vez el infinito amor de Dios y el corazón del hombre, que se buscan y se encontrarán siempre.
Muchos volúmenes se han escrito y podrían escribirse sobre los beneficios de la religión, y nunca se agotaría la materia.

2° ¿Para qué sirve la religión?

Para distinguir al hombre del animal; es la ciencia moderna quien lo dice y lo prueba.
QUATREFAGES, en su hermoso libro de La Unidad de la Especie Humana, demuestra que dos rasgos caracterizan al reino humano:
la conciencia, fundada sobre la distinción del bien y del mal, y la noción de Dios y de la vida futura, a lo que él llama la facultad religiosa. Estos dos rasgos, exclusivamente propios del hombre, son del todo extraños al animal.

Un hombre no es un hombre sino porque es religioso. Luego, los que viven sin religión se separan de la humanidad, descienden un grado en la escala de los seres y se clasifican a sí mismos entre los monos más o menos perfeccionados: tal es la conclusión lógica de la ciencia.

Un día, el ilustre Newton, presidiendo un banquete de sabios, se levantó y dijo:
“Propongo un brindis solemne y de honor por todos los hombres que creen en Dios y que le adoran: ¡bebo a la salud del género humano!”
El instinto religioso es el más profundo y más universal de la naturaleza humana. Donde hay rasgos de hombre, hay rasgos de religión.

3°¿Para qué sirve la religión?

Pregunta más bien, ¿para qué no sirve?
Un gran filósofo declara que la religión es el aroma de la ciencia;
¿y no es acaso el aroma de la vida entera?
Sin la religión no hay más que una felicidad: la de no haber nacido.

¿Para qué sirve la religión?

Pregúntaselo a los pobres, a los afligidos, que encuentra en ella su consuelo; al joven, a quien preserva de las pasiones; a la joven, a quien convierte en ángel; al soldado, a quién infunde valor; a los obreros; a quienes hace honrados y económicos; a los habitantes de la ciudades, a quienes guarda de la corrupción;
a los labradores, a quienes procura la felicidad en su vida sencilla y ruda.

Un gran criminal iba a ser ejecutado. Sentado en el jergón de su calabozo, escuchaba a un sacerdote que trataba de hacer penetrar en su alma el arrepentimiento y la esperanza.

– “¡Padre!, grita de pronto el reo, yo soy muy culpable, pero conozco otros más culpables que yo; son aquellos que me han hecho ignorar lo que me estáis diciendo. La religión me habría salvado: sin ella, me he convertido en un monstruo, y ahora vedme aquí frente al patíbulo”.

A la mañana siguiente, estando ya en el patíbulo, abrazó el sacerdote y al crucifijo, y mostrándolos a la conmovida muchedumbre, gritó:
“¡Pueblo! Aquí tienes a tus verdaderos amigos. Crean al hombre que va a morir por haberlo sabido demasiado tarde”.

4° ¿Para qué sirve la religión?

Ella es la égida de la familia: inspira al esposo y al padre la dignidad y ternura; a la madre, el respeto y la abnegación; a los hijos, el sentimiento del deber y la piedad filial.
La religión es la salvaguardia de la sociedad: inspira a los gobernantes la justicia en sus resoluciones; impone al pueblo el respeto a la ley y el amor a la patria.

¿Qué sería de la sociedad sin religión?

Un famoso socialista, Pedro Leroux, nos lo va a decir:
– Puesto que hay en la tierra más que cosas materiales, bienes materiales, oro y estiércol, dadme mi parte de ese oro y estiércol – tiene el derecho de decirnos todo hombre que respira.

– Tienes hecha tu parte – le responde el fantasma social que tenemos hoy.
– Juzgo que está mal hecha – responde el hombre a su vez.
– Con ella te contentabas antes – dice el fantasma.
– Antes – insiste el hombre – había un Dios en el cielo, una gloria que ganar y un infierno que temer.
Había también en la tierra una sociedad en la cual tenía yo mi parte, pues siendo vasallo tenía a lo menos el derecho del vasallo: obedecer sin envilecerme.
Mi amo no me mandaba sin derecho o en nombre de su egoísmo, porque su poder se remontaba a Dios, que permitía la desigualdad en la tierra.
Teníamos una misma moral y una misma religión; en nombre de esa moral y de esa religión, servir era mi suerte, mandar era la suya.

Pero servir era obedecer a Dios y pagar con mi abnegación a un protector en la tierra. Y si era yo inferior en la sociedad seglar, era igual a todos en la sociedad espiritual, que se llamaba Iglesia.
Y aun esta Iglesia no era más que el vestíbulo y la imagen de la verdadera Iglesia, de la Iglesia celestial, a la cual se dirigían mis esperanzas y miradas...;
sufría para merecer; sufría para gozar la bienaventuranza...

Tenía la oración, los sacramentos, el santo sacrificio. Tenía el arrepentimiento y el perdón de Dios. Ahora he perdido todo eso. No puedo esperar un cielo;
ya no hay Iglesia. Me habéis enseñado que Cristo era un impostor; no sé si existe un Dios, pero sí sé que lo que hacen las leyes creen poco en ellas, y las hacen como si no creyesen ni poco ni mucho en su eficacia.

Lo habéis reducido todo a oro y estiércol. ¿Para qué obedecer?...
Si no hay Dios, no hay patronos; si no hay paraíso allá arriba, yo quiero mi parte en la tierra...”
Ahí tienes lo que hoy se llama cuestión social. Cuestión terrible que agita al mundo y se agrava más cada día. ¿Quién la resolverá? Los políticos parecen que no la comprenden; los filósofos disparatan, los fusiles son impotentes;
sólo Dios puede resolverla.

La religión previene a los pobres y a los obreros contra el lujo, los placeres y los gastos inútiles, que son la causa primera de sus desgracias.
Fomenta el amor al trabajo, los hábitos de orden y economía, la paciencia en las adversidades y las penas, que son la fuente de la felicidad.
Inspira a los ricos la caridad, la solicitud por los pobres, y conserva así la unión entre las diversas clases sociales.

Un pensador eminente, LE PLAY, que recorrió todo el mundo para estudiar la cuestión social, después de largas observaciones declara:

1º Que donde quiera que halló honrada la religión y observados los diez mandamientos de la ley de Dios, florecían la familia, el trabajo, la fuerza física, las costumbres, la prosperidad pública, la felicidad social.

2º Que donde, por el contrario, declinan la fe religiosa y la observancia del decálogo, allí se alteraban la moralidad, el amor al trabajo, el vigor de las razas, la fecundidad de las familias.
Allí germinaban las discordias sociales que causan la ruina de los pueblos.
Y Le Play habla aquí no como cristiano, sino como observador imparcial y muy reposado, con columnas de números y con pruebas palpables de todo género.

CONCLUSION:
– Nada es más útil que la religión.

3.La religión es buena para las mujeres.

1º ¿Y por qué no para los hombres?


Hombres y mujeres,
¿no son iguales ante Dios? ¿No tienen la misma naturaleza, los mismos deberes, los mismos destinos?
Los hombres, ¿no son criaturas de Dios, y no deben, como las mujeres, proclamar su adhesión al Creador?
Si Dios tiene derecho a las adoraciones de las mujeres,
¿por qué no ha de tener el mismo derecho a las adoraciones de los hombres?
¿O es porque tienes barba te crees con derecho para tratar a Dios de igual a igual?...

2º O la religión es verdadera o es falsa.

Si es verdadera, tan verdadera es y, por lo mismo, tan buena para los hombres como para las mujeres.
Si es falsa, es tan mala para las mujeres como para los hombres, porque la mentira no es buena para nadie.

3º La religión es necesaria a la mujer.

Pero lo es más todavía para el hombre, que ha recibido más beneficios de Dios y le debe, por consiguiente, más agradecimiento.
En una familia, el hijo mayor, por ser el más favorecido en el reparto de los bienes patrimoniales,
¿no debe a sus padres mayor reconocimiento y amor que los demás hijos?
El hombre es el primero en todo:
el primero en la sociedad, el primero en las ciencias y en las artes, etc.

Es conveniente, pues, que sea también el primero en glorificar a Dios y en practicar la religión.
El es el jefe de la familia, y ha recibido la misión de guiarla a su destino, que es Dios.
¿Acaso podría hacerlo, si no le da ejemplos de piedad, si no marcha el primero, como un capitán al frente de su compañía, bajo la bandera de la religión?

4º Dirás:
La religión es cuestión de sentimiento. La mujer vive con el corazón, necesita emociones; el hombre es más positivista.
¿Y qué cosa hay más positivista que la religión?
¿Qué cosa más real que tu existencia?

Vives, esto es positivo, y debes interrogarte para qué estás en la tierra.

Tu razón te contestará: Tú vienes de Dios, tú eres su siervo, habitas su mansión, te calientas a los rayos de su sol, te alimentas con sus dones y no existes sino para ejecutar sus órdenes.
El es tu Señor y Dueño. Si no quieres acatar sus leyes, sal de su casa…
Pero, ¿adónde irás que no te encuentres en su casa?...
¿Qué pensarías de un servidor que dijera a su señor: – Yo soy alimentado y vestido a tus expensas: muy bien. Pero no te debo obediencia y respeto; tu mandatos son cuestión de sentimiento, buenos únicamente para tus sirvientas, que viven del corazón?...
– El lenguaje de este servidor, ¿no será un insulto a su patrón?
Si no practicas la religión, ¿no eres más criminal con respecto a Dios?

5º ¿Qué quieres de más positivo que salvar tu alma, que el cielo que merecer, que el infierno que evitar?

Para conseguirlo, ¿no es necesario vencer tus pasiones, practicar las virtudes, cumplir, en fin con todos tus deberes?
Ahora bien, nada de esto puedes hacer sin la ayuda de la religión.

CONCLUSION:

– La religión es buena y necesaria para todos: Ella nos enseña a conocer, amar y servir a Dios, que es el Dios de todos.
Ella nos conduce a cielo, que es la patria de todos.
Y puesto que en el género humano el hombre ocupa siempre el primer puesto, el debe ser también el primero en la práctica de la religión.

Preguntaban un día a un viejo magistrado:
– ¿Por qué hay menos mujeres que hombres en las cárceles?
– la razón es, contestó, porque hay más mujeres que hombres en las iglesias.

4. Basta ser honrado.

Sí; basta para evitar el patíbulo, pero no para ir al cielo.
Basta ante los hombres quizá; pero no basta ante Dios, Soberano Juez.

2º Todo el mundo, hoy en día, pretende ser honrado.
El joven que se entrega a sus pasiones desenfrenadas, te dirá con toda seriedad: ¡Soy un hombre honrado!
– El patrón que abusa de sus obreros y los obliga a trabajar el domingo, so pena de ser despedidos, te dice:
¡Soy un hombre honrado!
– El obrero que no aprovecha bien el tiempo porque trabaja a jornal, se atreve a decir que es un hombre honrado.

– Todos los comerciantes se dicen honrados; y, sin embargo, los oyes decir, quejándose unos de otros: Por todas partes no se ven más que fraudes, injusticias, engaños…
Los hombres honrados que solo temen a los gendarmes son los partidarios de esta bella religión. ¡Qué religión tan cómoda la religión del hombre honrado!...

3º No tienes, dices, nada que te reproche: dominas tus pasiones y vives como Bayardo, sin miedo ni tacha. Pues entonces eres un milagro viviente, una verdadera maravilla; ¡es tan difícil vencer las pasiones sin el auxilio de la religión!...
Si tus debilidades y tus caídas no aparecen a la luz del sol, es que sabes disimularlas bajo el manto de una repugnante hipocresía.

¡Cuántos hombres honrados para el mundo (que no juzga sino de lo exterior) son grandes criminales a los ojos de Dios, que penetra los pensamientos más íntimos del alma…
Pero aun cuando lo que afirmas fuera exacto, aun cuando fueras casto, justo, buen hijo, buen padre, buen ciudadano, etc., no serías el hombre honrado que la conciencia reclama.

4º No se es honrado cuando no se practica la religión.
La honradez es, ante todo, la justicia, que consiste en dar a cada uno lo suyo. Ahora bien, la religión no es otra cosa que la justicia para con Dios.
Luego aquél que no practica la religión no es honrado, porque no es justo para con Dios.
¿Qué le debes a Dios? Todo. ¿Qué le dais a Dios? Nada, o casi nada.
Luego no eres honrado. Un ingrato, un rebelde, ¿puede decir: No tengo nada que reprocharme, soy un hombre honrado?...

5° Hay que reprobar la imprudente condescendencia que tienen algunos cristianos para con los hombres sin religión.
Sucede muchas veces que, después de haber hecho u inmerecido elogio de esos desgraciados, se añade:
¡Sólo le falta un poquito de religión!...
¡Cómo! ¿Te atreves a llamar honrado a un hombre que no tiene religión?
Pero, entonces, el Señor nuestro Dios, ¿merece tan poca estimación de los hombres, que descuidar su servicio no es a sus ojos una falta digna de censura?...

Violar los derechos del Creador, del Padre celestial, de nuestro soberano Señor, ¿dejará de ser un delito suficientemente grave para perjudicar la buena reputación de un hombre e impedirle gozar fama de bueno y honrado? ¡Qué escándalo!

Los ladrones, los asesinos son menos culpables que los impíos, o que los hombres que viven sin religión, porque nuestras obligaciones para con Dios son mil veces más importantes que nuestras obligaciones para con los prójimos.
No hay que olvidar que Dios nos ha creado y colocado en este mundo para conocerle, amarle y servirle.
El hombre que no sirve a Dios es un monstruo de la naturaleza, como lo sería el sol que no alumbrara ni calentara. El hombre que no tiene religión no se porta como hombre; es un ser degradado, una afrenta de la creación.

Yo tengo mi religión: sirvo a Dios a mi manera.

Tendrías razón, si Dios hubiera dicho: Cada cual podrá servirme como quiera…;
pero no es así.
Dios es el único que tiene derecho para decir cómo quiere ser honrado, lo mismo que el dueño tiene derecho para decir a su siervo la manera cómo se le ha de servir.

2º Un criado que, para excusarse de no haber cumplido las órdenes de su amo, le dijera: Te sirvo a mi manera, sería despedido inmediatamente.
El obrero que quisiera hacer el trabajo a su capricho, sería despedido inmediatamente.
Un soldado que dijera: Hago el ejercicio a mi manera, no se libraría del castigo. Juzguemos por esos ejemplos el castigo que merecería el hombre que tuviera la insolencia de decir a Dios: Yo tengo mi religión, os sirvo a mi manera.

Si Dios es el Señor, ¿no es claro que al El corresponde regular el culto que le conviene, y ordenar la manera cómo quiere que se le honre y se le eleven las plegarias?

3º Si cada uno se arrogara el derecho de crearse una religión a su manera, nacerían millares de religiones, ridículas y contradictorias, como lo prueba la historia de los pueblos pagano y de las sectas protestantes.

No hay más que una religión buena.

¿Pueden existir varias religiones buenas?


No; pues no puede haber sino una sola religión verdadera.

Así como no hay más que un solo Dios, no hay más que una sola verdadera manera de honrarle; y esta religión obliga a todos los hombres que la conocen.

1º Una religión, para ser buena, debe agradar a Dios. Pero como Dios es la verdad, y una religión falsa no podría agradarle, no puede aprobar una religión fundada sobre la mentira y el error.

2º No puede existir más que una sola religión verdadera, pues la religión es el conjunto de nuestros deberes para con Dios y estos deberes son los mismos para todos los hombres. Y, a la verdad, estos deberes nacen de las relaciones existentes entre la naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre.
Pero como la naturaleza de Dios es una, y la naturaleza humana es la misma en todos los hombres, es evidente que, los deberes tienen que ser los mismos para todos. Por consiguiente, la verdadera religión es una y no puede ser múltiple. Las formas sensibles del culto pueden variar; la esencia del culto, no.

3º Toda religión comprende tres cosas: dogmas que creer, una moral que practicar y un culto que rendir a Dios. Si dos religiones son igualmente verdaderas, tienen el mismo dogma, la misma moral, el mismo culto; y entonces ya no son distintas.

Si son distintas, no pueden serlo sino por enseñar doctrinas diferentes acerca de una de estas materias y, en este caso, ya no son igualmente verdaderas.
Por ejemplo, a esta pregunta: ¿Jesucristo es Dios?
Sí, dice un católico; puede ser, dice un protestante racionalista; no, contesta un judío; es un profeta como Mahoma, añade un musulmán…
Estos cuatro hombres no pueden tener razón a la vez; evidentemente uno solo dice la verdad. Luego, las religiones que admiten, aunque sólo sea una verdad dogmática diferente, no pueden ser igualmente verdaderas.

Lo que decimos del dogma hay que afirmarlo también de la moral no hay más que una sola moral, puesto que ha de fundarse en la misma naturaleza de Dios y del hombre que no se mudan. Lo mismo debe decirse del culto, por lo menos en cuanto a sus prácticas esenciales.

Cuando los protestantes dicen: Nosotros servimos al mismo Dios que los católicos, luego nuestra religión es tan buena como la de ellos, contestamos: Ciertamente, vosotros servís al mismo Dios puesto que no hay más que uno, pero no le servís de la misma manera.
No le servís, en la forma con que quiere ser servido. Ahí está la diferencia…
Dios es el Señor, y el hombre debe someterse a su voluntad. Los que dicen que todas las religiones son buenas, no ven en la religión más que un homenaje tributado a Dios, y piensan erróneamente que cualquier homenaje le es grato.
Olvidan que la religión encierra verdades que creer, deberes que cumplir y un culto que tributar. Y es claro que no pueden existir varias religiones de creencias contradictorias y de prácticas opuestas, porque la verdad es una sola, y Dios no puede aprobar el error.

1º Todas las religiones son buenas.

R. _¿Acaso todas las monedas son buenas? ¿No hay que distinguir entre las verdaderas y las falsas? Pues lo mismo sucede con la religión. Pero, la moneda falsa supone la buena de la que no es más que una criminal imitación; así, las falsas religiones suponen la verdadera.

Si todas las religiones son buenas se puede ser católico en Roma, anglicano en Londres, protestante en Ginebra, musulmán en Constantinopla, idólatra en Pekín y budista en la India. ¿No es esto ridículo? ¿No es afirmar que el si y el no son igualmente ciertos en el mismo caso? Decir que todas las religiones son buenas es un absurdo palpable, una blasfemia contra Dios, un error funesto para el hombre.

1º Un absurdo. _ Es cierto que en las diferentes religiones hay algunas verdades admitidas por todos, como son la existencia de Dios, la espiritualidad del alma, la vida futura con sus recompensas y castigos eternos. Mas ellas se contradicen en otros puntos fundamentales. EL católico, por ejemplo, afirma que la Iglesia tiene por misión explicarnos la palabra de Dios encerrada en la Biblia, mientras que el protestante declara que todo cristiano debe interpretar por sí mismo la palabra divina y forjarse una religión a su manera…

Podríamos citar indefinidamente las divergencias contradictorias de las diversas religiones. Pero es evidente que dos cosas contradictorias no pueden ser verdaderas, porque la verdad es una, como Dios, y no se contradice. Si la Iglesia ha recibido de Jesucristo la misión de explicarnos la Biblia, no queda a la voluntad de cada cristiano el interpretarla a su manera… Es absurdo decir que el sí y el no pueden ser igualmente ciertos sobre el mismo punto… Mas como lo que no es verdadero, no es bueno, porque la mentira y el error de nada sirven, debemos concluir que no pudiendo todas las religiones ser verdaderas, no pueden ser todas buenas.

2º Una blasfemia contra Dios. _Decir que todas las religiones son buenas, no es solamente contradecir al buen sentido, sino blasfemar contra Dios. Es tomar a Dios por un ser indiferente para la verdad y para el error. Se supone que Dios puede amar con igual amor de complacencia al cristiano que adora a su Hijo Jesucristo que al mahometano que le insulta; que debe aprobar al Papa, que condena la herejía, y a Lutero a Calvino y a Enrique VIII, que se rebelan contra la Iglesia; que bendice al católico que adora a Jesucristo presente en la Eucaristía y sonríe al calvinista que se burla de ese misterio… Pero atribuir a Dios semejante conducta es negar sus divinos atributos; es decir, que trata a la mentira como a la verdad, al mal como al bien, y que acepta con la misma complacencia el homenaje y el insulto… ¿No es esto una blasfemia?

3º Un error funesto para el hombre. _Para llegar a la felicidad eterna debe el hombre seguir el camino que a ella le lleva, y sólo la religión verdadera es el camino que lleva al cielo. ¿No es una gran desgracia errar el camino? ¡Y si al menos llegados al término se pudiera desandar lo andado!… Pero si uno yerra por su culpa, se ha perdido para toda la eternidad.

La indiferencia al enseñar que se pueden seguir todas las religiones, propende a alejar al hombre de la verdadera religión, del único medio de alcanzar su meta. Es, por consiguiente, un error funesto.

Objeción:
2º Un hombre honrado no debe cambiar de religión hay que seguir la religión de los padres.

Cada uno puede y debe seguir la religión de sus padres si esta religión es verdadera; pero si es falsa, hay obligación de renunciar a ella para abrazar la verdadera.

Así, cuando uno ha tenido la dicha de nacer en la verdadera religión, no necesita cambiar de creencias, y debe estar pronto a derramar hasta la ultima gota de su sangre antes que apostatar. Pero cuando no se ha tenido la dicha de nacer en la verdadera religión, si uno llega a conocerla, es absolutamente necesario, so pena de falta grave, abandonar la falsa religión y abrazar la verdadera.

El deber más sagrado del hombre es el de seguir la verdad desde el instante mismo en que la conoce: ante todo, hay que obedecer a Dios. Abandonar la falsa religión para seguirla verdadera, es acatar la voluntad de Dios, y, por consiguiente, cumplir el más sagrado de los deberes.
Sin duda nada merece tanto respeto como las creencias de nuestros padres; pero este respeto tiene sus límites, los límites de la verdad. Nadie está obligado a copiar los defectos de los padres. Si vuestros padres son ignorantes ¿es necesario acaso que, por respeto, permanezcáis ignorantes como ellos? La salvación es un asunto personal, individual, del que cada uno es responsable ante Dios.

Las causas por las cuales se descuida abrazar la verdadera religión son el respeto humano, los intereses temporales, el deseo de seguir las propias pasiones; pero, evidentemente, estas causas son malas y, por tanto, hay que sacrificarlas para cumplir la voluntad de Dios y salvar el alma.

¿Está obligado el hombre a buscar la verdadera religión?

Sí el hombre está rigurosamente obligado a buscar la verdadera religión cuando duda seriamente de que no profesa la verdadera.

1º Es un hecho que hay hombres que creen profesar la verdadera religión, y otros que tienen dudas sobre el particular. Ahora bien, los que se creen sinceramente en posesión de la verdadera, no tienen obligación de inquirir cuál sea la verdadera religión. Si de hecho no la poseen, su buena fe los excusa, mientras no tengan ninguna sospecha de estar en el error.

2º Los que dudan seriamente están en la obligación rigurosa de aclarar sus dudas. El hombre debe practicar una religión: sólo una religión es agradable a Dios; luego, el hombre está obligado a indagar su voluntad para ejecutarla.

3º El buen sentido enseña que, cuando están en juego graves intereses, hay que informarse acerca de los medios de asegurarlos,
¿y qué interés más grave que los del alma y de su eterno destino?
Yo no puedo arrostrar a sangre fría esta terrible alternativa ante la cual me he de hallar al otro lado de la tumba: una eternidad de tormentos, o una eternidad de dicha. Debo saber por qué medios y en qué religión puedo salvar mi alma. Si permanezco indiferente mi conducta será la de un insensato.

Puede decirse de la religión lo que Pascal decía de Dios:
“No hay más que dos clases de hombres razonables: los que aman a Dios con todo su corazón, porque le conocen, y los que le buscan de todo corazón, porque no le conocen”.

La verdadera religión es la religión revelada

¿Cuál es la verdadera religión?


La verdadera religión es la que viene de Dios, la que Dios mismo nos ha revelado.

1º La verdadera religión debe venir de Dios. En una casa, el padre, el cabeza de familia, es el que debe mandar, él es quien debe dictar leyes a su familia.
El extraño que quisiera arrogarse ese derecho sería un usurpador.
El soberano, es quien debe imponer el ceremonial que ha de regir en su corte. Ahora bien, Dios es el Padre y el Rey de la familia humana, luego a Dios sólo compete el derecho de regular el culto que el hombre está obligado a tributarle; a Él sólo determinar el modo como quiere ser honrado; a Él sólo corresponde el derecho de decirnos cuáles serán las plegarias y sacrificios gratos a su divinidad. Todos los fundadores de religiones no son más que aventureros o usurpadores de un poder esencialmente divino.

2º Dios nos enseña de dos maneras: por la razón y por la revelación.

a) La razón.
El hombre, por medio de la inteligencia que ha recibido, llega a convencerse con certeza de que Dios es su Creador, su Bienhechor y su Señor. De este conocimiento, que se hace patente a la razón del hombre, resulta para él el deber de practicar una religión.

La religión así establecida por el hecho de la creación del hombre se llama religión natural porque resulta de las relaciones necesarias del hombre con Dios. Puede decirse que Dios es el Autor de esta religión porque Él es el autor de la razón y de la voluntad en que tienen su fuente los principios y sentimientos religiosos.
Así, la religión existe por derecho natural y, como hemos probado, la falta de religión es, a la vez, un crimen contra la naturaleza y una rebelión contra Dios.

b) La revelación.
El padre de familia no desampara a sus hijos sin darles una educación e instrucción convenientes. ¿Quién podrá decir que Dios, después de haber creado a los primeros hombres los dejó entregados a las solas luces de su razón, sin enseñarles las verdades y los mandatos de la religión? Tal suposición carece de toda probabilidad.

Es evidente que Dios puede enseñarnos las verdades y los preceptos de la religión natural. -Pero ¿no podrá Dios revelarnos verdades nuevas, verdades que la creación no manifiesta, e imponernos nuevos deberes?… Nadie puede razonablemente dudarlo. La religión revelada es la que encierra las verdades y los preceptos que Dios nos hace conocer de una manera sobrenatural, exterior, expresa y positiva.

Los deístas, los racionalistas, los materialistas, los librepensadores y los modernistas sostienen que la revelación es imposible y, además, inútil.
Para todos estos incrédulos, la razón humana es el único árbitro de lo verdadero y de la falso, de lo bueno y de lo malo. Ella es su propia ley; no necesita de ajenos auxilios para procurar el bien de los pueblos. Para refutar todos estos errores, vamos a demostrar:

1º Que la revelación es posible.

2º Que es necesaria.

3º Que Dios, de hecho, ha revelado una religión.

4º Que el hombre esta obligado a practicar esta religión revelada.

Naturaleza y posibilidad de la revelación

¿Qué es la revelación?

La revelación es la manifestación de las verdades religiosas que Dios hace al hombre fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza.

La palabra revelar significa apartar el velo que cubre un objeto; es decir, manifestar a alguien una cosa que él ignoraba o que, había olvidado. Dios revela cuando manifiesta a nuestra inteligencia verdades hasta entonces desconocidas, olvidadas o mal comprendidas.

La revelación es la manifestación de las verdades religiosas, porque Dios no revela más que verdades o hechos históricos útiles para la salvación de los hombres. Deja a un lado las artes y las ciencias que sirven únicamente para la vida temporal.

Se añade: fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza, para distinguir la revelación de que se trata aquí de la revelación natural, que se hace por la luz de la razón, y por los otros medios naturales otorgados al hombre para adquirir conocimientos. La revelación es un acto sobrenatural de Dios, mediante el cual manifiesta a los hombres las verdades de la religión, sea que nos hable directamente Él mismo, sea que nos hable indirectamente por medio de enviados. En el primer caso, la revelación es inmediata; y mediata cuando Dios nos habla por sus embajadores o legados.

¿Puede Dios hablar a los hombres?

Sí; Dios puede hablar a los hombres, porque todo lo sabe y puede. No se puede negar la posibilidad de la revelación sin negar la ciencia o el poder de Dios; su ciencia, suponiendo que no tenga nada que enseñarnos; su poder, negándole una facultad que posee hasta el hombre mismo.

Una simple observación de buen sentido basta para probar la posibilidad de la revelación:

1º Es evidente que Dios, poseyendo una inteligencia infinita, debe conocer verdades inaccesibles a la nuestra, que es limitada; del mismo modo que el firmamento contiene astros a los que no alcanza nuestra vista. Seria insensato decir que el hombre sabe todo lo que Dios sabe, ve todo lo que Él ve y comprende todo lo qué Él comprende. Es natural, por tanto, que Dios tenga muchas verdades, que enseñar a los hombres.

2º Es evidente también que Dios debe poder lo que puede el hombre. Ahora bien, el hombre ha recibido de Dios la facultad de comunicar sus pensamientos a sus semejantes el padre instruye a sus hijos, el maestro a sus discípulos ¿y por qué ha de ser difícil para Dios instruir al hombre, su criatura inteligente?…
El sabio puede transmitir al ignorante los secretos de la ciencia, y será posible que Dios carezca de los medios necesarios para hacernos conocer los misterios de su vida divina y los decretos de su voluntad? El hombre acepta la ciencia profana, fundándose en el testimonio de los sabios
¿y por qué rehusará aceptar la ciencia de la religión, basada en el testimonio de Dios?

3º Es evidente también que la revelación, tan lejos está de aniquilar o inutilizar la razón que, al contrario, la supone y exige. Puede acaso decirse que el telescopio destruye la vista, porque aumenta su alcance y le hace ver astros escondidos hasta entonces en las profundidades del cielo? El telescopio supone el ojo y la perfecciona; y la revelación supone la razón, la perfecciona y enriquece manifestándole verdades sublimes e importantes que no puede descubrir con sus solas fuerzas.

Necesidad de la revelación

¿Es necesario que Dios revele la religión?


Sí; la revelación es moralmente necesaria al género humano para conocer prontamente, con certeza y sin mezcla de error, las verdades y los preceptos de la religión natural.

Si Dios quiere elevar al hombre a un fin sobrenatural, la revelación se hace absolutamente necesaria para conocer este fin y los medios de alcanzarlo.

La necesidad moral supone para el hombre una dificultad muy grande, pero no invencible, para llegar al conocimiento completo y cierto de las verdades de la religión natural.

La necesidad absoluta, supone la imposibilidad, la impotencia radical para conocer las verdades de la religión sobrenatural.

1º Necesidad moral de la revelación para la religión natural. No hay duda de quela razón puede, con sus propias luces, conocer la existencia y la unidad de Dios, la inmortalidad del alma, la obligación de la ley moral sancionada en la vida… Pero la inmensa mayoría del género humano no puede, sin la revelación, llegar fácilmente al conocimiento pronto, cierto y completo de las verdades y de los preceptos de la religión natural.

Se prueba por la razón.
1º Sin la revelación, pocos hombres llegarían a este conocimiento. En efecto, los unos son de una inteligencia demasiado limitada; los otros están demasiado distraídos por los quehaceres domésticos, por las necesidades de la vida, por los cuidados temporales; otros, finalmente, son perezosos, indolentes, enemigos del estudio: la mayor parte no podría o no querría resolverse al rudo trabajo necesario para hallar estas verdades que son, sin embargo, tan transcendentales.

2º Si falta el auxilio de la revelación, los hombres, aún los más inteligentes, los mejor dispuestos, no estarían suficientemente instruidos sino después de un prolongado estudio, y solamente en la edad en que las pasiones, más calmadas ya, dejan al espíritu todo su vigor. Ellos pasarían al menos todo el tiempo de su juventud, en la ignorancia de las verdades más necesarias para la regla de la vida.

3º Si falta la revelación, los hombres no pueden llegar a conocer las verdades religiosas con certeza y sin mezcla de error. La razón, aún la de los hombres más sabios, es muy débil; duda acerca de muchas cosas. De buena fe, o maliciosamente, mezcla sofismas a sus raciocinios. Un gran número de filósofos; antiguos y modernos, se han equivocado de la manera más grosera y se han contradecido así mismos; después de haberlos oído, no se sabe a qué atenerse. Ninguno ha dado un código de la ley moral completo, claro, cierto en sus reglas y sanciones; y por consiguiente: eficaz. Es pues, moralmente necesario que Dios hable, para que el conocimiento de la religión sea cierto, pronto y común a todos los hombres.

Se demuestra, además, por la historia. La historia confirma la impotencia relativa de la razón humana. Veinte siglos de paganismo nos muestran a qué se reduce el hombre privado de los auxilios de la revelación. Los pueblos más sabios: los egipcios, los caldeos, los griegos y los romanos, admitían los más monstruosos errores. Se adoraba a dioses absurdos, a animales, a árboles, a plantas; se divinizaban los vicios; se inmolaban víctimas humanas; las leyes autorizaban la muerte de los niños, de los esclavos, de los gladiadores. El culto de los falsos dioses estaba manchado con indecibles infamias; la injusticia, la tiranía, la corrupción eran profundas, y únicamente el verdadero Dios carecía de templos y de altares.

Conclusión.
La revelación está, pues, muy de acuerdo con la sabiduría y la bondad divinas, porque un Dios sabio y bueno no deja a sus criaturas privadas de los medios convenientes para el cumplimiento de sus destinos. Tan lejos está de ser inútil la revelación -como sostienen los racionalistas- que, al contrario, es sumamente necesaria para que las verdades religiosas y morales sean conocidas por todos; fácil y prontamente, con certeza y sin mezcla de error.

Objeción:
Los filósofos, los sabios ¿no podrían instruir al pueblo?

No; porque para ello se necesitaría
1º que estuvieran de acuerdo para la formación de un cuerpo de doctrina;
2º y que estuvieran dispuestos a instruir a los ignorantes;
3º que tuvieran la autoridad requerida para hacerse escuchar y para reprimir los vicios.

Pero no sucede así:

1º La historia prueba que los sabios mismos han caído en los errores más groseros acerca de las verdades de la religión y de los deberes que impone. No están de acuerdo ni siquiera sobre las verdades más esenciales… No se puede citar un solo filósofo, ni de la antigüedad pagana ni de los tiempos modernos, que haya llegado a compilar un código satisfactorio de religión y de moral. Han demostrado algunas verdades, pero ¡cuántas otras, no menos importantes, se les han pasado inadvertidas, y cuántos groseros errores no han mezclado con las pocas verdades conocidas!

Los filósofos más ilustres de la antigüedad: Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, que nunca dejaron de tener en cuenta los restos de la revelación primitiva, sólo nos han legado nociones incompletas y frecuentemente falsas, acerca de las cuestiones que más interesan a nuestra conducta y a nuestros destinos.

Muchos de nuestros sabios modernos han descendido a un nivel más bajo que los antiguos. En nombre de la razón han enseñado los errores más monstruosos y degradantes como el ateísmo, el panteísmo, el materialismo.

Si los filósofos espiritualistas modernos no han admitido errores tan graves, se debe a que han vivido en pleno Cristianismo y han aprendido el catecismo en su infancia. “Yo no sé por qué se quiere atribuir al progreso de la filosofía la hermosa moral de nuestros libros. Esta moral, sacada del Evangelio, era cristiana antes de ser filosófica.” (J. J. Rousseau).

2º Los filósofos jamas han querido instruir al pueblo. Se rodeaban de algunos discípulos escogidos, menospreciando a la plebe. Al contrario, acababan de desviarla de la verdad, rindiendo públicamente a los falsos dioses un culto hipócrita, del que después se burlaban con sus adeptos. Nuestros filósofos modernos confiesan que la filosofía se dirige a un número reducido y corre peligro de quedar sin gran eficacia sobre las costumbres.

3º Finalmente, aunque ellos hubieran querido instruir al pueblo, se habrían hallado impotentes para hacerlo. Sus doctrinas eran contradictorias tantas escuelas, tantos sistemas. Su vida desmentía su doctrina. ¿Y qué misión, qué autoridad tenían fuera de eso, para imponer sus enseñanzas a los demás hombres? “Yo no conozco _dice Voltaire_ un filósofo que haya reformado las costumbres, no digo ya de una ciudad, ni siquiera las de la calle en que vive”. La revelación de la religión natural era, pues, moralmente necesaria.

Se dice también: Mi razón me basta; no sé qué hacer de la revelación.

R1º La razón no ha bastado a los más grandes genios del universo para conocer el conjunto de las verdades y deberes religiosos ¿cómo podría bastaros a vos?

2º La razón ni siquiera es capaz de resolver todas las cuestiones que deben necesariamente formar parte de una religión:
a) Debemos un culto a Dios, pero ¿cuál es la forma de este culto?;
b) Cuando hemos violado la ley moral, tenemos una cuenta que rendir a la justicia divina, pero ¿podemos esperar el perdón? ¿y en qué condiciones?;
c) Hay una vida futura con galardones y penas ¿cuál es la naturaleza de esos galardones y de esas penas? _La sola razón no puede responder a estas grandes cuestiones y a otras semejantes.

3º La razón tampoco basta, si Dios revela misterios que creer y si dicta preceptos positivos; en ese caso debemos creer en su palabra divina, acatar sus leyes nada más justo.

Pero todo esto no prueba que la razón sea inútil; tan lejos está de ser así, que más bien se deduce su imprescindible necesidad, porque ella es la que debe examinar si la religión que se le presenta como proveniente de Dios, lo es en realidad. Aunque la fe esté por encima de la razón, jamás puede existir entre ellas contradicción alguna real, porque ambas vienen de Dios mismo, fuente inmutable de eterna verdad, y así ellas mutuamente se auxilian.
La razón prueba, protege y defiende la verdad de la fe; la fe, a su vez, libra a la razón de todos los errores, la ilumina en el conocimiento de las cosas divinas, la vigoriza y perfecciona.

2º Necesidad absoluta de la revelación para la religión sobrenatural. La religión sobrenatural comprende:
1º misterios, es decir, verdades que creer, a las que nuestra razón no alcanza;
2º preceptos positivos, que dependen de la libre voluntad de Dios;
3º un fin sobrenatural, que sobrepasa todos los recursos y todas las exigencias de la naturaleza humana, y aún de toda naturaleza creada;
4º medios convenientes para la consecución de este fin sublime.

Ahora bien, es evidente que, sin la revelación, el hombre no puede descubrir estas misterios ni las órdenes de Dios ni el fin sobrenatural, ni los medios para conseguirlo. Nuestra razón no tiene más luces que las que brotan de la creación, y en la naturaleza no hay nada que pueda manifestarnos las cosas sobrenaturales. Si place a Dios imponernos esta religión sublime, debe hacérnosla conocer y el hombre debe creer en ta palabra infalible de Dios y someterse a su dominio soberano.

El hecho de la revelación.

¿Ha hablado Dios a los hombres?


Sí; y es tan cierta que Dios ha hablado a los hombres, como lo es que el sol brilla al mediodía en un cielo sin nubes. La revelación es un hecho histórico mil veces más cierto que todos los que nos presenta la historia.

Tenemos como prueba la historia de dos grandes pueblos, el pueblo judío y el pueblo cristiano qué cuentan con más de 500 millones de hombres esparcidos por todas las partes del orbe.

La revelación es un hecho histórico y, coma todas los hechos debe ser probado por el testimonio y los monumentos auténticos. Por el contrario, la divinidad de la revelación se demuestra por las señales divinas que la han acompañado, es decir, por los milagros y las profecías.

1º El primer testimonio del hecho de la revelación es el pueblo judío, uno de los pueblos más antiguos del inundo. Los judíos afirman que Dios habló al pueblo de Israel por el ministerio de Moisés, y le prometió enviar otro profeta, el Mesías, al que esperan todavía. Toda la historia del pueblo judía supone la revelación divina.

2º Cómo segundo testimonio del hecho de la revelación, mirad en torno vuestro y ved en el mundo entero la humanidad civilizada: más de 500 millones de hombres, católicos, cismáticos, protestantes, os dicen a gritos: Dios ha hablado, particularmente por medio de Jesucristo, su Hijo divino hecho hombre, al que nosotros adoramos, y por eso somos cristianos: Jesucristo es el Mesías prometido a Moisés y a los profetas.

Esta incontable generación de nuestros días ha sido precedida por otra generación anterior; ésta, por otra, y así sucesivamente durante diecinueve siglos. Contando solamente tres generaciones de 500 millones de cristianos por siglo; tenemos más de veinte mil millones de hombres que han creído y creen todavía que Dios ha hablado a los hombres. La humanidad cristiana es para nosotros un testimonio perpetuo e irrefutable de la revelación divina.

3º Existe un libro admirable, el más antiguo, el más venerable, el más importante que se conoce en el inundo: se llama Biblia, o sea, el libro por excelencia.

La Biblia, más que un libro, es una colección de libros que se dividen en dos grandes categorías los del Antiguo Testamento, anteriores a la venida de Jesucristo, y los del Nuevo Testamento, escritos después de Jesucristo. Estos libros compuestos en distintos tiempos y lugares y por autores diferentes, forman un todo, se encadenan, se explican y se complementan los unos a los otros.

Los cinco primeros libros de la Biblia, llamados el Pentateuco, no cuentan menos de 3.400 años de existencia: resultan, pues, anteriores en más de 500 años a los anales escritos de los pueblos más antiguos. Moisés, autor de los cinco primeros libros, vivió más de mil años antes de Herodoto, el historiador profano más antiguo cuyos escritos hayan llegado hasta nosotros.
Lo que da a Moisés una autoridad incomparable es que, después de transcurrir 4.000 años, la ciencia misma viene a confirmar sus narraciones, a pesar de haber intentado, mil y mil veces desmentirlas. Los recientes descubrimientos hechos por los sabios en Egipto, en Caldea, en Palestina, hacen resaltar aún más la veracidad de la Biblia.

El Antiguó Testamento encierra 40 libros, divididos en tres clases: libros históricos, libros didácticos y libros proféticos.

Los últimos libros de la Biblia, que forman el Nuevo Testamento, datan de hace 2.000 años, y nos narran el nacimiento, la vida, las obras y la doctrina sublime de Jesucristo, el Mesías prometido y anunciado en los primeros libros de la Biblia. El Nuevo Testamento contiene los cuatro Evangelios, los hechos de los Apóstoles, veintiuna Cartas o Epístolas y el Apocalipsis.

Nadie puede dudar de la autoridad, del valor histórico y de la veracidad de la Biblia: los proclama la voz de dos grandes pueblos: el pueblo judío y el pueblo cristiano, cuya existencia sucesiva compren de un lapso de más de 3.500 años. Millones de judíos y de cristianos han dado la vida por sostener la veracidad de este libro y, otros millones están prontos a morir por, la misma causa. ¿Dónde hay un libro, fuera de la Biblia, cuya veracidad haya sido testificada por millones, de mártires?

Este libro rodeado del mayor respeto, guardado con religioso cuidado, como tesoro divino que encierra la palabra de Dios, transmitido a través de los siglos, ya por los judíos, ya por los cristianos, no podía sufrir alteración alguna. Era tan imposible alterar la Biblia, como sería imposible, hoy día, alterar el Código civil de una nación cuyos ejemplares se hallan en poder de todos.

Podemos, pues, concluir que los hechos narrados en la Biblia son absolutamente ciertos. Es así que la Biblia nos narra las obras de Dios, su alianza con el hombre. Y sus divinas revelaciones. Luego, es cierto que Dios ha hablado a los hombres.

Religión sobrenatural y positiva

¿Se ha contentado Dios con revelar una religión meramente natural?


No; Dios ama tanto al hombre, su criatura privilegiada, que ha querido establecen con él relaciones más íntimas, relaciones sobrenaturales y divinas, llamarlo a un fin sobrenatural, que no es otra cosa que la visión intuitiva del mismo Dios en el cielo. Esta religión sobrenatural no es otra que la religión cristiana.

1º El hombre, por su origen y naturaleza, es solamente criatura y ser servidor de Dios. Dios, par una bondad inefable y completamente gratuita ha querido elevarle a una dignidad más alta, la de hijo adoptivo.

Más de una vez se ha visto a un príncipe noble y rico elegir un niño pobre para tomarle por hijo adoptivo y heredero de su nombre, de su dignidad y de sus bienes. Más poderoso que estos señores de la tierra, Dios no se contenta con otorgar, a los que adopta, títulos y esperanzas; les comunica una participación de su propia naturaleza, ennoblece y transforma su alma por la gracia santificante.
Como el hierro en la fragua toma el brillo y el calor del fuego; como el globo de cristal que encierra una luz brilla con las claridades de ésta, así, por la gracia santificante, que acompaña a la adopción divina, el alma recibe una participación de la naturaleza y de la hermosura de Dios.

2º Tal es la gracia de la adopción divina. Este favor lleva otro en pos de sí: el hijo adoptivo se convierte en heredero. Adoptándonos por hijos, Dios nos señala por herencia una participación de su propia felicidad, la visión, cara a cara, de su esencia infinita en el cielo.

3º¿Estos beneficios son debidos a la naturaleza humana?
La misma palabra adopción nos dice que estos favores son dones gratuitos a los que el hombre no tiene derecho alguno. La adopción, por su naturaleza, es un acto de libre generosidad. El extraño y el siervo, por más que hagan, no pueden adquirir el derecho de ser recibidos en el número de los hijos.

Con mayor razón, el hombre no podría naturalmente pretender la filiación divina, porque respecto de Dios toda criatura es infinitamente inferior, esencialmente esclava y dependiente. La herencia celestial, pues, es una participación de la felicidad íntima de Dios, y ni las exigencias de nuestra alma ni los méritos naturales de sus facultades pueden darle derecho alguno a ella. Son beneficios superiores a su naturaleza, y su conjunto constituye un orden que se llama: orden sobrenatural, por oposición al orden natural.

Aclaraciones:
1º La religión natural y la religión revelada son distintas, la una no es la otra pero son inseparables. La religión natural es cimiento y sostén del edificio; la religión sobrenatural es la perfección y el coronamiento.

2º La religión revelada, encierra todos los dogmas y todos los deberes de la religión natural; sin embargo, ésta nunca ha existido sin aquélla porque Dios, desde el principio, quiso someter al hombre a una religión revelada con un fin y medios sobrenaturales.

3º No solamente no puede existir contradicción entre ellas; sino que reina armonía perfecta, porque una y otra son obra de Dios, autor del orden natural como del orden sobrenatural.

Orden natural y orden sobrenatural.

Cada uno de los seres de la Creación tiene señalada una función en el universo; tiene su destino y recibe, con su naturaleza los medios que le permitan dirigirse fácilmente y con seguridad a su fin.

El orden es la proporción existente entre la naturaleza de un ser, el fin para el cual ha sido creado por Dios y los medios que le da para alcanzarlo.

Lo natural es lo que, viene de la naturaleza, lo que un ser trae consigo al nacer y que debe rigurosamente poseer, sea para existir, sea para ejercer su actividad en vista del fin que le es propio.

Lo sobrenatural es algo sobreañadido, sobrepuesto a lo natural para perfeccionarlo, elevarlo y hacerlo pasar a un orden superior. Así, lo sobrenatural es lo que está por encima del poder y de las exigencias de la naturaleza: es como el injerto que hace que el patrón produzca frutos de una especie superior.

El orden natural para el hombre es el estado de ser racional, provisto de los medios necesarios para alcanzar el fin conforme a su naturaleza.

El orden sobrenatural es el estado al cual Dios eleva al hombre, dándole un fin superior a su naturaleza y medios proporcionados para conseguir este nuevo destino.

I. Orden natural.
Un orden supone tres cosas:
1º, un ser activo;
2º un fin;
3º, los medios para alcanzar este fin.

En el orden natural, el hombre obraría con las solas fuerzas de su naturaleza. Tendría por fin, por destino, la Verdad suprema y el Bien absoluto, es decir, Dios; un ser inteligente no puede encontrar en otra parte su felicidad perfecta.
Cómo medios naturales el hombre, posee facultades proporcionadas al fin que exige su naturaleza; una inteligencia capaz de conocer toda verdad; una voluntad libre capaz de tender al bien. Estas dos facultades permiten al hombre conocer q amar a Dios, que, es la verdad y el bien por excelencia.

Pero, en la vida futura, Dios puede ser conocido y poseído de dos maneras: directa e indirectamente; Se conoce a Dios directamente, cuando se le contempla cara a cara; e indirectamente, cuando se le percibe en sus obras. Viendo las obras de Dios, el hombre ve reflejada en ellas, como en un espejo, la imagen de las perfecciones divinas de este modo se conoce a una persona viendo su retrato.

Ninguna inteligencia creada puede, con sus fuerzas naturales, ver a Dios de una manera directa. Vera Dios cara a cara, tal como es en sí mismo es verle corno Él se ve, es conocerlo coma Él mismo se conoce, es hacerse participante de un atributo que no pertenece sino a la naturaleza divina.

Por consiguiente, si Dios se hubiera limitado a dejarnos en el estado natural, el hombre fiel, durante el tiempo de la prueba, por la observancia de los preceptos de la ley natural, habría merecido una felicidad conforme a su naturaleza. Hubiera conocido a Dios de una manera más perfecta que en esta vida, pero siempre bajo el velo de las criaturas. Hubiera amado a Dios con un amor proporcionado a este conocimiento indirecto, corno un servidor ama a su dueño, un favorecido a su bienhechor. En este conocimiento y en este amor, el hombre habría hallado la satisfacción de sus deseos. No podría exigir más.

Tal es el orden natural. Este orden jamás ha existido, porque el primer hombre fue creado para un fin sobrenatural. Pero era posible. Según la opinión común de los teólogos, los niños muertos sin bautismo obtienen este fin natural… Gozan de una felicidad conforme a la naturaleza humana; conocen a Dios por sus obras, mas no le pueden ver cara a cara: no contemplan su belleza inmortal sino a través del velo de las criaturas.

II. Orden sobrenatural.
En este orden, el ser activo es siempre el hombre, pero el hombre transformado por la gracia divina, a la manera que el patrón rústico se transforma por el injerto.

El fin sobrenatural del hombre consiste en ver a Dios cara a cara, en contemplar la esencia divina en la plenitud de sus perfecciones. Un niño conoce mucho mejora su padre cuando le ve en persona, cuando goza de sus caricias, que cuando ve su retrato. Esta visión intuitiva de Dios procura al alma un amor superior y un gozo infinitamente más grande. Así ver a Dios cara a cara en su esencia y en su vida íntima, amarle con un amor correspondiente a esta visión inefable, gozar de Él, poseerle de una manera inmediata, de ahí el fin sobrenatural de los hombres y de los ángeles. Nada más sublime…

El fin exige medios, que deben ser proporcionados al mismo. Un fin sobrenatural pide medios sobrenaturales. El hombre necesita para alcanzar este fin superior de luces que eleven su inteligencia por encima de sus fuerzas naturales; de auxilios que vigoricen su voluntad para hacerle amar, al Sumo Bien, como Él merece ser amado. Estas luces y estos auxilios se llaman, aquí en la tierra, gracia actual y gracia santificante; en el cielo, luz de la gloria.

La gracia santificante es una participación de la naturaleza de Dios, según, las hermosas palabras de San Pedro: Divinae consortes naturae; es una cualidad verdaderamente divina que transforma la naturaleza del alma y sus facultades y se hace en ella el principio de las virtudes y de los hábitos sobrenaturales, moviéndole a ejecutar actos que le merecen un galardón infinito: la participación de la felicidad de Dios. Por la gracia santificarte, el hombre deja de ser mera criatura y siervo de Dios para convertirse en su hijo adoptivo y poseedor de una vida divina.

Así como el fuego penetra el hierro y le comunica sus propiedades, y entonces el hierro, sin perder su esencia, alumbra como el fuego, calienta como el fuego, brilla como el fuego; así también el alma, transformada por la gracia santificarte, sin perder nada de su propia naturaleza, tiene no ya solamente una vida humana o una vida angélica, sino una vida divina. Ve como Dios, ama como Dios, obra como Dios, pero no tanto corno Dios.

Ya no hay entre ella y Dios tan sólo una vinculación de amistad, sino una unión real. La naturaleza divina la penetra y le comunica algo de sus perfecciones. Sin embargo, el hombre no queda absorbido por esta transformación, conserva su naturaleza, su individualidad, su personalidad. La gracia no destruye la naturaleza, sino que la presupone y perfecciona.

Tal es el orden sobrenatural. Después de esto, se comprende bien que todas las obras hechas sin la gracia santificarte nada valgan para merecernos el fin sobrenatural.

Obligación de abrazar la religión revelada.

¿Estamos obligados a aceptar la religión revelada por Dios?


Sí; todos los hombres están obligados a aceptar la religión revelada, a creer en sus dogmas, a cumplir sus preceptos y al practicar su culto.

Siendo Dios la verdad suma y la autoridad suprema, tenemos el deber de creer en su palabra y obedecer sus leyes.

No hay libertad de conciencia ante Dios. Todo hombre nace súbdita de la verdad, y está obligado a profesarla en la medida de su conocimiento.

Dios, como Creador, posee un soberano dominio sobre todas sus criaturas. Al crearlas, no renuncia al derecho de perfeccionarlas. Después de haber dotado al hombre de una naturaleza excelente, puede elevarle, si así le place, a un destino más excelente todavía, con lo cual no sólo ejerce un acto de amor, sino también un acto de autoridad: da, pero quiere que se le acepte lo que da.
Si la arcilla no tiene derecho para decir al alfarero ¿Por qué haces de mí un vaso de ignominia?, menos puede decir: ¿Por qué haces de mí un vaso de honor? La obra no puede rehusar la perfección de que quiere dotarla el obrero.

Nobleza obliga es un axioma. Ahora bien, para el hombre, la cualidad de hijo de Dios, la vocación a la gloria del cielo, es la mayor de las noblezas; Quienquiera que llegare a delinquir contra ella, se hace culpable ante el Soberano Señor, y será tratado coma esclavo, ya que no ha querido ser tratado como hijo.

Aparte de esto, una vez establecido y probado el hecho de la revelación y de la venida del Hijo de Dios a este mundo, seríamos infieles a la razón misma y a la sana filosofía si no creyésemos en la revelación. El pecado contra la religión revelada se convierte en pecado contra la religión natural, que enseña claramente que el hombre tiene obligación de someter su razón a la palabra de Dios, creyendo lo que enseña y practicando lo que demanda.

Para enseñarnos la verdadera religión ¿es necesario que Dios hable directamente a cada uno de nosotros?

No; esto no es necesario y ni siquiera conveniente. Basta que Dios instruya a algunos hombres y les confíe la misión de enseñar a sus hermanos la verdadera religión y de probar la divinidad de la propia misión con señales evidentes.

Para hacernos conocer la religión, Dios puede hablar directamente, a cada uno de nosotros, o bien encargar a algunos embajadores que nos hablen en su nombre.
El primer método se llama revelación inmediata, y el segundo, revelación mediata.

El primer método lleva consigo graves inconvenientes, y ésta es la razón por la cual Dios no podía, convenientemente empleárlo.

1º Si la revelación divina se hiciera a cada hombre inmediatamente, los impostores podrían dar como revelados por Dios los dogmas y preceptos que más les agradara seguir, sin que pudieran ser convencidos de mentira por la autoridad de una revelación pública y común, pues no existiría. Bien pronto se verían tantas religiones como hombres; con todos los males que pueden resultar de la ilusión y del fanatismo.

2º El genero de revelación por vía de enseñanza y de autoridad es más sencillo, porque necesita menos de la intervención sobrenatural de Dios. Es igualmente eficaz cuando los enviados de Dios nos hablan, estamos tan seguros de la verdad como si nos hubiera hablado Él mismo.

Basta que el hombre tenga señales ciertas para controlar que los que han recibido de Dios la misión de transmitirnos sus di posiciones no se han engañado, ni nos engañan. ¿No se trataría de insensato y rebelde a aquel súbdito que se negara a ejecutar las órdenes de su soberano, alegando que él no las ha recibido del príncipe mismo sino de su intermediario?

3º Tampoco es necesario que cada hombre en particular sea testigo de las señales divinas que dan los legados de Dios para probar su misión. Si así fuera, habría que rechazar todo testimonio histórico, aunque nos ofrezca una verdadera certeza, la certeza moral, que excluye toda duda y aun la más ligera sospecha de error.

Objeción:
¿Por qué hay hombres intermediarios entre Dios y nosotros?

Rechazáis la religión revelada porque os ha sido transmitida por intermediarios entre Dios y vosotros. Pero, entonces, si sois consecuentes debéis rechazar todo lo que habéis recibido de Dios por medio de los hombres: la vida, el alimento, el vestido, la educación, el lenguaje que habláis, el nombre que lleváis y los derechas de que gozáis en la sociedad… Vuestra pretensión es absurda.

¿Acaso no necesitáis de los hombres para nacer, alimentaros e instruiros?
Pues bien, lo que es verdad para la vida natural debe serlo también para la religión. Entre Dios y nosotros median, en el orden natural, nuestros padres, nuestros maestros de ciencias profanas; entre Dios y nosotros, en el orden de la religión, existen los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los sacerdotes, los embajadores de Dios…

Todo lo que podéis exigir, con derecho, a estos embajadores son sus credenciales: las señales evidentes que prueban su misión divina. Nada más.

Señales o notas de la revelación divina

¿Podemos conocer mediante señales ciertas la religión revelada por Dios?


Sí: podemos conocerla por señales ciertas e infalibles, y las principales de entre ellas son los milagros y las profecías.

Si Dios nos impone una religión, ha de dar señales o notas para distinguirla de las religiones falsas: la religión revelada debe llevar la firma de su autor. Un rey tiene un sello real para autorizar sus decretos; un hombre tiene su firma con que subscribe sus cartas. Dos también puede tener un sello, una forma que nadie pueda falsificar. El sello de Dios, la firma de Dios, es el milagro y la profecía.

En lo tocante al milagro y a la profecía, tenemos que considerar tres cosas:

1º Su naturaleza y su posibilidad.

2º Su comprobación.

3º su valor probatorio.

Primera señal de la revelación: EL MILAGRO

Naturaleza y posibilidad del Milagro


¿Qué es un milagro?

El milagro es un hecho sensible, que suspende las leyes ordinarias de la naturaleza, supera su fuerza y no puede ser producido sino por una intervención especial de Dios, como la resurrección de un muerto; la curación de un ciego de nacimiento.

La palabra milagro designa un acontecimiento extraordinario que excita la admiración y causa sorpresa. Y en este sentido se habla de los milagros del genio, de la elocuencia, de la ciencia, etcétera. Tomado en este sentido general, el término milagro es completamente impropio. El milagro es un hecho divino que supera las fuerzas de la naturaleza y suspende sus leyes.

Para un verdadero milagro se necesitan tres condiciones:

1º Un hecho sensible, capaz de ser visto o percibido par los sentidos; si falta dicha condición, no puede servir como prueba de la revelación.

2º Un hecho contrario a las leyes de la naturaleza. El mundo está gobernado por leyes que Dios ha establecido: el fuego quema; las aguas corren; los muertos no vuelven a la vida. Si el fuego deja de quemar, si el agua se detiene, si un muerto vuelve a la vida, hay suspensión de estas leyes y, por consiguiente, hay milagro.

3º Este hecho requiere una intervención particular de Dios, porque ningún ser creado, por poderoso que sea, puede cambiar nada en las leyes establecidas por el Creador. Sólo Dios posee el poder de hacer milagros.

No hablamos aquí más que de milagros de primer orden, absolutamente divinos; sea en su substancia, sea en su modo. Estos milagros, estos hecho, que por su naturaleza, o por la manera como se realizan, superan realmente el poder de todo seres visibles e invisibles.

Indudablemente, Dios puedese para ejecutarlos, del ministerio de los ángeles o de los hombres; pero ellos no obran ni en nombre propio, ni por propio poder; sino en nombre y por poder de Dios, de quien no son más que simples instrumentos. Dios es siempre el agente principal, la causa eficiente del milagro.

Algunos autores dan también nombre de milagros a hechos que sobrepasan el por de los seres visibles, pero no el de los espíritus. Para diferenciarlos de los primeros los llaman milagros de segundo orden. Los ángeles y los demonios tienen un poder muy grande y pueden usar de él; pero sólo por el permiso de Dios. Luego, los ángeles no hacen milagros ni los demonios prodigios sino cuando Dios lo ordena o permite por razones dignas de su sabiduría.

Dios no puede permitir que el demonio induzca a los hombres a error; por eso es relativamente fácil conocer los prodigios de los demonios. Los teólogos dan reglas para discernir estos prodigios de los verdaderos milagros.

¿Puede Dios hacer milagros?

Sí; Dios puede hacer milagros, porque ha creado libremente el mundo, y libremente ha establecido las leyes que lo rigen. Puede, por consiguiente, suspender esas leyes cuando así le plazca.

Decir que el milagro es imposible, equivale a negar la omnipotencia de Dios; es contradecir al sentido común de todos los pueblos; es negar los hechos históricos más ciertos.

Los racionalistas no quieren que el milagro sea posible, porque el milagro aniquila sus falsos sistemas. Por eso claman: ¡Nada de milagros! ¡el milagro no existe! ¡el milagro es imposible!
Tal es su consigna; pero en cuanto a razones, no aducen ninguna. Cuando nosotros les mostramos milagros patentes, ni se dignan fijar en ellos su atención.
¡Ah!, es que, admitiendo el milagro, tendrían que rendirse y creer en la existencia de Dios, en una religión revelada, en todo el orden sobrenatural, y eso es precisamente lo que no quieren hacer, cueste lo que cueste.
No quieren oír hablar de religión, para tener libertad completa en la satisfacción de sus pasiones. ¡Pobres ciegos! ¿Qué ganan con engañarse a sí mismos?… El buen sentido, más clarividente que todas las ciencias criticas del mundo, se obstina en sostener que el milagro es posible.

¿Qué proclama la razón? Ella nos dice que Dios ha establecido libremente las leyes del mundo físico y que, por lo tanto, puede modificarla a su agrado, hacer excepciones en las mismas, o bien suspender su curso.
Él ha creado el mundo; ¿no es, por tanto, su dueño? Dios ha creado el ojo del hombre y sus demás órganos, ¿y no podrá rehacer ese ojo, o cualquier otro órgano destruido? ¿Quién se atreverá a sostener que Dios no puede sanar a un rengo, curar a un enfermo, resucitar a un muerto? Un oculista sana una catarata;
¿Dios no podrá hacer otro tanto, sin tomar un bisturí, o cortar una fiebre sin administrar quinina? Una fuerza más poderosa puede anular una inferior: así, la fuerza de mi brazo anula la fuerza del peso. Y, ¿por qué Dios no ha de tener la potestad de detener y dominar las fuerzas de la naturaleza?…

“Si alguien, dice el incrédulo Rousseau, imagina negar a Dios el poder de hacer milagros, de derogar las leyes que ha establecido, se le honraría demasiado castigándole; bastaría encerrarle en una casa de locos”. Por eso, todos los pueblos del mundo han admitido la posibilidad de los milagros. Más adelante veremos que existen verdaderos milagros, perfectamente atestiguados y comprobados.

Por lo demás, el milagro no es solamente posible para el poder de Dios, sino que es muy conforme a su sabiduría. “No sería conveniente, dice Lactancio, que Dios hablara como filósofo que diserta: debe hablar como señor que manda. Debe apoyar su religión, no sobre argumentos, sino sobre las obras de su Omnipotencia”.

Objeciones:
1º El milagro trastorna las leyes y el orden de la naturaleza; es así que Dios ha querido que estas leyes fueran invariables: luego el milagro es imposible.

a) Suponiendo que el milagro trastorna esas leyes ¿deberíamos concluir que es imposible? No; porque quien tuvo suficiente poder para establecerlas, debe tenerlo también para suspenderlas, para mudarlas y aún para abolirlas si tiene buenas razones para ello. Las leyes de la naturaleza quedan siempre sometidas a la voluntad todopoderosa de Dios. Esas leyes no son en manera alguna necesarias por sí mismas: Dios podía haber dictado otras.
Si las leyes matemáticas y las leyes morales son inmutables por naturaleza, por estar fundadas sobre la esencia de Dios, que es siempre la misma, las leyes físicas no lo son, porque Dios las ha establecido libremente, ya que podía haber creado otro orden de cosas.

b) El milagro no destruye ni las leyes ni la armonía de la naturaleza. Es una simple suspensión de una ley particular y en un caso particular. Esta suspensión no destruye esas leyes ni las otras; por todas partes y siempre la excepción no hace más que confirmar la regla.
Si el director de un colegio concede un día de asueto, ¿queda acaso por ello abolido el reglamento? Si un soberano, por buenas razones, indulta a un condenado ¿detiene acaso con eso el curso regular de la justicia? Lo mismo sucede en la naturaleza.
No se trata de multiplicar los milagros y sustituir en todo, la regla por excepción. El que un paralítico camine, un ciego vea, un muerto resucite, no impide que la naturaleza siga su curso habitual, y que los hombres queden sujetos a la enfermedad y a la muerte. Luego el milagro no destruye las leyes ni la armonía del universo.

2º Se dice también que los decretos de Dios son inmutables; es así que una suspensión de las leyes generales supone en Dios un cambio de voluntad: luego, el milagro es imposible.

Está objeción es pueril y fruto de una verdadera ignorancia. El milagro no supone cambio alguno en los decretos divinos por un: por un mismo acto de voluntad eterna, Dios, decreta las leyes y las excepciones a estas leyes que quiere producir en el curso de los siglos. Desde toda la eternidad Dios ha concebido el plan de la creación, y el milagro forma parte de ese plan divino. Así Dios ha decretado que en tal momento, con motivo de tal súplica, por razón digna de su sabiduría, suspenderá las leyes ordinarias de la naturaleza. Obrando milagros, Dios no cambia sus decretos, sino que los cumple.

Comprobación del milagro

¿Podemos comprobar un milagro?


Sí; podernos comprobar el hecho milagroso y conocer con certeza si ese hecho tiene por causa la Omnipotencia de Dios.

En todo milagro hay dos cosas: el hecho exterior y sensible y la causa que lo produce.

1º El hecho se comprueba como todos los demás hechos naturales: si es un hecho presente, por el testimonio de los sentidos; si es un hecho pasado, por el testimonio de la historia.

2º Si el hecho sensible deroga las leyes naturales y es superior a las fuerzas de los seres creados, necesariamente debe atribuirse al Creador, puesto que no hay efecto sin causa capaz de producirlo. En este caso, el hecho producido es un milagro. Sólo Dios es el dueño de la naturaleza; ésta no obedece a los impostores.

Los racionalistas vencidos acerca de la posibilidad del milagro, alegan la imposibilidad de comprobarlo, en caso que existiera. Esta pretensión es tan poco razonable como la primera.

En todo milagro se debe distinguir el hecho en sí mismo y su carácter milagroso; cosas bien fáciles de ser comprobadas.

a) El hecho se comprueba como todo otro hecho sensible, o por los sentidos, o por el testimonio de los que lo han presenciado. Suponed un ciego reconocido como incurable por los médicos y que, repentinamente, recobra la vista. ¿Es difícil comprobar que ese individuo era ciego y que ahora ve? No es menester acudir a los sabios; basta el simple buen sentido.

Si yo no soy testigo presencial del milagro, todavía me es posible conocerlo con certeza. Todo hombre razonable cree un hecho cuando se lo afirman numerosos testimonios, constantes y uniformes, de hombres dignos de fe, es decir, de personas que no han podido ser engañadas y que no quieren engañar.

Estas son las condiciones de todo testimonio, y se aplican tan bien a los hechos milagrosos como a todos los demás. Aplicando estos principios, puedo estar seguro de la resurrección de un muerto que date de diecinueve siglos atrás, como si se hubiera realizado ante mis ojos; como puedo estarlo de la batalla de Waterloo o de la existencia de París. Negar esto es negar la certidumbre de la historia.

b) El carácter milagroso del hecho puede ser comprobado como el hecho mismo. Suponed un muerto resucitado. ¿Dónde está la causa de su resurrección? Todo lo que acontece en el mundo supone una causa capaz de producirlo. Un hombre ha pronunciado sobre el muerto estas palabras. ¡Levántate!
Evidentemente esta sencilla expresión no podría resucitarlo. Es una ley bien comprobada que la palabra humana nada puede sobre un cadáver. Por consiguiente, si la resurrección se ha realizado, es en virtud de un poder superior.

¿Cuál es este poder? Todos los seres creados, visibles e invisibles, son incapaces de destruir las leyes establecidas por el Creador. Para resucitar un muerto se requiere un poder infinito. Por lo tanto, sólo Dios ha podido dar a la palabra humana tan grande eficacia. No es menester una comisión de sabios para comprobarlo hasta tener ojos y una pequeña dosis de buen sentido.

Si hay casos en que las leyes de la naturaleza no aparecen evidentemente derogadas, o si se duda de que el hecho supere todas las fuerzas creadas, entonces la prudencia nos obliga a suspender todo juicio.

Para probar la revelación, Dios se sirve de milagros tan evidentes que es imposible no distinguirlos con certeza.

Objeciones:
1º ¿Cómo poder saber si un hecho comprobado supera todas las fuerzas de la naturaleza? ¿No sería necesario para esto conocer todas las fuerzas y todas sus leyes?

No, no es necesario, y sostener la afirmativa nos conduciría a la destrucción de todas las ciencias naturales. Es cierto que nosotros conocemos algunas de estas leyes. Sabemos, sin que haya lugar a duda, que un muerto no vuelve a la vida, que el fuego tiene la virtud de quemar, que una llaga antigua no se cicatriza repentinamente y mil otras leyes por el estilo.

Todo lo que se manifieste en oposición directa a una ley conocida de la naturaleza, no puede nunca ser producido por fuerzas naturales. Luego hay bastantes casos en los cuales podemos juzgar con certeza del carácter milagroso de un hecho. Cuando este carácter no es evidente, debemos abstenernos dé emitir juicio; pero este caso dudoso no perjudica en nada a los casos ciertos.

Hay ojos que no son capaces de precisar en un arco iris el límite exacto entre el color amarillo, y sin embargo, todo ojo sano puede reconocer líneas que son indiscutiblemente rojas y otras que son amarillas. Lo mismo sucede con los milagros. No se puede afirmar siempre si un determinado hecho es realmente un milagro; sin embargo, indicar hechos que son, con toda certeza, verdaderos milagros.

“No es necesario conocer todas las leyes de la nación, ni todos los artículos del código, para asegurar que el homicidio voluntario constituye una infracción de la ley. Tampoco es necesario conocer todos los recursos de la medicina para saber que con una simple palabra no se hace salir del sepulcro a un cadáver".

“En nuestros días hay quien opone a los verdaderos milagros los efectos del hipnotismo y de la autosugestión. Que el poder de la sugestión produce fenómenos nerviosos más o menos extraordinarios, es indudable. Que puede calmar y aun curar enfermedades nerviosas, también se comprende. Pero volver la vista a los ciegos de nacimiento, el oído a los sordomudos, curar llagas y úlceras, he ahí lo que no puede hacer. La imaginación y la voluntad son impotentes para renovar los órganos, destruirlos, así como para darles vida.”

2º Se oponen los descubrimientos de la ciencia moderna. Si nuestros abuelos, se dice, resucitaran quedarían deslumbrados ante los actuales inventos de la técnica.

Es fácil distinguir entre el verdadero milagro y los prodigios de la ciencia. No cabe duda que muchos fenómenos, extraordinarios en otros tiempos, se han hecho vulgares al paso que se ha ido conociendo mejor la naturaleza y sus fuerzas; un gran número de cosas, imposibles hoy para nosotros, no lo serán para nuestros nietos. Pero dos caracteres distinguirán siempre el hecho milagroso y lo diferenciarán de los demás prodigios.

a) En todos estos procedimientos de la ciencia hay siempre un intermediario entre la causa y el efecto; el calor el agua en la máquina de vapor; el hilo y el aparato en los telégrafos y teléfonos… En el descubrimiento de estos intermediarios está empeñada la ciencia. Nada parecido acontece con el milagro: Jesús llama a Lázaro y éste, muerto de cuatro días, sale del sepulcro. ¿Dónde está el intermediario? Una cosa es llevar a cabo tal o cual hecho mediante el empleo ingenioso de las fuerzas de la naturaleza, y otra muy distinta hacerlo sin el auxilio de una fuerza natural.

b) Se puede repetir los fenómenos científicos tantas veces como se quiera; basta poner la causa, y el efecto se sigue necesariamente. El milagro, en cambio, no se renueva; nadie intentará resucitar aun muerto con la palabra; tan convencido está todo el mundo de que el prodigio de Betania es un hecho excepcional, fuera de las leyes constantes de la naturalezas. Estos dos caracteres bastan para distinguir el milagro de todos los inventos presentes y futuros.

Fuerza probatoria del milagro

Los verdaderos milagros ¿prueban de una manera cierta la divinidad de la religión?


Sí; porque ellos son la señal, el sello, la firma, que Dios pone a todas sus revelaciones para mostrar que Él es su autor. Luego una religión confirmada por verdaderos milagros no puede venir sino de Dios.

Un sólo milagro perfectamente comprobado demuestra la divinidad de una religión, porque Dios no puede aprobar el error, ni favorecerlo mediante milagros: de lo contrario, engañar a los hombres atestiguando una falsa doctrina.

El milagro de primer orden no puede tener más autor que Dios. Si ese milagro ha sido hecho en confirmación de una doctrina, es Dios mismo quiera la confirma y le aplica su sello divino. Es así que repugna el supuesto de que Dios confirme el error, porque engañaría a los hombres. Luego cuando un hombre propone una doctrina como divina, y la apoya con un milagro verdadero, es Dios misma quien marca esta doctrina con el sello de su autoridad. Este hombre no puede ser un impostor, y la doctrina que enseña es necesariamente divina.

1º Un solo milagro prueba, en primer lugar, la existencia de Dios, porque el milagro es un hecho divino; luego supone una causa divina.

2º Un solo milagro obrado en favor de una religión, prueba la verdad de toda ella. Dios es la verdad por esencia no puede autorizar una religión falsa entre los hombres, dándole, aunque sólo sea por una sola vez, el menor signo exterior de divinidad. De otra suerte, los hombres serían inevitablemente engañados por culpa de Dios, a vista de una señal divina que, por naturaleza, es el sello verdadero de la religión divina. Por consiguiente, si veo un milagro, un solo milagro en una religión, puedo exclamar con certeza ¡he ahí la verdadera religión!

3º El milagro es un título auténtico de fe para la misión dé aquel que lo produce. Es una demostración clara, breve y perentoria de que Dios le envía. ¿Qué hace un soberano de este mundo cuando envía un embajador a otro príncipe? Le da una credencial autenticada con el sello real. Dios procede como los príncipes de este mundo: cuando envía sus embajadores a los hombres les da la credencial más cierta, la más segura, la más auténtica: el milagro.

“El milagro, dice el cardenal Pie, es el verdadero eje y fundamento de la religión cristiana. Ni en la persona de sus profetas ni en la persona de su Hijo, Dios ha tratado de demostrar, por razonamientos de ninguna clase, la posibilidad de las verdades que enseñaba o la conveniencia de los preceptos que intimaba al mundo. El habló, mandó, y, como garantía de su doctrina, coma justificación de su autoridad, obró el milagro…
No nos es, pues, permitido, en forma alguna, abandonar o debilitar, relegándolo a segundo término, un orden de pruebas que ocupa el primer puesto en la economía e historia del establecimiento cristiano. El milagro, que pertenece al orden de los hechos, es, para las multitudes, infinitamente más probatorio que todas las otras clases de argumentos: mediante él, una religión revelada se impone y se populariza.” (Instrucciones sinodales).

Segunda señal de la revelación: LA PROFECÍA

1º Naturaleza y posibilidad de la profecía

¿Qué es una profecía?


Es la predicción cierta de un acontecimiento futuro, cuyo conocimiento no puede deducirse de las causas naturales. Tales son, por ejemplo, el nacimiento de un hombre determinado, los actos de este hombre anunciados muchos siglos antes.

La profecía se diferencia esencialmente de la conjetura; es cierta y absolutamente independiente de las causas naturales. Así, las predicciones del astrónomo que anuncia los eclipses; las del médico que predice las resultas de una enfermedad; las de un hombre de Estado que prevé un cambio político, no son profecías: son deducciones de causas naturales conocidas. El demonio, superior al hombre en inteligencia puede hacer conjeturas más serias que las del hombre, pero no puede hacer profecías, porque no conoce lo porvenir.

¿Qué se requiere para una verdadera profecía?
Se requiere:
1º, que la predicción se haga antes del acontecimiento y con tanta certeza que no quepa duda alguna respecto de su existencia;
2º, que el hecho anunciado sea de tal naturaleza, que ninguna inteligencia creada pueda preverlo por medio de las causas naturales;
3º, que el hecho se cumpla según la predicción, porque la profecía en tanto prueba, en cuanto el acontecimiento anunciado la justifica.

¿Cuáles son los acontecimientos que no pueden ser conocidos por la ciencia? _Son aquellos que dependen de la libre voluntad de Dios o de la libre voluntad del hombre. Y como estas cosas no dependen de las causas naturales, el profeta no puede verlas en ellas. No puede verlas sino donde están, en la inteligencia de Dios, que es el único que conoce lo porvenir. Por consiguiente, la profecía es un milagro del orden intelectual, una palabra divina.

¿Puede Dios hacer profecías?

Sí; Dios puede hacer profecías, o por sí mismo o por sus enviados, porque Él conoce el porvenir y puede manifestarlo a los hombres. Los hombres que reciben estas comunicaciones divinas y predicen lo futuro, se llaman profetas.

1º Dios conoce lo porvenir. La ciencia de Dios es infinita. Abraza a la vez lo pasado, lo presente y lo futuro. Así Dios conoce lo mismo las cosas futuras que las presentes, lo mismo los actos futuros de las causas libres que los de las causas necesarias. Si Dios no conociera los acontecimientos sino cuando se realizan, su ciencia no sería infinita, Dios no sería Dios. Para Él no hay ni pasado, ni futuro, sino un eterno presente.

2º Dios, puede manifestar a los hombres el conocimiento de estos sucesos futuros, porque si Dios nos ha otorgado el don de hablar, ¿por qué se habría Él mismo reducido a silencio? Por lo tanto, Dios puede hacer profecías y levantar una punta del velo que oculta a los hombres lo porvenir.

Tal es la creencia de todos los pueblos. Todos: paganos, judíos, cristianos, han creído en las profecías; todos han conservado el recuerdo de los oráculos que anunciaban al Libertador del mundo, al Deseado de las naciones; lo que prueba que todos los pueblos han atribuido a Dios el conocimiento del futuro.

Objeción:
¿Cómo se puede conciliar la presencia de Dios con la libertad del hombre?

1º La razón nos dice que Dios conoce lo porvenir y que nosotros somos libres: esto nos basta. En el orden natural hay muchas cosas que no podemos comprender, y ¿tendríamos la pretensión de querer comprender los atributos infinitos de Dios? La criatura, limitada y finita, no puede comprender lo infinito.

2º La ciencia de Dios no destruye nuestra libertad, porque Dios ve nuestras acciones tales como son, es decir, libres. De lo alto de una torre, yo veo a un hombre que se va a arrojar a un precipicio: ¿Mi mirada puede influir algo en la libertad de su acción? Evidentemente, no. Es indudable que el hombre ejecuta las acciones que Dios ha previsto, pero no las hace porque Dios las haya previsto, al contrario, Dios no las hubiera previsto si el hombre no las hubiera de hacer libremente bajo la mirada divina.

Toda la dificultad viene de la palabra prever: poned en su lugar la palabra ver, que es la exacta, y la dificultad desaparece. Dios ve con una visión simple y eterna, todo lo que para nosotros todavía es futuro. Pero la visión de Dios no muda la naturaleza de las cosas futuras. Dios ve todo lo que harán las criaturas libres, sin influir de modo alguno en su libertad. Pues así como Dios, por lo mismo que es inmenso, está presente en todos los espacios, del mismo modo está presente en todos los tiempos, porque es eterno e inmutable.

Comprobación de la profecía

¿Cómo se conoce que una profecía es realmente divina?


Una profecía es realmente divina, si está hecha en nombre de Dios antes del acontecimiento que predice; si el acontecimiento se verifica según la predicción; si no es un efecto de la casualidad; si no podía ser previsto por medio de causas naturales.

La predicción y la realización del acontecimiento son hechos sensibles a los cuales se les pueden aplicar las reglas ordinarias de la ciencia histórica. El examen del hecho y de sus circunstancias permite juzgar si se puede atribuir la previsión a causas naturales y el cumplimiento a la casualidad.

Habitualmente, para hacer aceptar una profecía relativa al Mesías y de una realización lejana, los profetas hacían un milagro, o añadían una profecía relativa al pueblo judío, cuya realización debía cumplirse ante sus ojos. “Los libros de los profetas contienen profecías particulares mezcladas con las del Mesías, a fin de qué las profecías del Mesías no quedaran sin pruebas y las profecías particulares no quedaran sin frutos”. (Pascal).

Valor probatorio de la profecía

La profecía, ¿es una prueba de la divinidad de la religión?


Sí; la profecía es la palabra de Dios, como el milagro es su obra. Es así que Dios no puede confirmar el error con la autoridad do su palabra. Luego una religión que se apoya en verdaderas profecías posee en su favor un testimonio divino.

La profecía es sin duda un verdadero milagro en el orden intelectual y posee, por consiguiente, la misma fuerza demostrativa que el milagro. Es un sello divino, una señal infalible de la revelación divina. Todos los pueblos han dado este significado a las profecías, las cuales, como el milagro, son un medio cierto, para conocer la verdadera religión.






El ser humano necesita de una religión, necesita creer en algo, y para los cristianos ése algo es Dios Todopoderoso.






Cuarta Verdad: La Religión Cristiana es la única Religión Divina.
Próximo mes de Mayo.



Frases y Dichos

El pensamiento es más que un derecho, es el aliento mismo del ser humano.

Es más fácil morir por la pureza que con pureza.(Sta Teresa de Avila)

La pobreza puede hacer, con orden, lo que sin él no puede realizar la abundancia.

El testimonio de mi conciencia es para mi de mayor precio que todos los discursos de los hombres.(Franklin)

Estar en ocio muy prolongado, no es reposo sino pereza.(Español)

La honradez siempre esdigna de elogio, aún cuando no reporte utilidad, recompensa, ni provecho.(Cicerón)

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  1. SOLO EN CRISTO “HAY SALVACIÓN”. La humanidad perfecta de Cristo (cero defectos), refleja en su vida, ejemplo y enseñanzas perfectas; lo acredita como Maestro perfecto (el maestro como ejemplo a seguir, y su cátedra perfecta), y por consiguiente, no necesitamos del Antiguo Testamento para seguir su ejemplo y enseñanzas. El cristianismo primitivo se inició como un movimiento laico. La Epístola apócrifa de los Hechos de Felipe, expone al cristianismo como continuación de la educación en los valores de la paideía griega, que tenía como propósito educar a la juventud en la virtud (desarrollo de la espiritualidad) y la sabiduría (cuidado de la verdad), mediante la práctica continua de ejercicios espirituales (cultivo de sí), a efecto de prevenir y curar las enfermedades del alma El educador utilizando el discurso filosófico, más que informar trataba de inducir transformaciones buenas y convenientes para si mismo y la sociedad, motivando a los jóvenes a practicar las virtudes opuestas a los defectos encontrados en el fondo del alma, a efecto de adquirir el perfil de humanidad perfecta (cero defectos). El apóstol Felipe introdujo en los ejercicios espirituales la paideia de Cristo a fin de alcanzar la trascendencia humana (patente en Cristo) y la sociedad perfecta (Reino de Dios). A partir de entonces, los pueblos helénicos tomando a Cristo como ejemplo de lo que es la trascendencia humana, lo siguieron no como Dios, sino como hombre, a fin de alcanzar la trascendencia humana y la sociedad perfecta; por ello lucharon por helenizar el cristianismo estructurando la fe conforme a la razón. Tarea a la que se avocaron: San Basilio, San Gregorio, San Agustín y San Clemente de Alejandría (utilizando el pensamiento de los filósofos greco romanos: Aristóteles, Cicerón, Diógenes, Isócrates, Platón, Séneca, Sócrates, Marco Aurelio,,,),. Lo cual propició el choque entre culturas ante la oposición radical e intransigente de los príncipes de la sinagoga al uso de la razón en cuestiones sagradas tendente a evitar que se helenizara el cristianismo para mantenerlo sujeto a la Sinagoga. Desde entonces el talón de Aquiles de la doctrina de la Iglesia ha sido el profetismo judío y el fideísmo bíblico, al abrogar la enseñanza sobre el uso de la razón en cuestiones de fe que Cristo había revelado metafóricamente al ciego de nacimiento (Jn IX, 39), para hacer un juicio justo de nuestras creencias a fin de encontrar la verdad que nos liberara de las falsas certezas de la fe que nos mantienen ciegos__ Provocando en los pueblos cristianos la estulticia generalizada y la entronización del oscurantismo, al olvidar las raíces helenistas de nuestra cultura; lo cual ha convertido las Iglesias en sinagogas, los sacerdotes en rabinos, los cristianos en siervos del gobierno mundial judío, y el judeo cristianismo en religión basura. Así el movimiento cristiano dejó de ser laico y dejó de perseguir los fines últimos de la educación en la paideía; y por ello, no hemos alcanzado la sociedad perfecta ni la trascendencia humana. http://www.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD

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