<---Quinta Verdad. 2da. Parte. La Verdadera Religión Cristiana es la Católica.
Este apéndice corresponde a la parte final del libro La Religión Demostrada.
Tienen una relación directa con las cinco verdades de la Iglesia Católica anteriormente expuestas.
En algunas ediciones no sólo la primera parte del apéndice, sino muchas partes del libro después del año 1960 han sido recortadas por ser muy fuertes y muy directas, como se notado aquí se ha querido exponer el texto íntegro del original en francés como ha sido escrito por P. A. Hillaire en el año 1900 y reconocido por Papa León XII en su encíclica "Sapientiae Christianae". Juzgue el lector según su criterio.
Apéndice 1° Parte.
Este compendio ha sido corregido y aumentado según el vigente Código de Derecho Canónico. Promulgado por la Autoridad de Juan Pablo II, Papa. Dado en Roma, el dia 25 de Enero de 1983. (N. T.)
Los enemigos de la Iglesia: La Francmasonería.
Existen en el mundo dos ciudades:
La Ciudad de Dios y la Ciudad de Satán. Reina entre las dos una lucha sin tregua, y el hombre debe combatir por Dios o por Satanás, por el bien o por el mal, por la verdad o por la mentira.
En todas las épocas, la ciudad de Satanás ha opuesto a la Iglesia, ciudad de Dios, errores y ejércitos; lo mismo acontece en los tiempos modernos.
La ciudad de Satán tiene una doctrina que se opone al Evangelio: es la doctrina que el Concilio Vaticano I llama racionalismo o naturalismo con todos los errores afines. Hemos refutado esos errores, disfrazados con el nombre más moderno de liberalismo.
En todas las épocas, la ciudad de Satán ha opuesto a la Iglesia, opone al sacerdocio Católico, un cuerpo de hombres militantes que combaten por el naturalismo;
son las sociedades secretas comprendidas en la denominación general de francmasonería, francomasonería o simplemente masones.
¿Cuáles son los principales enemigos de la Iglesia?
Actualmente, los principales enemigos de la Iglesia son los francmasones.
Para combatir a la Iglesia, Satán ha formado un ejército que desde hace tres siglos, se llama francmasonería.
Disfrazada con máscara de filantropía, esta sociedad tenebrosa es el punto de reunión de todas las impiedades.
Los misterios de iniquidad de los gnósticos, de los maniqueos, de los albigenses, etc., se reproducen hoy día en las trastiendas de las logias.
La francmasonería es, en realidad, según frase del Papa Pío IX: "la Sinagoga de Satanás".
Esta, sociedad secreta, organizada bajo la dirección de jefes ocultos, tiene por fin la destrucción de la Iglesia, de la familia, de la sociedad cristiana, para fundar una nueva sociedad sobre los principios del naturalismo (sin Dios, sin Iglesia, sin familia).
La francmasonería ha sido condenada por nueve Sumos Pontífices, desde Clemente XII, en 1738, hasta Pío X.
Los Papas han pronunciado contra los miembros de las sociedades secretas la pena de excomunión.
En esta pena incurren no sólo aquellos que dan su nombre a la secta, sino todos los que favorecen a los francmasones y a sus empresas; por ejemplo, los que les proporcionan local para sus reuniones, los que votan por ellos, etc.
Todo Católico, pues, está obligado a combatir a la francmasonería.
Vamos a explicar:
1°, el origen de la francmasonería;
2°; su organización;
3°, sus propósitos;
4°, sus estragos;
5°, sus armas;
6°, los deberes de los Católicos.
1º ORIGEN DE LA FRANCMASONERIA.
1° "La ciudad de la tierra, dice San Agustín, ha nacido del amor de sí mismo llevado hasta el odio a Dios, y la ciudad del cielo ha nacido del amor de Dios llevado hasta el odio de sí mismo".
No hay duda de que todos los hombres quisieran entrar en la ciudad de Dios y combatir por la verdad y por el bien; pero hay que contrariar la naturaleza propia, reprimir sus malas pasiones…
muchos carecen de valor para ello, el demonio los arrastra a la ciudad del mal, donde se hace todo lo que agrada a la naturaleza.
Tal es el primer origen de la francmasonería, como el de todas las sectas hostiles a la Iglesia.
2° El sabio P. Benoit, en su libro magistral La ciudad anticristiana, explica ampliamente el origen de las sectas.
“La francmasonería, dice en su forma presente, es moderna; pero en la substancia de sus doctrinas y de sus prácticas viene de los templarios, de los albigenses de la Edad Media y, mediante éstos, de los maniqueos y de los gnósticos y, por estos últimos, de los cultos y de los misterios paganos”.
El Papa Gregorio XVI tenía razón al decir:
“La francmasonería es la cloaca donde se han reunido las doctrinas impías, las prácticas sacrílegas y abominables de todas las sectas desde los tiempos más remotos hasta nosotros” (Mirari vos) (Uno se pregunta).
La francmasonería, en su forma presente, según la opinión más probable, se remonta a la orden de los Templarios.
Después que el Papa Clemente V y el rey de Francia, Felipe el Hermoso, abolieron la Orden de los Templarios, muchos de éstos buscaron refugio en Escocia y allí se constituyeron en sociedades secretas, jurando un "odio implacable al Papado", a la realeza y a las fuerzas armadas, tal sería el significado de los tres puntos con que firman.
Para disfrazar mejor sus intentos secretos se afiliaron a sociedades de albañiles (mason, en inglés, maçon, en francés); tomaron sus insignias y se esparcieron, más tarde por toda Europa, favorecidos por el protestantismo.
“Su nombre es una primera mentira, porque, a pesar del mandil de cuero que usan en sus ceremonias y a pesar de la cuchara, el nivel y la escuadra simbólica, los francmasones ni son albañiles, ni son francos.
“No son albañiles, ni siquiera obreros. Si en su sociedad se hallan algunos obreros, han sido llevados por los librepensadores burgueses, que viven a sus expensas, y se valen de ellos como de escalones para llegar a los honores y empleos espléndidamente retribuidos.
“No son francos, es decir, sinceros. Demostraremos bien pronto bajo qué mentiras humanitarias ocultan sus odiosas maniobras contra la religión.
“No son francos, es decir, libres, porque los francmasones aceptan y soportan una dirección oculta; reciben órdenes cuyo origen y consecuencias ignoran” (Petit Catéchisme).
2° ORGANIZACIÓN DE LA FRANCMASONERÍA.
Es una sociedad secreta, cuyos miembros, ligados por terribles juramentos, obedecen a jefes desconocidos; El secreto rodea sus orígenes, protege a sus jefes, su fin y sus medios.
Los afiliados están dispuestos a sufrir la pena de muerte si violan sus juramentos.
Pues bien , este juramento es indigno de un hombre libre, de un hombre honrado, de un cristiano.
Es indigno de un hombre libre el obligarse a servir a señores que no conoce y que no tienen derecho alguno sobre él.
Es indigno de un hombre honrado jurar una obediencia ilimitada: el deber y el honor son límites que uno debe reservarse siempre.
Es indigno de un cristiano pronunciar un juramento que hace caso omiso de los soberanos derechos de Dios (Petit Catéchisme).
Por eso, los Sumos Pontífices han condenado este juramento criminal.
La francmasonería está constituida jerárquicamente.
Satán ha querido formar su sinagoga a semejanza de la Iglesia de Jesucristo.
La logia es una reunión de francmasones.
Un cierto número de logias reunidas forman un centro o federación con el nombre de Rito. En cada parte del mundo hay establecidas varias federaciones.
Tal es la organización exterior de la francmasonería; sus afiliados son, en su mayor parte, engañados, poco iniciados en los secretos de la secta, si no están en los grados elevados.
La verdadera masonería se halla en las trastiendas de las logias, más o menos unidas entre sí por un Consejo supremo y oculto, cuyo jefe da la consigna a todas las logias del mundo. Un denso velo cubre esta masonería secreta; es verdaderamente la sinagoga de Satanás [Véase P. BENOIT, Los errores modernos].
Se cuentan en Francia cuatro ramas o federaciones del orden masónico:
el Gran Oriente, el Rito Escocés;
el Rito Misraim y la Masonería mixta.
La federación del Gran Oriente está mucho más extendida que las otras; su sede está en París; sus miembros se reúnen en grupos que toman el nombre de Talleres.
Los Talleres consagrados a los tres primeros grados (Aprendiz, Compañero y Maestro), llevan el nombre de logias; el maestro que los preside se llama Venerable.
Los Talleres consagrados a los masones del grado 18, o Rosa_Cruz, se llaman Capítulos; y los que se componen de masones revestidos con el grado 30, o Caballeros Kadosk, se llaman Consejos o Areópagos.
Hay 33 grados reconocidos por el Gran Oriente.
El taller superior, compuesto de francmasones del grado 33, se llama Gran Colegio de los Ritos.
Al lado de ese Gran Colegio se halla el Consejo de la Orden, compuesto de 33 miembros elegidos por la Asamblea General del Gran Oriente y renovable anualmente por tercios.
Él es el que administra la federación, provee a la ejecución de las leyes masónicas, crea las logias y se pone en relación con las otras potencias masónicas de Francia y del mundo entero.
Todos los años se reúne la asamblea general del Gran Oriente, llamada Convento, compuesta de todos los delegados de las Logias de la Federación y de los miembros del Consejo de la Orden. El convento ejerce el Poder Legislativo. (Véase; la revista La Francmaconnerie demosquéc)
3º FINALIDAD DE LA FRANCMASONERÍA.
La francmasonería es censurable en su fin y en sus medios.
Aparentemente tiene por fin la filantropía: “Nuestra Sociedad, dicen los francmasones, establece entre nosotros una solidaridad fraternal que nos lleva a ayudarnos unos a otros”.
Los francmasones se llaman hermanos; pero es una fraternidad de interés se aman en cuanto les conviene amarse.
Es una fraternidad sin corazón, que "rechaza al pobre a causa de las cargas que impone", y tiende los brazos al burgués cándido que se deja explotar.
O son verdaderos hermanos sino en su oposición contra Cristo y su Iglesia.
Si la masonería no fuera más que una sociedad de socorros mutuos, no ocultaría sus reuniones, ni el nombre de sus adeptos, ni sus obras, y nunca los Papas la hubieran condenado con palabras tan drásticas…
Su fin aparente no sirve sino para disfrazar, su fin último, para poblar sus logias y para engañar a los ingenuos.
El verdadero fin de la francmasonería es reemplazar la religión de Jesucristo, la Iglesia Católica, por el naturalismo y substituirse a la Iglesia, colocarse en lugar de Ella.
Llegar a disminuir toda religión, toda autoridad, toda propiedad y sobre estas ruinas, establecer el librepensamiento, la moral independiente, el naturalismo puro en la familia yen la sociedad: esto es a lo que la masonería llama libertad, igualdad, fraternidad.
¿Queréis algo más pernicioso que un fin semejante?
Medios empleados.
La masonería emplea la hipocresía y la mentira, la corrupción y la violencia.
1º La hipocresía y la mentira.
Es hipócrita: trata de aparecer como una sociedad de beneficencia, cuando en realidad su propósito es el exterminio del catolicismo.
Es hipócrita: bajo los nombres de libertad, de igualdad, de fraternidad, de progreso, de civilización, oculta la rebelión contra todas las leyes divinas y humanas.
Practica la libertad sometiendo a sus adeptos a la obediencia más ciega.
Practica la igualdad atrayendo a las almas débiles con el halago de los grados, de los títulos, de las insignias.
Practica la fraternidad profesando el más soberano desprecio a la clase obrera.
Miente cuando sus jefes, ocultando sus perversos fines, hacen creer a los adeptos que trabajan para iluminar al hombre y para hacerle libre.
Miente cuando desnaturaliza el dogma cristiano para hacerlo odioso, cuando altera la historia, a fin de ocultar los beneficios y las glorias de la Iglesia.
Con la mentira, la masonería engaña al pueblo. Los jefes preparan en la sombra leyes contra la Iglesia; da luego a los Talleres la consigna de sostener tal determinación o propagar tal noticia falsa.
Ésta consigna circula por todas las logias y por todos los diarios de la secta. Los francmasones patrocinan estas leyes y estas medidas en todas partes, para formar la opinión pública.
Dicen después: ¿Quién puede ir contra el voto popular?
La opinión pública lo pide, etc. Y esta opinión es hija de las logias, y el pueblo engañado se encuentra, sin saberlo, bajo su dominación.[Véase P. Benoit].
2º Corrupción y violencia.
Un francmasón ha divulgado el principio de la secta: “El mejor puñal, dice, para herir a la Iglesia en medio del corazón es la corrupción …
Haced cuerpos viciosos y se acabarán los Católicos”. Por eso la secta multiplica los malos libros, los malos diarios, las novelas, los folletines, los grabados obscenos, la pornografía, para saturar al pueblo de libertinaje y de vicios.
“Satanás fue homicida desde el principio”, dice el Apóstol San Juan.
Lo mismo es la masonería. Más de una vez ha hecho asesinar a los hermanos que violaron el secreto o se negaron a ejecutar sus órdenes; muchos de sus adversarios han tenido la misma suerte: Luis XVI, García Moreno, etc.
“La francmasonería organizó la revolución del año 1789 y todas las de nuestro siglo; ha producido el socialismo, la internacional, el nihilismo, cte., ha derramado la sangre a torrentes y ha perpetrado numerosos hechos condenados por las leyes”[Véase Extracto de Moulin, Doctrina católica].
4º LOS ESTRAGOS DE LA FRANCMASONERÍA.
A) Es enemiga de la Iglesia Católica.
La masonería tiene por fin la destrucción del Catolicismo y de toda idea religiosa, valiéndose de la más pérfida de las persecuciones: la persecución legal.
Es lo que demuestran muchas leyes votadas en Francia y otros Estados, las cuales han sido preparadas en las logias e impuestas al país por los francmasones, que se glorían de ello.
Tales eran las resoluciones tomadas en un Convento celebrado el 11 de junio de 1879;
"ES NECESARIO DESCRITIANIZAR A FRANCIA POR TODOS LOS MEDIOS POSIBLES PERO, SOBRE TODO, ESTRANGULANDO AL CATOLICISMO, POCO A POCO; CADA AÑO, CON LEYES NUEVAS CONTRA EL CLERO, HASTA LLEGAR AL CIERRE DEFINITIVO DE LAS IGLESIAS”.
Para engañar a los hombres de bien, la masonería oculta sus propósitos bajo las rimbombantes palabras de secularización, laicización, y da como pretexto de sus leyes la libertad de conciencia.
1º Ya hemos visto (¿Debe el estado profesar la Religion católica?), que el Estado debe ser cristiano, reconocer a Jesucristo por Rey, a la Iglesia por Madre y al Evangelio por norma de las leyes.
La masonería quiere que el Estado sea ateo y completamente hostil a la Iglesia.
Ha secularizado en muchas naciones los poderes públicos, proclamando el ateísmo oficial con la supresión de la ley del domingo, de las rogativas públicas y aun de las procesiones. Todo acto público de religión es mirado por ella como un crimen, que lo hace indigno de los favores del Estado.
2º La escuela debe ser cristiana y enseñar a los niños la religión bajo la vigilancia de la Iglesia.
La masonería seculariza las escuelas para hacer de ellos el seminario del librepensamiento: no más oraciones, no más catecismo, no más profesores religiosos, no más crucifijos.
La enseñanza privada Católica es combatida, cuándo no suprimida, en todas partes donde ella prevalece.
3º El ejército en España, en Inglaterra, en América (Estados Unidos), asiste formado todos los domingos a los divinos oficios públicos.
La francmasonería, en Francia prohíbe al ejército entrar formando en las iglesias y suprime los capellanes militares… (1900)
4º La legislación que reglamenta la familia debe ser conforme al Evangelio; La francmasonería descristianiza la familia con la ley del matrimonio civil y del divorcio.
5º La Iglesia debe intervenir en las grandes circunstancias de la vida: nacimiento, muerte, funerales. La francmasonería seculariza todos estos actos: de ahí nacimientos sin bautismos, multiplicación de fiestas profanas, muerte sin sacerdote, entierros civiles…
6º Hasta nuestros días se dejaba a la Iglesia el cuidado de ejercer la caridad pública: ella había fundado por todas partes hospicios, asilos de huérfanos, etc.
La masonería expulsa al sacerdote de las comisiones administrativas y a las religiosas de los establecimientos de caridad.
Los pobres, los enfermos, los administradores, piden por doquiera religiosas; la secta se opone inexorablemente a estas demandas…
Antes de dejar en esas casas un rastro de religión, prefiere que se hundan.
7º La Iglesia tiene derecho de establecer órdenes religiosas para conseguir su fin con mayor facilidad.
La masonería, pisoteando los derechos de la Iglesia, hace una guerra sin cuartel a las órdenes religiosas.
En el año 1880, Francia, expulsó de sus casas a diez mil religiosos, cerró sus capillas, les obligó al servicio militar, les negó el derecho de enseñar y los vejó con impuestos injustos.
Más tarde ha llegado a la expulsión total más inicua.
A ellos se debe la expulsión de los Jesuitas de toda América.
8º La Iglesia, sociedad independiente, tiene el derecho de gobernarse a sí misma …
La francmasonería cuando consigue influir eficazmente en el gobierno, abusa del Concordato; dificulta al Papa la elección de los obispos, a los obispos la de los curas; suprime la libertad de los Concilios; roba el sustento a los curas los persigue sin razón ante los tribunales y trata de acabar con el sacerdocio enviando a los seminaristas a los cuarteles.
9º La Iglesia tiene el derecho de poseer los bienes temporales necesarios para su subsistencia, y sus bienes son sagrados porque pertenecen a Jesucristo; es la única que tiene derecho de administrarlos; privarla de ellos es un robo y un sacrilegio.
La masonería, siempre que le es dado, pone la mano en la administración de los bienes de la Iglesia y trabaja por confiscarlos, sin reparar en injusticias ni infamias.
La francmasonería se propone alcanzar en las naciones Católicas la destrucción completa de las órdenes religiosos, la supresión del presupuesto de culto, la clausura de las Iglesias con leyes opresivas para la interdicción de todo culto, en una palabra; la supresión de la Iglesia en el Estado.
Con ello llegaría a realizarse el programa del americano A. Pike, jefe supremo de la masonería: “La descristianización del país por el librepensamiento”.
Se agrava la infamia de esta guerra con la circunstancia de que viene, en último término, a hacer sus víctimas a los pobres y a los pequeños, de los cuales la Iglesia es la protectora natural.
¿Quién sufre las consecuencias de la persecución religiosa en las escuelas?
¿Es acaso el rico, que tiene medios para hacer educar a su hijo donde mejor le parezca? No; para él, cuya pensión necesita el Estado, conserva los capellanes en los Liceos!
Es el obrero, el campesino, obligado a enviar a su hijo a las escuelas públicas, aun cuando en ella no se dé la enseñanza religiosa que él demanda.
¿Quién sufre a causa de la determinación monstruosa que se llama, secularización de los hospitales? ¿Es el rico? No él puede llamar a una religiosa junto a su lecho o al de los suyos para que los cuide.
Es el pobre, obligado a ingresar en ese hospital de donde han expulsado a las Hermanas que él pide en vano.
¿Quién sufre las persecuciones fiscales enderezadas contra las congregaciones?
Los huérfanos, los enfermos, los ancianos, cuyo patrimonio se empobrece de día en día.
Y estos huérfanos, estos enfermos, estos ancianos ¿por quién serán acogidos el día de la destrucción completa de las congregaciones?… Son hechos estos que debieran abrir los ojos hasta a los ciegos.
Se necesita un odio satánico, el odio del judío contra el cristiano, o del burgués egoísta, para perpetrar semejantes crímenes: ¡Lo que sobrepuja a este odio es la estupidez de los cristianos que votan por los francmasones y sus amigos![Véase La Francmaconerie por Pablo Nourrisson].
B) La francmasonería es destructora de la familia.
Combate a la familia en su base esencial: el matrimonio. Apenas la masonería llega al poder, en cualquier país, trata de abolir el matrimonio religioso para establecer el matrimonio civil. Esta es su primera etapa.
El matrimonio civil conduce al divorcio.
La secta mira al matrimonio no como un Sacramento, sino como un contrato que depende de la voluntad del hombre: de ahí esa deplorable ley del divorcio, que causa la perturbación de numerosas familias: es su segunda etapa.
Finalmente, despoja a los padres de todo derecho sobre la educación de los hijos, a los que entrega completamente al Estado en sus escuelas sin Dios.
La francmasonería desmoraliza la familia: Aleja a cada uno de sus miembros de los principios de la religión y de la virtud.
El padre de familia.
La masonería ofrece al cabeza de familia mil ocasiones para alejarse de casa y vivir fuera de la influencia que ejercerían sobre él su esposa y sus hijos.
Fuera de casa le procura diversiones y placeres, hasta tal punto que la permanencia en el hogar le resultaría insoportable, y lo abandona por el club o por los cafés.
La madre de familia.
Para la mujer multiplica también, la masonería, las ocasiones de lucirse, halaga su vanidad, haciéndole esperar la revelación de importantes secretos, y prometiéndole una influencia que la hará grande en la sociedad.
“Trata, sobre todo, de apartar a la mujer de los Sacramentos y de las Prácticas religiosas que la protegerían contra las debilidades.
El niño.
Pero lo que la masonería persigue con mayor cucarnizamiento en la familia es el niño.
¿Quién multiplica las trabas puestas a su educación cristiana?
¿Quién pone en sus manos, a precios irrisorios, o gratuitamente, los libros impíos y los grabados obscenos?
“¿Quién rodea al niño de mil seducciones antes ignoradas?
¿Quién pisotea el respeto debido al niño, y que los mismos paganos imponen?
“¿Quién llama y lleva a escuchar inmundas lecciones de impiedad y de moral llamada positivista a la juventud confiada por las familias a los establecimientos de educación pública?
“La francmasonería”. (Petit Catéchisme).
C) La francmasonería es destructora de la sociedad.
¿Qué necesita toda sociedad para vivir? Dos cosas esenciales: la religión y la autoridad.
No hay sociedad sin moral, y no hay moral sin religión. Es un hecho probado por la experiencia.
La sociedad sin autoridad sería una reunión de salvajes, y algo peor, porque los salvajes reconocen superiores o caudillos.
Pues bien, la francmasonería destruye toda religión y toda moral: niega la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, para no admitir más que una moral cívica, independiente, sin legislador y sin sanción.
Destruye también toda autoridad, porque pretende que el poder se halla todo entero en el pueblo libre, que da la autoridad a quien quiere y la retira cuando quiere.
Es la revolución permanente.
Por otra parte, la declaración de los derechos del hombre confiesa que la insurrección es el más santo de los deberes.
La francmasonería es, por consiguiente, destructora de la sociedad.
La última evolución de los errores sociales de la francmasonería es el socialismo y la anarquía. Tal es el abismo adonde conduce a los pueblos.
Es el peligro que señala el Papa León XIII:
“La Revolución y la ruina universal son el mismo fin que pretenden los comunistas y los socialistas. La secta de los francmasones no tiene derecho de proclamarse extraña a sus empresas, porque favorece sus designios y está completamente de acuerdo con ellos en cuanto al conjunto de los principios”.
D) La francmasonería, enemiga de Francia.
Desde Carlomagno, Francia tuvo por misión providencial defender la Iglesia y al Papa, proteger la fe católica y propagarla con sus misioneros por todo el mundo.
Combatir, debilitar a Francia, era combatir y debilitar a la Iglesia; de ahí el odio de la francmasonería con Francia.
Los odios de Adrián Lemmni.
Adrián Lemmni, fue jefe de los francomasonería, y abiertamente se declaraba enemigo acérrimo de Dios y de la Iglesia Católica, atacando constantemente al Papa.
Sin ningún miramiento declaraba ante sus colegas y ante la multitud francomasona:
"Tengo dos odios en el corazón, dos odios que me carcomen: ¡Dios y Francia!...
¡Y de ése jefe recibían órdenes los francomasones franceses!
La francmasonería de 1789.
La francmasonería hizo la Revolución de 1789 y se gloría de ello por la pluma de sus adeptos.
Francia sólo pedía reformas; pero los francmasones hicieron estériles los generosos esfuerzos de Luis XVI.
No les convenían las reformas pacíficas; querían el desorden, la anarquía la destrucción violenta del catolicismo.
Hacía tiempo que la masonería venía preparando su obra: había producido el filosofismo: Voltaire, Rousseau, Helvecio, Diderot, d’Alembert, cte., eran francmasones.
Los grandes revolucionarios, Mirabeau, Sieyes, Lafayette, Desmoulins, Dantón, Robespierre, Marat, Petión, Felipe_Igualdad, étc., pertenecían a la secta.
En 1781 contaba la masonería con doscientas cincuenta y siete logias en Francia, de las cuales cuarenta y una se hallaban en París, donde se atizaba el fuego en que debía arder todo el reino.
La masonería iba a aplicar la apostasía nacional:
La declaración de los derechos del hombre es un extracto de la jerga de las logias, cuyos errores e hipocresías reproduce.
La mayor parte de los excesos y de los crímenes de la Revolución, como la muerte de Luis XVI, habían sido decretados por las logias [Véase Claudio Jannet].
Es a la masonería a quien Francia debe todas sus revoluciones y sus desgracias, de un siglo a esta parte.
Los revolucionarios tan profundamente impíos en 1830 eran francmasones, como los de la Commune de 1871.
En 1846, en un Convento masónico celebrado en Londres, Lord Palmerston, jefe supremo de la masonería, hizo aprobar el siguiente proyecto:
“Debilitar la Francia Católica hasta hacerla del todo impotente”.
El Convento decretó los medios más a propósito para llegar a este fin.
Mediante la guerra de Crimea hecha en favor de Inglaterra, se separó a Francia de Rusia; con la guerra de Italia, se la aisló de Austria.
Se creó la unidad italiana para destruir los Estados Pontificios sostenidos por Francia, y se hizo de Italia una nación rival.
Se creó la unidad alemana para que la minoría católica fuera aplastada por la mayoría protestante. Entonces Francia, rodeada de vecinos celosos, apartada de sus aliados naturales, fue aplastada por Alemania.
En algunos meses perdió dos provincias, trescientos mil hombres y diez mil millones de francos. El plan de Lord Palmerston se había realizado en parte.
El Papa León XIII vino a desbaratarlo algo, mediante la alianza f rancorrusa, opuesta a la triple alianza, obra de la francmasonería.
En el interior, la francmasonería cubre de ruinas el suelo de Francia: Ruina religiosa, la más grave, la más deplorable de todas; pérdida de la fe y de la vida sobrenatural en millones de almas francesas.
Ruina moral, consecuencia de la irreligión creciente, de la acción corruptora de las logias, de su prensa inmunda, de las leyes masónicas, de las escuelas neutras.
La criminalidad se desarrolla de una manera inaudita; la niñez, educada sin Dios, provee la mayor parte de este contingente del ejército del vicio que amenaza el desorden público.
Ruina moral, consecuencia de la irreligión creciente; de la acción aumento, impuestos abrumadores como no se conocen en ningún otro país, agonía de la agricultura, especulaciones, extorsiones estafas gigantescas.
5º Las armas de la francmasonería.
¿Cuáles son las armas de la francmasonería contra la Iglesia?
Emplea cinco principales:
1°, la prensa; 2°,
la tribuna; 3°,
las asociaciones; 4°,
el poder civil; 5º,
las escuelas neutras.
La prensa.
La francmasonería esparce profusamente sus monografías, sus libros, particularmente sus diarios malos y sus novelas y folletines.
Si creyéramos a estos escritos, el liberalismo representa todo lo que hay de más bello, más noble, más grande: la libertad, la igualdad, la fraternidad, el progreso, la civilización, la ciencia, etc.
La Iglesia, por el contrario, no representa sino lo que hay de más pequeño, estrecho e innoble, la tiranía, la esclavitud, la intolerancia, la barbarie, etc.
Con estas mentiras, la mala prensa pervierte las inteligencias y corrompe los corazones.
Todos los días explota en los diarios las faltas reales o imaginarias de los pastores de la Iglesia, para hacerlas recaer sobre la Iglesia misma y hacerla odiosa.
En cuanto a sus beneficios, a sus obras de caridad, a los numerosos ejemplos de virtud dados por sus sacerdotes y sus fieles, la prensa francinasónica guarda el más profundo silencio, y si había es para negarlos, disminuirlos o ridiculizarlos.
Con pretexto de ciencia, ataca sin descanso las doctrinas de la Iglesia, ya negándolas, ya tratando de ridiculizarlas con la ironía y el sarcasmo.
En el espíritu de los débiles y de los ignorantes va destruyendo pieza tras pieza todo él edificio de la fe católica.
La masonería halaga los malos instintos con producciones inmorales y los levanta rabiosos contra la Iglesia que los condena.
Es moralmente imposible que un lector asiduo de semejante prensa no se llene, a la larga, de toda clase de errores y prevenciones[Véase Rutten].
Lo que decimos de la prensa se aplica al teatro, cuya influencia para lo malo es más temible todavía.
La tribuna.
La francmasonería envía Conferenciantes para que difundan los errores.
En las asambleas públicas, en las reuniones populares en las escuelas, por todas partes, la francmasonería siembra las mismas ideas. Si varían en la forma, no es sino para alcanzar más fácilmente el fin propuesto, pasando sucesivamente, en sus ataques, de la violencia a la hipocresía.
Las asociaciones.
Los masones, para acrecentar sus fuerzas y su influencia, se valen de las asociaciones. Disimulan el propósito real de sus asociaciones con un pretendido fin moral y filantrópico.
Así, por ejemplo, las ligas de la enseñanza favorecen, por todas partes la creación de bibliotecas populares, de obras post_escolares, de cursos pata adultos, de sociedades de conferenciantes, cte.
La táctica de la secta es inmiscuirse en todas las sociedades literarias, artísticas, industriales, comerciales… para pervertir su espíritu y convertirlas en instrumento de su política[P. Benoit].
El poder civil.
La francmasonería, es una formidable organización electoral. En todas las naciones, sus logias le sirven de comités para imponer su voluntad a los candidatos.
Aspira a apoderarse del poder civil para asegurar la ejecución de su programa: así ha hecho votar las siguientes leyes en Francia:
1° Ley suprimiendo el descanso legal del domingo.
2º Restableciendo el divorcio.
3° Ley decreto de 1880 dispersando las Ordenes religiosas.
4° Ley suprimiendo la enseñanza religiosa en las escuelas.
5° Ley expulsando a los religiosos de las escuelas públicas.
6° Ley enviando a los cuarteles a los seminaristas.
7° Ley sometiendo las fábricas o juntas de obra de la Iglesia a la intervención del Estado.
8º Leyes llamadas de acrecentamiento y de ajuste, organizando la expoliación de las comunidades religiosas.
9° La masonería ha preparado un proyecto de ley sobre las asociaciones para ahogar las congregaciones religiosas y las obras que sostienen.
10º Otro proyecto de ley contra la libertad de enseñanza secundaria.
11º Finalmente, ha consumado el destierro y la expoliación total de las Ordenes religiosas, y la separación de la Iglesia del Estado.
Las escuelas.
En 1871, Alberto Dike, jefe supremo de la masonería, escribía a todas las logias:
“LA OBRA PRINCIPAL ES LA QUE TIENE POR FIN TRANSFORMAR A LOS CATÓLICOS ROMANOS EN LIBRES PENSADORES DEÍSTAS: DEBEMOS DEDICARNOS A ELLO CON TODAS NUESTRAS FUERZAS…”.
¿Y qué medios indica para alcanzar este fin?
"En primer lugar, es necesario conquistar sede de gobierno de esos pueblos: todo está en eso.
Después, hacer promulgar leyes que destruyan por todas partes la influencia de los sacerdotes…
Hacer desaparecer todos los frailes y monjas… particularmente hay que obtener, de los poderes públicos, la neutralidad de la escuela, a fin de que el sacerdote, en adelante, no penetre más en ella… la neutralidad no basta…".
No tenemos valor para transcribir la continuación de esta circular satánica.
Así, pues, por confesión de los mismos masones, el fin de la escuela neutra es aniquilar la fe religiosa:
“La pretendida neutralidad es una imbecilidad, dice el H. Enrique Maret, no hay neutralidad posible.
Desde el momento en que un maestro no enseña la religión, enseña por eso mismo la incredulidad. Pretender que no se quiere más que la neutralidad, es hipocresía elevada al grado 17°” (Radical, 1884).
Ese francmasón tiene, acerca de la escuela neutra, las mismas ideas que el Papa y los obispos.
Por eso en todas partes los masones tratan con odio infernal de establecer estas escuelas.
Deberes de los Católicos contra la francmasonería.
¿Cuáles son los deberes de los Católicos frente a la francmasonería?
Hijos de la Iglesia, los Católicos deben proteger su honor y sus derechos; ciudadanos, tienen que velar por los intereses de su patria.
Es así que el mayor enemigo de la Iglesia y de la patria es la francmasonería. Luego, todo Católico tiene el deber de combatirla, ya como hombre privado, ya como hombre público.
1º En la vida privada.
Los Católicos deben hacer conocer entre sus relaciones las doctrinas y los hombres de la secta.
“Arrancad, dice el Papa León XIII, a la francmasonería la máscara con que se cubre y mostradla tal cual es”.
Lo que más teme es la luz. A veces basta publicar el nombre de un francmasón para hacerle abandonar la logia.
2º En la vida pública.
Hay que emplear contra la masonería las armas que ella emplea contra la Iglesia:
a) La prensa.
No comprar nunca diarios malos, y sobre todo no suscribirse a ellos. Sostener la buena prensa con la influencia, los recursos, etcétera.
b) La tribuna.
En las conferencias públicas y en las conversaciones particulares, secundar la acción de la buena prensa, contribuir de este modo a ilustrar al pueblo acerca de sus verdaderos intereses y alejarlo de los falsos doctores que lo pervierten.
c) Las asociaciones.
Los Católicos deben oponer sociedad a sociedad, liga a liga, circulo a círculo.
La unión hace la fuerza. El poder de sus asociaciones dependerá de la energía y de la actividad de los miembros.
d) El poder civil.
Los francmasones, a pesar de no ser a veces sino un puñado, monopolizan en muchas naciones el poder.
¿Por qué los Católicos, cien veces más numerosos, no podrán arrancar esta arma a la seta y servirse de ella en bien de la Iglesia y de la patria?
Es necesario formar comités para las elecciones, elegir candidatos seriamente cristianos, unirse, en fin, para vencer al enemigo de Dios y de la sociedad.
e) Las escuelas.
No enviar nunca a los hijos a las escuelas sin Dios; sostener con todo empeño, y aún con sacrificios heroicos, las escuelas cristianas. Hay que salvar el alma de los niños, cueste lo que cueste.
Hoy es éste el primero de los deberes y la mejor de las buenas obras.
V. Beneficios que la Iglesia dispensa al mundo o La Iglesia y la civilización.
“Obra inmortal del Dios de Misericordia, la Iglesia, aunque por propia naturaleza tenga por fin la salvación de las almas y la felicidad eterna, sin embargo, es aún en la esfera de las cosas humanas, la fuente de tantas y tales ventajas, que no podrá suministrarlas ni más numerosas ni mayores, aunque hubiera sido fundada directamente con el propósito de asegurar la felicidad de esta vida.
Y a la verdad, doquiera ha penetrado la Iglesia, inmediatamente ha mudado la faz de las cosas y ha llenado las costumbres públicas, no sólo de virtudes esconocidas hasta entonces; sino también de una civilización enteramente nueva” (Immortale Dei)(Dios Inmortal).
¿Cuáles son los beneficios de la Iglesia?
La Iglesia, como su divino Fundador, posa por la tierra haciendo el bien, así en el orden sobrenatural, como en el orden natural.
I. En el orden sobrenatural, la Iglesia enseña las verdades reveladas, explica los mandamientos de Dios, admistra los Sacramentos y conduce así a los hombres a la salvación eterna. Proporciona al hombre los bienes más necesarios, la verdad y la gracia.
II. En el orden natural, los beneficios de la Iglesia son tan grandes como numerosos:
1º La Iglesia es la gran promotora de la civilización y del progreso.
Ella ha traído el progreso material con la rehabilitación del trabajo manual, fuente de todas las riquezas; el progreso intelectual con la instrucción del pueblo, la fundación de las escuelas y de las universidades, y el estímulo a los sabios; el progreso moral con la transformación de las costumbres individuales y sociales.
2º La Iglesia es la primera que ha proclamado la libertad y la fraternidad.
A la Iglesia deben la libertad los esclavos; los débiles, el respeto a sus derechos; los pobres, la caridad que se les muestra; los enfermos, los huérfanos, los ancianos, esos numerosos hospitales donde hallan asilo y servidores abnegados. La Iglesia es en realidad, la gran bienhechora del género humano.
3º En todas partes y siempre, la Iglesia proporciona al hombre, a la familia y a la sociedad que siguen sus principios, toda la felicidad compatible con la vida presente.
Por eso, a fin de hacer feliz al hombre por toda la eternidad, la Iglesia no le pide más que el permiso de hacerle feliz en la tierra.
“¡Cosa admirable! La religión cristiana, que parece no tener otro fin que nuestra felicidad en la otra vida, asegura también nuestra felicidad en la tierra”.
Estas palabras de Montesquieu son un comentario de la profunda sentencia de San Pablo:
“La piedad es útil para todo: ella tiene las promesas de vida presente y las de la vida futura”.
° Beneficios de la Iglesia en el orden sobrenatural.
Jesucristo vino a la tierra a fin de que los hombres tengan vida y una vida abundante[Véase Balmes, el protestantismo comparado con el catolisimo].
Instituyó la Iglesia para que continuara su obra, para hacer participar a los hombres de los frutos de la Redención y conducirlos a la vida eterna.
La Iglesia no ha faltado a su misión divina.
Por espacio de diecinueve siglos ha venido multiplicando sus esfuerzos y sus sacrificios para instruir, santificar y salvar las, almas.
Enseña a los pueblos las más altas verdades acerca de Dios y del hombre, las reglas de la moral más pura. Hace que el orgullo se humille, que el avaro sea generoso con los pobres, que el usurero y el ladrón restituyan lo mal adquirido, cte.
Los hijos fieles de la Iglesia siguen la senda del paraíso y llegan infaliblemente ala felicidad eterna.
2º Beneficios de la Iglesia en el orden natural.
La Iglesia ha dado al mundo la verdadera civilización.
Todo ser viviente está llamado a desenvolverse, a perfeccionarse para alcanzar su fin. Por eso los hombres y las sociedades tienen una propensión esencial y continua a acrecentar su bienestar, sus luces, su perfección. Cuando han llegado a un progreso conveniente, se les llama pueblos civilizados.
¿Qué es la civilización?
En la vida presente, es el bienestar y la perfección, más o menos grande del hombre, de la familia y de la sociedad.
Esta civilización es más o menos adelantada, según que los individuos y los pueblos posean medios más numerosos y variados para alcanzar su último fin.
Se llega a la civilización por el progreso.
El progreso es una marcha hacia adelante, una ascensión de lo menos perfecto a lo más perfecto, un perfeccionamiento del ser.
El verdadero progreso es el perfeccionamiento del hombre entero, en su cuerpo y en su alma. Por consiguiente, la civilización comprende el progreso material, intelectual y moral.
El progreso material es el bienestar razonable del cuerpo, el mejoramiento de las condiciones de la vida.
El progreso intelectual consiste en la difusión de la verdad, de las ciencias y las artes.
El progreso moral es la realización continua de la perfección del alma, por el alejamiento de los vicios y la práctica de las virtudes.
Así como el cuerpo debe estar subordinado al alma, así en la verdadera civilización el progreso material debe ser subordinado al progreso intelectual, y particularmente, al progreso moral, que es el más necesario.
Si esta subordinación existe, ella produce la verdadera felicidad de los pueblos.
Si el progreso material domina, da por resultado el lujo, el sensualismo, el espíritu de desorden y de revolución.
La civilización debe ser, ante todo, la cultura del alma.
“La historia de la civilización es la historia del Cristianismo: al escribir la una se escribe la otra” (Donoso Cortés).
La Iglesia ha sido, en todos los tiempos, la gran promotora de todos los progresos.
1° La Iglesia y el progreso material.
El trabajo es la fuente de toda riqueza. Suministra las materias y sugiere descubrimientos útiles. Por consiguiente, estimular el trabajo es promover grandemente el progreso material.
Pues bien, entre los paganos, el trabajo manual era objeto de menosprecio.
Según Aristóteles y Platón, el trabajo degradaba al hombre libre. Los griegos y los romanos negaban a los obreros el título de ciudadanos.
En cambio, la Iglesia ensalza el honor y la dignidad del trabajos, rehabilitando al obrero, realiza la revolución social más profunda de que la historia haya conservado recuerdo.
En primer lugar, la Iglesia proclama la gran ley impuesta por Dios a la posteridad de Adán: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
Nadie, sea rico, sea pobre, puede sustraerse a esta ley. “El que no trabaja, dice San Pablo, no merece comer”.
Después nos muestra al Hijo de Dios en el taller de Nazaret; donde consagra la mayor parte de su vida a la humilde profesión de carpintero.
¡Alégrense los obreros: El Verbo de Dios vivió como ellos con el trabajo de sus manos! Jesucristo eligió a los primeros pastores de su Iglesia entre los artesanos y los pescadores.
San Pedro recuerda a los tesalonicenses que él trabaja día y noche: “Yo no he comido, dice, el pan ajeno sino el que he ganado con mi sudor y mis fatigas”.
Todos los Padres de la primitiva Iglesia afirman resueltamente, en presencia de la sociedad pagana despreciadora del obrero, la necesidad y la dignidad del trabajo.
La institución monástica completa la rehabilitación del trabajo manual.
Los monjes de Oriente se dedican a la oración y al estudio, pero hilan la lana, fabrican sus hábitos y cultivan la tierra que les ha de alimentar[San Agustín, De Moribus].
En estos monasterios, que reunieron hasta seis mil hombres bajo la dirección de un mismo abad, todos los oficios eran honrados. Los monjes de La Tebaida fueron labradores, tejedores de esteras, carpinteros, sastres, bataneros; zapateros.
En tres cosas estaban ocupados continuamente: el trabajo manual, la meditación de los salmos y la oración. En tiempos de escasez de víveres se vieron salir navíos de los puertos de Egipto: llevaban a las regiones desoladas por la carestía, la limosna de estos heroicos trabajadores, que producían tanto y consumían tan poco. [Pablo Allard, Los esclavos cristianos].
El mismo pensamiento inspira a los legisladores monásticos de Occidente.
Los hijos de San Benito pasan de la oración al estudio, del estudio al trabajo manual. Labran y cultivan los desiertos, desmontan los bosques, ponen diques a los ríos, cubren de pastos y de cereales los terrenos pantanosos, los valles incultos.
Esta gran Orden produjo el desenvolvimiento de la agricultura, del comercio y de la industria. “Las tres octavas partes de las ciudades y de los comercios de Francia deben su existencia a los monjes” (Montalembert).
Los historiadores, aún los más hostiles a la Iglesia, se ven forzados a reconocer que los monjes han desmontado los bosques de Europa, creado el patrimonio nacional, y levantado en la estimación de los pueblos el trabajo, despreciado por los últimos representantes del poder romano y descuidado por los bárbaros, que fueron sus herederos en la dominación del mundo.
En la Edad Media, la Iglesia hizo un gran servicio a los trabajadores, instituyendo las corporaciones obreras o gremiales. Esta organización del trabajo, cuna de las libertades locales, refugio de los débiles contra los fuertes, estableció entre los obreros la fraternidad cristiana, que es uno de los elementos del bienestar social.
En el siglo XVIII, la Revolución destruyó todas las obras de la Iglesia. Pero la ternura de une madre no se desanima nunca. El Papa León XIII, en su Encíclica: De la condición de los obreros, señala, con admirable sabiduría los remedios para los sufrimientos de los trabajadores.
Traza un programa de economía cristiana que contrasta con las doctrinas anarquistas del socialismo. Una vez más la sociedad deberá su felicidad a la solicitud de la Iglesia.
Concluyamos:
“La primera causa de la prosperidades el trabajo, del cual provienen las riquezas públicas y privadas, las transformaciones ventajosas de las primeras materias y los descubrimientos ingeniosos.
Ahora bien ¿quién estimuló nunca tanto como la Iglesia católica el trabajo?
“El trabajo fue siempre menospreciado, y lo es todavía allí donde el Cristianismo no extiende su benéfico imperio…
Por consiguiente , si el trabajo es una fuente de riquezas, si la riqueza pública es una señal de civilización y de perfeccionamiento humano en lo que mira al bienestar exterior y físico, es indudable que la Iglesia tiene derechos indiscutibles a la gratitud de las sociedades”.
Ella ha contribuido al progreso material de los pueblos más que todos los utopistas y soñadores[Extracto de una pastoral de Mons. Pecci,después de León XIII].
2° La Iglesia y el progreso intelectual.
La Iglesia ha favorecido grandemente la difusión de la, verdad, mediante la instrucción popular, las bellas letras, las ciencias y las artes.
Los masones y los librepensadores afirman que la Iglesia se opone a la enseñanza, a la ciencia, al progreso; que quiere tener al pueblo sumido en la ignorancia y en las tinieblas.
Es una calumnia infame, de la que la historia entera protesta. En todas partes donde la Iglesia pudo establecerse, desde su origen hasta nuestros días, ha difundido la enseñanza, según los tiempos y las circunstancias.
Veamos lo que ha hecho por la instrucción religiosa y profana del pueblo.
A) Instrucción popular.
Antes de Jesucristo, la instrucción religiosa estaba reservada a una clase privilegiada de individuos y negada al pueblo. El paganismo no predicaba a las masas en los templos.
La Iglesia, obedeciendo al mandato formal de su Divino Fundador: “Id y enseñad…”, ha difundido por todas partes la verdad, sin distinción de castas.
Esta enseñanza de la religión ha contribuido singularmente a desenvolver la inteligencia popular. Se ha dicho con razón que el Catecismo es la filosofía del pueblo. Esta filosofía luminosa da la solución de todos los problemas de la vida, e ilumina magníficamente la razón humana.
La instrucción primaria.
La Iglesia no se ha contentado con enseñar al pueblo la ciencia de la religión; ha hecho prodigios para darle también la instrucción profana. Desde el momento en que se vio libre de las persecuciones, estableció en cada monasterio y en cada parroquia, escuelas donde los niños recibían instrucción gratuita.
“Muchos sabios distinguidos han compulsado los documentos históricos para conocer el estado de la enseñanza popular antes de la Revolución. He aquí sus conclusiones:
1º En casi todas las parroquias de Francia había escuelas donde se enseñaba gratuitamente a los niños.
2º Estas escuelas debían su existencia a los decretos de los obispos y de los Concilios.
3º Del siglo V al XII: sólo el clero se ocupaba de la enseñanza.
4° La antigua Francia no contaba con menos de sesenta mil escuelas primarias.
5º La mayor parte de estas escuelas fue destruida por la Revolución.
Se puede ver la prueba de estos hechos en el erudito trabajo de M. Allain, La instrucción primaria en Francia (Revue des questions historiques, 1875).
Fue la Iglesia la que fundó en Francia, para difundir por todas partes la instrucción popular, el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, cuando el jefe de los librepensadores, Voltaire declaraba que era una tontería instruir al pueblo.
Leed hoy día los Anales de la Propagación de la Fe, y veréis que, al lado de los misioneros que van a llevar la verdad a los paganos, hay religiosos y religiosas que fundan escuelas y difunden la instrucción popular. Así, en todas partes, en todos los tiempos y de todas maras, la Iglesia propaga la instrucción. Lo que ella teme es la ignorancia y la falsa ciencia.
B) Instrucción secundaria.
La Iglesia y la literatura. La Iglesia ha estimulado poderosamente, siempre y en todas partes, la literatura. Si el paganismo cuenta con los siglos de Perícles y de Augusto, la Iglesia ha producido los de León X y de Luis XV, muy superiores, por cierto, a los dos primeros.
Desde el siglo IV, la Iglesia fundó, para instruir a su clero, un colegio al lado de cada residencia episcopal y de cada monasterio.
Estos colegios, fundados por los obispos y los monjes, estaban abiertos para todos los niños, así para los jóvenes clérigos como para la juventud laica: innumerables hechos lo testifican.
El número de colegios no hizo sino aumentar con el transcurso de los siglos. Muchos de esos vastos edificios levantados por la Iglesia existen todavía.
La Iglesia salvó de las invasiones bárbaras los tesoros literarios de Grecia y de Roma.
Son los monjes los que copiaron y conservaron las abras de la literatura antigua.
“A no ser por los Papas _dice J. Miiller, historiador protestante_, sabríamos tan poco de los conocimientos de los antiguos, como lo que saben, de las artes y de las ciencias de los griegos, los turcos que ocupan su territorio”.
Antes de 1789 se contaban en Francia, para una población de veinticinco millones de habitantes, 562 colegios con 72.000 alumnos.De éstos, 40.000 recibían instrucción gratuita; la caridad cristiana había fundado becas con este objeto.
En 1908, para treinta y ocho millones de habitantes, los documentos no presentaban más que 81 liceos y 325 colegios, con 70.000 alumnos; sólo 5.000 tenían becas a expensas de los contribuyentes [Duruy Las instrucciones públicas y la Revolución].
C) Enseñanza superior.
La Iglesia y las ciencias. La Iglesia ha favorecido siempre, con todas sus fuerzas; la enseñanza de las ciencias, porque éstas conducen naturalmente a Dios; que se llama a Sí propio el Dios de las ciencias.
Durante los primeros siglos, los apologistas se sirvieron de las ciencias humanas para exponer y defender los dogmas. Orígenes, San Justino, Tertuliano, etc.; más tarde, San Juan Crisóstomo, San Basilio, San Gregorio Nacianceno, San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín, cte., componen obras maestras de filosofía y de elocuencia.
En la Edad Media se despliega una prodigiosa actividad intelectual en los monasterios de Fulda, de Sannt_Gall, de Cluny, etc.; en las escuelas de París, de Orleáns, de Cambrai, de Chartres, de Toul. La Igleaia estableció entonces tres grados académicos bachillerato, licenciatura y doctorado.
A contar del siglo XII, los Papas fundan las universidades, donde se enseñan todas las ciencias conocidas, y que ostentan con legitimo orgullo a sus ilustres maestros: San Anselmo, San Buenaventura, Alejandro de Hales, Alberto Magno, Duns Scoto, Santo Tomás de Aquino, el genio más grande que haya aparecido en la tierra.
En el siglo XIV, Europa contaba sesenta y cuatro grandes universidades, de las cuales veinticuatro se hallaban en Francia. La universidad de París contaba con veinte mil estudiantes; la de Padua, cuarenta mil; la de Oxford, treinta mil; la de, Praga, treinta y seis mil, etc.
Bajo la égida y estímulo de los Papas, estos estudiantes cultivaban no solamente la teología y la filosofía, sino la historia, la lingüística, la arqueología, la numismática.
Las ciencias naturales progresaron notablemente a fines de la Edad Media, mucho tiempo antes de que Bacon hubiera expuesto el método para su enseñanza.
A la Iglesia, pues, se debe, en lo pasado, el honor exclusivo de haber contribuido al progreso intelectual de la humanidad. Durante más de quince siglos fue la única que cultivó las letras y las ciencias.
La mayor parte de los descubrimientos útiles se debe a miembros de la Iglesia.
Al fraile Roger Bacon se debe el descubrimiento de la pólvora; el diácono Flavio de Amalfi inventó la brújula; el monje Despina, los anteojos; el Papa Silvestre II, los relojes de ruedas; Gutenberg, la imprenta; el canónigo Copérnico, la rotación de la Tierra; Cristóbal Colón descubrió la América, etc.
Puede decirse otro tanto de las Bellas Artes. Estas nunca tuvieron lo más seguro que las iglesias y los monasterios. En medio de las luchas incesantes de los siglos XII y XIII se vieron arquitectos capaces de levantar nuestras majestuosas catedrales, y pintores y escultores que nuestro siglo no ha igualado todavía.
Merced a la influencia de los Papas, Italia se convierte en la patria de las bellas artes, en el museo universal de la pintura y escultura, en el país de los magníficos monumentos del arte cristiano.
¿Qué hizo la Revolución Francesa por la instrucción y la ciencia?
En 1792 abolió todas las escuelas primarias, 562 colegios y 23 universidades, no conservando más que la de Estrasburgo, porque era protestante.
Las bienes y las rentas de estos establecimientos fueron confiscados y el personal se vio despedido o reducido a la apostasía.
En 1801, Chaptal, ministro del Interior decía: “La educación pública es casi nula en todas partes; la generación que frisa en los veinte años está irremisiblemente sacrificada a la ignorancia; las escuelas primarias no existen casi en ninguna parte”.
Después de todo esto, nuestros librepensadores ¿tienen derecho para injuriar a la Iglesia y acusarla de haber favorecido la ignorancia?
Si ellos hoy parece que fomentan la instrucción, puede decirse que lo hacen más por rivalidad contra la Iglesia que por amor al pueblo.
Si el interés por el pueblo es su móvil ¿por qué buscan la destrucción de las escuelas Católicas? Si queréis la instrucción, dejad a todos los hombres la libertad de difundirla.
3° La Iglesia y el progreso moral.
Hemos hablado antes, de la transformación moral obrada por la Iglesia en el mundo pagano El individuo, la familia y la sociedad fueron transformados de una manera tan radical en las ideas y en las costumbres, que jamás el paganismo, ni aún en sus hombres más ilustres, ofreció el espectáculo de virtudes semejantes.
Para cualquiera que trate de darse cuenta de los hechos de la historia, la influencia de la Iglesia revela la acción de una causa superior y divina.
a) La Iglesia ha regenerado al individuo.
La Iglesia ha combatido sin tregua todos los vicios que degradan al hombre y le hacen desgraciado: el orgullo, la codicia, el sensualismo.
Ha llegado a hacer practicar, todas las virtudes que elevan el alma, la ennoblecen, la aproximan a Jesucristo, el gran modelo de toda santidad.
Por eso se han visto florecer en la Iglesia las virtudes cristianas desconocidas de los paganos y los bárbaros: la humildad, el desapego de los bienes terrenales, la castidad, la caridad fraternal.[P.Félix. El progreso por medio del cristianismo].
b) La Iglesia ha regenerado la familia.
El mundo pagano no conoció la compasión para con los débiles. La mujer era considerada como un ser inferior, un vil instrumento de placer. Joven, era vendida por su padre; esposa, era propiedad mobiliaria de quien la adquiría; madre, era envilecida por la poligamia y el divorcio.
El niño se hallaba a discreción del autor de sus días. En Roma, cuando nacía un niño, se le tendía a los pies de su padre. Si éste le tomaba en brazos, le era permitido vivir; si no, el niño era arrojado a la cloaca. El infanticidio era universalmente admitido y practicado en las naciones paganas.
¿Qué hace la Iglesia? Proclama la santidad del matrimonio y sus dos leyes fundamentales: la unidad y la indisolubilidad.
Estos tres hecho, la elevación del matrimonio a la dignidad de Sacramento, la abolición de la poligamia y del divorcio, la condenación del poder arbitrario del esposo restituyen a la mujer su dignidad moral.
Vuelve a ser la compañera del hombre, carne de su carne, hueso de sus huesos; vuelve a ocupar su sitio de honor en el hogar doméstico, donde reina por la virtud y el amor, como el marido por una dulce autoridad.
¡Qué diferencia entre la situación humillante de la mujer pagana y el papel tan puro, tan noble, tan delicado que nuestras costumbres asignan a la madre de familia! Pues, he ahí el fruto del Cristianismo.
¡Cuántas luchas ha tenido que sostener la Iglesia contra las pasiones de los emperadores y de los reyes para mantener la unidad y la indisolubilidad del matrimonio!
Ha preferido perder naciones enteras como Inglaterra, antes que faltar a su deber.
El niño, convertido por el bautismo en hijo de Dios, es el objeto de los más tiernos cuidados: para él las cunas, los asilos, los orfanatos, los colegios, las escuelas; para él las atenciones más solícitas de la más delicada caridad.
Las ignominias del paganismo: poligamia, divorcio, esclavitud; pesan todavía sobre la mujer en las naciones cuyas costumbres no ha transformado la Iglesia: entre los musulmanes, árabes, chinos, etc., vive la mujer como en los tiempos del paganismo.
La dignidad de la esposa decrece por todas partes donde disminuye la influencia de la Iglesia. Las pasiones piden a gritos la libertad del divorcio.
Desde el momento en que el matrimonio es soluble, pierde su carácter más venerable.
Dígase lo mismo del niño. Todavía hoy está en auge el infanticidio en los países extraños a la Iglesia. Más todavía: las estadísticas señalan un aumento prodigioso de infanticidios en todos los pueblos donde, bajo la influencia de la impiedad va desapareciendo la moral católica.
c) La Iglesia ha regenerado la sociedad.
La Iglesia ha transformado la sociedad civil. Antes de Jesucristo, el Estado lo absorbía todo: reinaba como déspota, y no tenía que rendir cuenta alguna de sus actos. El jefe de Estado lo era todo, los súbditos no eran nada.
La Iglesia ha definido claramente los derechos y los deberes de los gobernantes y de los súbditos. Ella proclama que todo poder viene de Dios, y que no por sentarse en un trono los príncipes están menos obligados a obedecer las leyes de Dios y a gobernar a sus pueblos con leyes justas y sabias.
Con eso la Iglesia ha puesto término a la tiranía del Estado.
¡Qué distancia entre Nerón y San Luis rey de Francia!…
De acuerdo con el principio de Jesucristo: “Dad al César lo que es del César”; el súbdito se somete de buen grado a la autoridad legítima; pero esta obediencia no le rebaja, porque se presta al representante de Dios.
Por otra parte, conserva siempre una noble independencia.
Cuando el poder humano, en sus órdenes o en sus leyes, contradice a la ley divina, el súbdito repite altivamente las palabras de los apóstoles: Imposible; no podemos: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
d) La Iglesia ha transformado las relaciones entre los pueblos.
El derecho de gentes anterior a Jesucristo no tenía más que una ley: Voe victis! ¡Ay de los vencidos! La guerra daba botín y esclavos. La piedad era desconocida de los vencedores.
La Iglesia enseña a los pueblos que todos los hombres son hermanos, hijos de Dios, rescatados por Jesucristo. Con las costumbres cristianas el derecho de gentes se ha transformado; la piedad ha penetrado en los corazones; los enemigos heridos no son ya rematados en los campos de batalla: no se hacen ya esclavos; los beligerantes no se les trata como a bárbaros.
La guerra tiene siempre sus rigores; pero la fraternidad cristiana impone deberes que los pueblos no pueden desconocer.
Al derecho de la fuerza la Iglesia ha substituido el derecho de la justicia. ¡Cuántas guerras evitadas por la intervención de los Papas!
Conclusión.
El progreso moral consiste en el mejoramiento de las costumbres, en el ennoblecimiento de las almas, en la cultura de los modales, en la dulzura de las relaciones privadas y sociales.
Y es a la Iglesia a quien se deben estos frutos de verdadera civilización.
Gracias a la influencia de la Iglesia, no volveremos a tener esa plaga asquerosa de la esclavitud, que condenaba a dos tercios de los hombres a una vida penosa de trabajos y de ultrajes indecibles.
No volveremos a tener los juegos sangrientos de los gladiadores, donde se degollaban millares de infelices, y otros eran arrojados, como alimento, a las bestias feroces para que el espectáculo sirviera de distracción a los ociosos y saciara su sed de sangre.
Hemos dejado de contemplar el desprecio y el odio al pobre, a quien la religión ha elevado al primer puesto en la familia cristiana. Han dejado de existir los divorcios fáciles, las tiranías maritales, el envilecimiento legal de los esposos, la matanza de niños: desórdenes vergonzosos que la impiedad moderna se esfuerza en renovar cada vez más con el aborto y venta de niños.
No se dan ya en las naciones católicas esos monstruosos Césares, cuyos caprichos eran leyes.
Ha desaparecido el atroz derecho de la guerra, que destruía, con la matanza, naciones enteras o las reducía a la esclavitud.
Y si alguna vez nuestros crímenes nos acercan a la barbarie, nosotros sabremos darles el nombre que les es propio; no vamos a buscar en los vicios del Olimpo la justificación de nuestros desórdenes.
Tenemos que temer, es cierto, la apostasía de los gobiernos; pero al lado de estas autoridades perversas está el mundo cristiano, compuesto de almas puras, de caracteres nobles y de corazones llenos de una ardiente caridad.
¿Cuáles son los medios empleados por la Iglesia para regenerar el mundo?
Son tres:
1° La Iglesia enseña la Moral práctica, contenida en los Sagrados Libros y resumida en el Catecismo.
2º Muestra a los hombres el ejemplar divino de todas las virtudes, Nuestro Señor Jesucristo y sus fieles imitadores, los Santos de todos los países y de todos los siglos.
3° Con los Sacramentos confiere la gracia interior, que da fuerza para vencer las pasiones y para practicar la virtud.
Estas fuentes están siempre en el seno de la Iglesia para producir los mismos frutos de progreso moral y de verdadera civilización.
LA IGLESIA HA DADO AL MUNDO LA LIBERTAD, LA IGUALDAD, Y LA FRATERNIDAD.
Desde un principio, la Iglesia hizo penetrar en la sociedad, corrompida por el paganismo, las ideas generosas de libertad, de igualdad y de fraternidad.
Estas tres palabras, que hoy están en todos los labios, estas tres aspiraciones, que están en todos los corazones, expresan las tres grandes ideas fundamentales de la religión Católica. Yo las veo grabadas en la cuna del Niño de Belén, en el Árbol de la Cruz y en la puerta de nuestros tabernáculos.
La Iglesia y la libertad.
a) La primera libertad es el libre albedrío.
La Iglesia lo ha defendido valerosamente contra el fatalismo de los paganos, de los maniqueos, de los mahometanos; contra Lutero, Calvino y los jansenistas.
Lo protege hoy contra los positivistas contemporáneos, que atribuyen nuestras acciones a influencias exteriores. Frente a los errores pasados y presentes, la Iglesia afirma, como un dogma de fe, la libertad del hombre en el gobierno de su vida.
b) La segunda libertad es la libertad religiosa.
En todos los tiempos, la Iglesia ha defendido valientemente el derecho de, conocer, de asear, de servir a Dios como Él quiere ser servido.
Para conquistar cata verdadera libertad de conciencia los mártires han derramado su sangre.
c) Después de la libertad religiosa, la más necesaria es la libertad civil: es la que asegura al hombre su legítima independencia en los actos de su vida. Pues bien, es la Iglesia la que acabó con la esclavitud.
Nadie puede negarlo: antes de Jesucristo existía en todos lugares en el mundo pagano. Los dos tercios del género humano eran esclavos: algunos ricos tenían centenares; otros millares…
Lo que más asombra es ver a los grandes filósofos: Aristóteles, Platón, Cicerón, etc., estar de acuerdo en la tarea de justificar la esclavitud.
¡Y qué sufrimientos!… El esclavo era una propiedad mobiliaria como cualquier animal doméstico. Su dueño podía impunemente golpearlo, torturarlo, matarlo, darlo como alimento a los peces.
Una ley cruel establecía que todos los esclavos de un dueño asesinado debían ser crucificados. Después del asesinato del senador Petani, el Senado hizo crucificar a sus cuatrocientos esclavos.
La ley condenaba a la misma pena al que mataba una bestia de carga que al que mataba a un esclavo. ¡Tan grande era el desprecio del paganismo para con éste!
Hace estremecer de horror leer en las historias los malos tratamientos de que eran victimas dos tercios de los hombres. Durante el día, el esclavo trabajaba; para él son todas obras o quehaceres penosos: no tiene más que un solo alimento grosero, la polenta, que apenas basta, para sostener su vida.
Durante la noche se le envía a pudrirse en los ergástulos, lívida la piel por los latigazos, el dorso herido, la frente marcada, a veces con un hierro candente, los pies en el cepo…
Por la falta más insignificante los esclavos eran terriblemente azotados; uno fue crucificado por Augusto por haber comido una codorniz; a otro, por haber roto un vaso, le arrojó Polión al estanque para que sirviera de alimento a sus murenas.
No había festines en que algunos esclavos no fueran desgarrados a latigazos para entretener a los convidados…[Véase De Champagny. Histoire des Césars].
¿Qué hizo la Iglesia?
No podía proclamar la libertad en masa de los esclavos sin dar lugar a espantosas matanzas y entregar al hambre una multitud de hombres no preparados para la libertad. Había que proceder prudente y pausadamente.
La Iglesia enseñó que el esclavo tiene el mismo origen, la misma naturaleza y el trismo destiño que su señor, y que, como él, el esclavo está llamado a los beneficios de la Redención.
Ella rehabilita al esclavo, le devuelve su dignidad de hombre, le sustrae a la tiranía, dicta penas contra aquellos que lo maltraten, y le admite, con igual derecha que el dueño, en las ceremonias sagradas.
Como consecuencia, a medida que los ricos se hacían cristianos, honraban y amaban a sus esclavos, les permitían fundar familia y, a veces, ellos mismos los ponían en libertad.
San Hermes libertó 1.250; Cromacio, 1.400; Santa Melania, 8.000, etc.
Los emperadores cristianos prestaron todo su concurso a los Obispos para la liberación de los esclavos.
Todas las leyes dictadas en el siglo IV, bajo la influencia de la Iglesia respiran compasión para con los esclavos y odio a la esclavitud, que bien pronto será borrada del derecho civil y del derecho de gentes.
Es un hecho histórico innegable: la Iglesia ha destruido la esclavitud. El primer árbol de la libertad, plantado en el mundo fue la Cruz del Calvario.
Jesucristo lo regó con su sangre para dar a los hombres la libertad de los hijos de Dios.
d) Después de haber desterrado de los países Católicos la esclavitud proveniente de las costumbres de la antigua sociedad, la Iglesia deploraba otra esclavitud que no estaba en sus manos destruir. Era la que los sarracenos imponían a los cautivos cristianos.
Contra esta esclavitud la Iglesia no pudo emplear más que el rescate. Pero, ¡con qué ardor favoreció esta manera de socorrer a tantas víctimas del fanatismo!
Fueron instituidas órdenes religiosas especiales, como la de los Trinitarios y la de la Merced.
Estas órdenes prestaron mensos servicios. En 1665, los hermanos de la Merced sacaron, solamente de Argel, más de doce mil esclavos, que entregaron a sus respectivas familias.
En los tiempos modernos, la Iglesia ha desplegado su caridad con el tráfico negro en África. Todo el mundo conoce las obras admirables del Cardenal Lavigerie para libertar a los pobres negros.
e) Libertad política.
Es también a la Iglesia a quien deben los pueblos modernos el derecho de tener parte en el manejo de los asuntos del Estado. Desde muchos siglos antes de la Revolución, la Iglesia había trabajado poderosamente para poner en vigor este sistema de libertades en el seno de los pueblos cristianos (Guibe. S.J. L´eglise et la reformes sociales).
Cuando la Iglesia pierde su influencia en una nación, el pueblo cae en la servidumbre. Diariamente se oyen las justas reivindicaciones de los obreros; Allí donde la Iglesia no impera, el obrero se convierte en una máquina explotada.
Y la libertad religiosa, ¿en qué se convierte? Cuando la francmasonería gobierna, predica la libertad e impone la servidumbre más tiránica:
Prohibición a los sacerdotes de reivindicar sus derechos de ciudadanos.
Prohibición a los maestros de enseñar el Catecismo.
Prohibición a los funcionarios de elegir para sus hijos escuelas Católicas y de votar de acuerdo con su conciencia.
Prohibición a los religiosos y a las religiosas de dedicarse a la instrucción de los niños y al cuidado de los enfermos, etc.
La Iglesia y la igualdad.
Antes de la venida de Jesucristo, la igualdad era desconocida. Los hombres estaban divididos en dos castas: los esclavos y los libres.
La esclavitud se hallaba en la espantosa proporción de doscientos esclavos por un hombre libre.
Y para el esclavo no había matrimonio, ni estado civil, ni familia, ni derechos, ni justicia.
Hasta se le excluía de los sacrificios y de las festividades de los templos.
Estos millones de hombres eran amordazados, azotados, torturados, pisoteados por un puñado de ricos.
Estos ricos insolentes negaban un alma al esclavo; no veían en él más que un simple animal destinado a su servicio.
¡ Qué desigualdad también entre el orgullo patricio y el plebeyo!
Para el uno, todas las dignidades, todos los puestos, todos los honores; para el otro, el pan y los placeres del circo: panem et circenses.
En esta sociedad, los apóstoles Pedro y Pablo van a predicar la igualdad de los hombres ante Dios. San Pablo la proclama de un modo categórico:
“No hay distinción, dice, entre el hombre libre y el esclavo: somos todos hermanos en Jesucristo”.
Los apóstoles convirtieron pronto a los hombres de todas, las categorías, a senadores como Pudente, a soldados como Sebastián, a patricias como Inés y Cecilia, a libertos como Nereo y Aquileo, a esclavas como Emerenciana, y no hacen distinción alguna entre dos discípulos.
Los grandes se codean con los esclavos en la Iglesia: se arrodillan en el mismo confesonario, en la misma Mesa Eucarística; reciben los mismos Sacramentos, recitan las mismas oraciones, participan de la misma sepultura.
Hasta las filas del clero están abiertas, lo mismo a los esclavos que a los hombres libres. Los Papas San Cornelio y San Sixto habían sido esclavos.
Este último llevaba en la frente la marca del hierro candente glorificada por sus augustas funciones.
La Iglesia nunca ha dejado de enseñar al mundo la verdadera igualdad de los hombres:
a) La igualdad de origen: todos los hombres descienden de un mismo Padre; todos tienen al mismo Dios por Creador.
b) La igualdad de naturaleza: todos los hombres tienen un alma igualmente espiritual, igualmente inmortal, igualmente creada a imagen y semejanza de Dios y rescatada por la Sangre de un Dios.
c) La igualdad de destino: todos los hombres están igualmente sujetos a la muerte; tienen el mismo infierno que temer y al mismo Cielo que merecer.
En presencia de estas tres igualdades magníficas, esenciales, fundamentales, afirmadas por la Iglesia,
¿qué son todas las desigualdades del talento, de la condición, de la fortuna? Absolutamente nada.
Por cierto la Iglesia reconoce y respeta todas las superioridades legítimas.
Dios ha creado al hombre para vivir en sociedad; toda sociedad necesita de una autoridad… Entre gobernantes y gobernados la igualdad social es imposible.
Los unos tienen el derecho de mandar, los otros, el de obedecer. Esta desigualdad dimana de la naturaleza de las cosas: no se puede destruir sin caer en la anarquía.
Es cierto también que la Iglesia no ha destruido, ni podría hacerlo, la desigualdad de las condiciones sociales.
Los hombres viven en sociedad con facultades desiguales: los unos son fuertes, los otros, débiles; los unos son inteligentes, los otros sin talento; los unos son virtuosos, los otros viciosos.
Estas desigualdades físicas, intelectuales y morales son hechos evidentes que resistirá a todos los esfuerzos revolucionarios. Pues bien, de estas desigualdades físicas, intelectuales y morales dimanan las desigualdades de las condiciones sociales.
Y, a la verdad, en una sociedad se necesitan ingenieros, arquitectos, directores, etc.
¿Quiénes lo serán? Lo serán aquellos cuya superioridad intelectual los haga capaces de ocupar esos empleos. Los otros ejecutarán sus planes: serán peones, albañiles, obreros, etc.
Una sociedad civilizadora no puede existir sin la diversidad de las condiciones.
Para obtener esa igualdad perfecta, de que se presenta un cuadro tan seductor, habrá que volver a la vida salvaje.
Allí todos son iguales. Se vive de la pesca o do la caza; cada cual parte por la mañana va a la orilla de los lagos para proveerse de pescado, o bien al bosque para adquirir carne. Por la noche, cada cual recoge el fruto de su jornada, y aun así no todos son igualmente afortunados, sea en la caza, sea en la pesca… Ved adónde nos conduciría la quimera de la igualdad absoluta.
Otra cosa muy distinta sucede en los pueblos civilizados: la jerarquía y la diversidad de clases son absolutamente necesarias. Lo que importa, lo que es justo, es que cada uno pueda mejorar su suerte. Esa es la verdad, eso es lo que hay que comprender.
La Iglesia no engaña al pueblo con el incentivo de la igualdad de bienes.
Esta igualdad es imposible.
Divídanse hoy las tierras y las fortunas; mañana, los perezosos, los vividores, los tontos habrán disipado su parte; los económicos, los sobrios, los hábiles habrán aumentado su haber.
¿Habrá que volver a empezar cada día la repartición?… [Es cierto que en nuestros días hay ricos acaparadores que oprimen al mundo de los obreros. León XIII habló de ellos en admirable encíclica y lo mismo han hecho los Papas siguientes hasta Juan XXIII]
Por más que digan y hagan los sofistas modernos nunca llegarán a destruir las desigualdades sociales; éstas radican en la naturaleza misma de las cosas: abolidas un día, renacen al siguiente. (Pensemos en el comunismo).
Sólo la Iglesia establece la verdadera igualdad, la única posible: la igualdad ante Dios, la igualdad ante la ley, la igualdad ante el respeto y la estimación mutuos, la igual admisión de todos a los empleos, según los talentos y virtudes de cada uno.
Ella condena los fraudes, las injusticias que empobrecen a unos para enriquecer a otros. Condena severamente el lujo y los gastos inútiles; ordena a los ricos que gasten sus bienes superfluos en favor de los necesitados y, por consiguiente, llena el abismo de la desigualdad social con la caridad cristiana.
La Iglesia y la fraternidad.
¿Qué es la fraternidad?
Es el amor de los hombres llevado hasta la renuncia de los propios bienes y la inmolación de sí misma. Tres condiciones requiere la verdadera fraternidad:
1º Amar al prójimo como a sí mismo.
2º Despojarse de los bienes propios para socorrer a los demás.
3º Sacrificarse hasta la muerte cuando el interés del prójimo lo pide.
1º La fraternidad no era conocida en el paganismo: había desaparecido con el dogma de la unidad de Dios. Por todas partes reinaba el egoísmo.
Antes del Calvario, la historia nos lo enseña, el hombre no amaba al hombre.
Testigos, los combates de los gladiadores, forzados a degollarse para divertir al pueblo. Testigos, los atroces suplicios infligidos durante trescientos años a los mártires cristianos.
Testigos, el desprecio, el desamparo de los pobres. Era mirado como un crimen el socorrer a los desgraciados.
Trajano, apellidado el Piadoso, hizo hundir, cierto día, en el mar, tres navíos cargados de pobres para desocupar las calles de Roma.
¿Cómo podía establecerse la fraternidad en el mundo?
Para establecer la fraternidad se necesitaba el ejemplo y las enseñanzas de un Dios. Dios es Caridad y esta caridad le lleva hasta dar a su Hijo único para salvar a los hombres…
Y el Hijo de Dios se sacrifica por nosotros… ¡Qué ejemplo!
El primer mandamiento de la ley divina es amar a Dios…
El segundo es amar a sus hermanos.
“Este es mi mandamiento”, dice el Hijo de Dios hecho hombre; y el realmente nuevo para el mundo: “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado…
“Lo que hiciereis con el más pequeño de los míos, lo tendréis como hecho a Mí mismo…”.
¿Qué se puede negar a un Dios muerto en la cruz por nosotros?
Tal es el origen divino de la fraternidad. El amor de Dios es el único motor eficaz del amor del prójimo. Nuestro Señor Jesucristo diviniza, por decirlo así, al prójimo, puesto que considera como hecho a su divina persona lo que se hace al último de sus hijos.
Las primeros cristianos ponen en práctica las enseñanzas divinas, el mundo pagano, al contemplarlos, se veía forzado a exclamar: ¡Mirad cómo se aman!
2º El amor se prueba con las obras.
La primera obra de amor es el don de sus bienes.
Despojar a los otros para enriquecerse a sí mismo era propio del paganismo. Despojarse a sí mismo para enriquecer a los otros es propio del Cristianismo.
Por eso la Iglesia exige que los cristianos amen a sus hermanos, no solamente de palabra, sino de verdad y con los hechos.
El uso de las colectas para los pobres se remonta a la Iglesia primitiva.
Así lo atestiguan la Epístola de San Pablo a los Corintios, las Actas del martirio de San Lorenzo y la Apología de Tertuliano.
También se halla una especie de ensayo de Conferencias de San Vicente de Paúl en las siete diaconías de Roma, las cuales formaban otras tantas comisiones de beneficencia, que funcionaban bajo la autoridad del Obispo.
Para devolver la popularidad al paganismo, Juliano el Apóstata hiso imitar la caridad cristiana; pero no halló eco en el corazón de los paganos.
El amor a los pobres fue siempre uno de los caracteres distintivos de los verdaderos cristianos.
El pobre necesitaba alimentos y albergue. Para lo cual fundó el hospital, institución exclusivamente cristiana. El paganismo ignoraba hasta el nombre de esas casas benéficas. En la Roma pagana se encontraban a cada paso teatros, salas de baños, lugares de placer, pero ni un solo establecimiento de caridad.
Apenas la Iglesia pudo disfrutar de libertad, construyó, al mismo tiempo que las basílicas consagradas a la gloria de Dios hospicios para los pobres.
El primer hospital se levantó a orillas del Tíber y fue bautizado con el nombre de Villa de los enfermos.
A fines del siglo IV los hospicios eran muy numerosos. Los de Lyón, de Autún, de Reims, de París datan del siglo V. Los Obispos querían que los pobres tuvieran sus casas como los ricos.
Estos asilos de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos, de los ancianos, fueron llamados Casas de Dios, nombre sublime que recuerda a los cristianos que Jesucristo mira como hecho a Sí mismo lo que se hace al prójimo.
En la Edad Media, cada ciudad de Occidente poseía su hospital tan vasto como un palacio.
En 1792, la, Francia cristiana tenía mil ochocientos hospicios, con cuarenta millones de renta, que fueron arrebatados por la Revolución, animada del espíritu pagano.
Para cuidar a los desgraciados, en estos asilos de la caridad, se necesitaban almas generosas. Dios había suscitado en su Iglesia las abnegaciones necesarias. Almas consagradas (que la Revolución francesa borró de un plumazo).
3° La obra más perfecta de amor fraternal es el sacrificio de sí mismo.
Matar para vivir mejor era propio del paganismo; dar la vida por sus hermanos es propio del Cristianismo. El hijo de la Iglesia no da solamente sus bienes para socorrer a sus hermanos, sino que se da él mismo.
Para servir a los desdichados, la Iglesia ha elegido servidores especiales.
Tiene religiosos y religiosas que, por todo el oro del mundo no servirían a los reyes en sus palacios, y se encierran por toda su vida en un hospital para servir a los pobres, a los inválidos, a los enfermos.
No hay un infortunio en la humanidad que no tenga una legión de almas para aliviarlo.
La orden de San Lázaro se consagra a los leprosos. La de San Jerónimo Emiliano educa a los huérfanos. La de San Juan de Dios cuida a los alienados. La de San Camilo de Lelis asiste a los enfermos. La de los Hermanos de San Vicente de Paúl atiende a los incurables, etc.
Una multitud de congregaciones de mujeres tiene por objeto el cuidado de los desgraciados de todas clases; tales son las Hijas de San Vicente de Paúl, las Hijas de la Sabiduría, las Hermanas de San Agustín, de San Carlos, de San Pablo, de San José, de San Francisco de Regis, las Trinitarias, las Hermanitas de los pobres, etc. Estas innumerables congregaciones dan enfermeras a los enfermos, madres a los huérfanos, hijas abnegadas a los ancianos desamparados.
“Solamente en Francia _decía Taine_ más de 28.000 hombres y 123.000 mujeres son, por institución de los bienhechores de la humanidad, vasallos voluntarios, dedicados, por propia elección, a trabajos peligrosos, repugnantes o, por lo menos, ingratos; misiones entre los salvajes y los bárbaros; cuidado de los enfermos, de los idiotas, de los alienados, de los inválidos, de los incurables; cuidado de los ancianos, pobres o de los niños abandonados; servicio de los orfanatos, hospicios, asilos, de los obradores, de los refugios y de las prisiones.
Y todo esto gratuitamente o por retribuciones ínfimas, merced a reducción de las necesidades físicas de cada religioso o religiosa llevada hasta el extremo.
En estos hombres, en estas mujeres, no es ya el amor de sí miso el que supera al amor de los demás; es el amor de los demás el que supera al amor de sí mismo”[Revue des mondes). (Diario de los mundos].
Conclusión.
Amar al hombre o, más bien, fingir amarle, cuan el interés lo pide; amarle mientras brilla en su frente un rayo de belleza; amar a algunos seres elegidos, abrir sus corazón a algunos amigos, todo eso se vio en el paganismo.
Pero amar al hombre con un amor gratuito, en todas partes y siempre; incluir en su amor al griego y al romano, al civilizado y al bárbaro, abrazar a uno y al otro y decirle: ¡Hermano, yo te amo! esto jamás se había visto.
Amar al hombre deforme, débil, manchado, degradado por todos sus vicios, por más repulsión que inspire; y hacerse de todos los desgraciados, como la Hermanita de los Pobres, una familia a la que se aficiona y ama, he ahí algo que nunca se vio y jamás se verá fuera de la Iglesia católica.
La creación más bella de la Iglesia es la Hermana de la Caridad, cualquiera que sea el nombre que lleve, cualquiera que sea el color de su velo.
El propio Voltaire no pudo menos que reconocerlo:
“Acaso, dice, nada haya en la tierra más grande que el sacrificio que hace el sexo más débil, de la belleza, de la juventud, y a veces del más encumbrado nacimiento, para cuidar ese montón de todas las miserias humanas, cuya vista es tan humillante para el orgullo humano y tan repugnante para nuestra delicadeza”.
La historia de la caridad Católica llena los siglos y se extiende a todos los pueblos. Ese espíritu de la Iglesia es siempre el mismo, y si fue admirable en el tiempo pasado, es admirable en el tiempo presente, y será también admirable en el tiempo venidero.
Fuera de la Iglesia ¿qué es la fraternidad? La diversión de los revolucionarios consistía en ver caer las cabezas bajo el tajo de la guillotina, o en contemplar cómo se ahogaba a la gente de bien.
En 1871, durante la Commune de París, los predicadores de la fraternidad fusilaban a los rehenes: sacerdotes, magistrados, soldados.
En nuestros días se escuchan palabras sonoras, se leen inscripciones pomposas; pero de todos los derechos que suponen esas inscripciones y esos dichos, no hay ninguno que los incrédulos no pisoteen, burlándose de los cándidos que se dejan engañar por sus declamaciones.
¿Qué hacen los librepensadores en favor de las pobres y de los desgraciadas?
¿Dónde están los que sacrifican su libertad y su vida pata aliviar a los miserables?…
Fuera de la Iglesia, ¿dónde están las Hermanas de la Caridad?…
Ved cómo los enemigos de la religión están empeñados en la destrucción de las Congregaciones religiosas, sin temor de arrojar a la calle a los huérfanos, a los desgraciados, a los inválidos, a los ancianos… ¡Qué crimen!
Terminemos con las palabras de un gran orador:
“El Cristianismo crea todos los elementos esenciales del progreso social: la libertad, la igualdad, la fraternidad. Oigo decir que estas tres cosas son el fruto de la Revolución. Ella fue, sobre todo, fecunda en ruinas.
Me admira en ciertos cristianos este milagro de ingratitud, que niega a Jesucristo los dones de su amor y a la Iglesia esta enseñanza social traída del cielo por el divino Autor de las sociedades cristianas.
Lo sé, los revolucionarios se atribuyen resueltamente la invención de las ideas expresadas con estas tres palabras: libertad, igualdad, fraternidad.
Es la eterna estrategia de Satanás: reivindicar para los suyos el prestigio de las palabras, mientras trabaja en aniquilar las ideas que ellas expresan.
Los revolucionarios hablan mucho de libertad, e imponen servidumbre; de igualdad, y aspiran a la dominación; de fraternidad y quieren asesinar a hermanos.
Hablan de libertad coma un desvergonzado habla de probidad; de igualdad como un hombre de ayer habla de su nobleza; de fraternidad coma un malvado habla de su bondad.
La Iglesia Católica, a través de sus largos siglos, habla poco de estas grandes cosas, pero las practica. Si en torno de estas grandes palabras no hace el mismo ruido que los sofistas modernos, es debido a que las realidades que ellas expresan no faltaron a las siglos verdaderamente cristianos, como faltan a las sociedades modernas, que tienden a apostatar del verdadero Cristianismo.
Y si hoy nosotros venimos a hablaros de ellas, no es más que para reivindicar, en nombre de Jesucristo, palabras que Jesucristo nos ha legado, y particularmente para devolver, a las ideas que ellas encierran, un brillo obscurecido por las nubes del error y el polvo de las filosofías.
Sí, la libertad, la igualdad y la fraternidad nos pertenecen, porque ellas son, en la Iglesia de Dios, la tradición viva de Jesucristo; y si queréis que el mundo marche por ellas y con ellas al progreso social, volved a Jesucristo, Jesucristo es estas tres cosas a la vez: sólo en Él somos iguales; sólo en Él somos libres; sólo en Él somos hermanos”[P. Félix, El progreso por medio del cristianismo.]
La Iglesia, con sus enseñanzas, procura siempre la verdadera felicidad temporal al hombre, a la familia y a la sociedad
Ciertos incrédulos confiesan los beneficios de la Iglesia en los tiempos pasados; por lo demás, sería imposible negarlos, a menos de falsificar completamente la historia. Pero pretenden que, al presente, la Iglesia no puede hacer nada por la felicidad temporal de los hombres.
Según estos sofistas, las doctrinas liberales aplicadas a la sociedad deben conducirla, de progreso en progreso, a una felicidad terrenal de que no hay ejemplo en los siglos pasados.
Con esta funesta invención se engaña al pueblo y se le arrastra al socialismo o comunismo, fruto natural del liberalismo.
Fácil no será demostrar que la doctrina y moral de la Iglesia tan lejos están de ser un obstáculo al desenvolvimiento legítimo de la civilización que, por el contrario, son eminentemente apropiadas para labrar la verdadera felicidad temporal del hombre, de la familia y de la sociedad.
1° La Iglesia procura la felicidad del hombre.
Para el hombre la felicidad consiste en la satisfacción de las exigencias legítimas de su alma y de su cuerpo.
Muchas cosas, dice Bossuet, deben concurrir para la felicidad del hombre, porque está compuesto de diversos elementos, y cada uno de ellos reclama satisfacciones en armonía con sus necesidades.
El alma posee dos grandes facultades: el entendimiento y la voluntad. El entendimiento quiere conocer, y no puede hallar su felicidad sino en la Verdad; la voluntad quiere amar, y no puede hallar su felicidad sino en el Bien.
Estas dos facultades, aunque limitadas en su naturaleza, son infinitas en sus deseos: necesitan de la Verdad completa y del Bien infinito.
No es esto todo. Nuestra alma está unida a un cuerpo, y tan íntimamente que estas dos sustancias, no formando sino una persona, se comunican todas sus impresiones. Siempre que el cuerpo sufre el alma padece también.
Nuestra felicidad reclama simultáneamente la Verdad para la inteligencia, el Bien para la voluntad y un cierto bienestar para el cuerpo.
Ahora bien, la Iglesia enseña la Verdad integral, la verdad acerca de Dios y sus perfecciones, acerca del hombre, su origen, sus deberes, sus destinos y acerca del mundo que nos rodea.
Ella presenta al hombre soluciones ciertas sobre todos los problemas de la vida, le ahorra las indagaciones infructuosas y le preserva de todo error.
Luego, la Iglesia satisface todas las exigencias legítimas del entendimiento humano.
Con su moral la Iglesia propone a la voluntad el Verdadero Bien del hombre y le suministra los medios para alcanzarlo.
El verdadero bien del hombre no puede hallarse en ningún bien creado, porque todos los bienes creados, separados o reunidos, serán siempre lo que son, esencialmente finitos y limitados y por consiguiente, serán siempre incapaces de llenar el corazón del hombre, que aspira a la posesión del Bien infinito.
Sólo Dios es el verdadero bien del hombre.
La unión con Dios empieza en esta vida por la práctica de la virtud, siendo, por consiguiente, la única felicidad que aquí en la tierra puede satisfacer al corazón del hombre. Será siempre cierto lo que decía San Agustín:
“Nos has creado, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no repose en Ti”.
La Iglesia enseña al hombre el medio infalible para ir a Dios: la práctica de las virtudes cristianas. Además, le comunica abundantemente, por medio de las Sacramentos la Gracia, esa fuerza divina que eleva al hombre, lo diviniza y lo hace capaz de practicar las más heroicas virtudes.
¿Desfallece el hombre en mitad del camino? La Iglesia le levanta y perdona. Le guía y sostiene en su marcha hacia la felicidad eterna.
El verdadero bien del cuerpo se concilia y armoniza perfectamente con el bien del alma. El primer bien del cuerpo es la salud y nada procura y conserva tanto la salud como la victoria sobre las malas pasiones.
Por consiguiente, condenando las pasiones y ayudándonos a vencerlas, la Iglesia nos libra de la mayor parte de las causas destructoras de nuestro bienestar corporal.
Suprímase la ambición, la avaricia, la impureza, la embriaguez, la perezas, con todos los males que estos vicios degradantes traen aparejados, y la mayoría de los hombres gozarán de un dulce bienestar y de una, verdadera felicidad.
Por otra parte, es fácil demostrar que la fortaleza, la prudencia, la justicia, la templanza y las otras virtudes que de ellas dimanan, procuran al cristiano alegrías puras y delicadas, infinitamente superiores a los goces groseros de los sentidos.
El hombre es tanto más feliz cuanto es más laborioso, más sobrio, y más caritativo; cuanto menos deseos tiene y cuanto mayor es la paz de que disfruta.
En otros tiempos, cuando la religión se practicaba mejor de lo que se practica hoy, se contaban muchísimos ciudadanos que disfrutaban de esta felicidad.
En cuanto a los sufrimientos, inseparables de la vida humana, la Iglesia los disminuye y alivia. Los disminuye con la resignación y la paciencia que inspira; los alivia con todos los arbitrios de su inagotable caridad.
Luego, la Iglesia procura al hombre que practica sus divinas enseñanzas la felicidad aun en la tierra.
2º La Iglesia asegura la felicidad de la familia.
Lo que, sobre todo, constituye la felicidad de una familia es la unión de sus miembros entre sí y la disposición a servirse y favorecerse mutuamente.
El padre cristiano sabe que debe ejercer la autoridad para el bien de los miembros de la familia.
Sabe que la mujer fue sacada del costado del hombre para ser su ayuda y no su esclava y sabiendo esto rodea de respeto y de amor a la compañera de su vida.
Sabe que, por el bautismo, sus hijos se han convertido en hijos de Dios y herederos del cielo; sabiendo esto, se considera a sí mismo como cooperador de Dios en la educación y salvación de su posteridad.
Gana el pan de cada día con el sudor de su frente o con su inteligente actividad. Es feliz, consagrándose a la felicidad de aquellos a quienes ama más que a sí mismo.
La esposa, a su vez, debe obediencia, amor y rendimiento a su esposo, que representa para ella la autoridad de Dios.
Divide su vida entre su esposo y sus hijos: sostiene el valor del uno, le ayuda en sus trabajos, le consuela en sus penas y prodiga a los otros los cuidados más afectuosos.
Deposita en esas tiernas almas la semilla de todas las virtudes. Estos gérmenes benditos, desarrollados durante la vida, producirán los frutos más preciosos. Tal es la mujer fuerte, cuyo retrato nos hace el Espíritu Santo en la Biblia.
Los hijos aprenden, desde la más tierna edad, a respetar y amar a sus padres
¿acaso no ven en ellos las imágenes vivas de la bondad divina?
La religión, mejor todavía que la naturaleza, les hace cumplir con todos los deberes de una verdadera piedad infantil. Ellos se acostumbran, por una sabia educación, a guardar la disciplina, a respetar la autoridad, a observar las leyes justas. En la escuela de estos padres se forman caracteres enérgicos, cristianos sin miedo y sin tacha.
Tales son los deberes que la Iglesia inculca a los diferentes miembros de la familia; pero también les facilita los medios necesarios para cumplirlos. Al efecto emplea dos medios principales para ayudarles a cumplir con sus santas obligaciones.
a) Con el Sacramento del Matrimonio, imagen de la unión de Jesucristo con su Iglesia, confiere a los esposos cristianos las gracias necesarias a su estado.
b) Les propone por modelo la Santa Familia de Nazaret, en la que todos los miembros de la familia cristiana hallan un ejemplo que imitar y un ideal que realizar.
3° La Iglesia procura la felicidad de la sociedad.
La acción bienhechora de la Iglesia se pone más de relieve todavía en la sociedad. Hace paternal el poder y honrosa la obediencia, e inspira las virtudes sociales.
a) La Iglesia dice a los representantes del poder:
“Sois los delegados de Dios para el bien de vuestros subordinados, tendréis que rendir cuentas de vuestra administración. Seréis recompensados o castigados según la medida del alto puesto que habéis ocupado en la tierra”.
Si el poder escucha las enseñanzas de la Iglesia, gobierna como un buen padre de familia.
b) La Iglesia dice a los súbditos:
“Toda autoridad viene de Dios; en la persona de los representantes de Dios obedecéis a Dios mismo. En todas sus órdenes justas les debéis el mismo respeto y la misma obediencia que a Dios”.
Hace más de ciento cincuenta años que se intenta organizar la sociedad separadamente de la Iglesia; se hacen y deshacen gobiernos; se revisan las constituciones, sin poder conciliar la autoridad con la libertad.
Esta lucha permanente, terrible, entre gobernantes y gobernados no puede tener más que dos soluciones: o bien vence la rebelión, y los poderes caen en brazos de la anarquía, o el despotismo triunfa, y un día, cuando menos se piensa, un soldado anuncia que acaba de estrangular la libertad.
Sólo la Iglesia, poniendo el origen de la autoridad en Dios, protege al poder contra la tentación del despotismo y contra los asaltos de la anarquía.
c) Finalmente, la Iglesia predica el respeto a las leyes de Dios, que tiene en sus manos todas las felicidades. Ella inspira a todos el amor al trabajo, el espíritu de economía, la justicia, la caridad, etc.
Pues bien, estas virtudes no pueden menos que enriquecer aun pueblo determinar la repartición equitativa de la riqueza. Por eso las naciones verdaderamente Católicas fueron siempre las más felices y las menos castigadas por el azote del pauperismo.
El sabio economista Le Play lo prueba con guarismos. He aquí sus conclusiones:
“El estudio metódico de las sociedades europeas me ha enseñado que el bienestar material y moral, y en general, las condiciones esenciales a la prosperidad, se hallan en relación con el vigor y la pureza de las convicciones religiosas” (Réfarme sociale).
APENDICE
PRINCIPALES OBJECIONES CONTRA LA IGLESIA
1° La Iglesia es la madre del despotismo de la superstición y del fanatismo.
Así opinan quienes entienden por despotismo todo poder que emane de Dios; por superstición, la verdadera religión; por fanatismo la convicción en la fe que lleva al cristiano a dar su vida por Jesucristo.
Se ve que les conviene desnaturalizar el sentido de las palabras. Así también, el creer en las enseñanzas de la Iglesia es, en su jerga, ignorancia y estupidez.
2° La Iglesia no es de su tiempo: es la enemiga del progreso y de la civilización moderna.
La iglesia no es enemiga sino del vicio y de la barbarie. Ella ha civilizado al mundo e inaugurado todos los progresos, como lo testifica la historia.
a) Para los librepensadores y los francmasones la civilización consiste en el bienestar material, en el progreso de la ciencia positiva y la independencia de toda autoridad y de toda jerarquía.
En materia de dogma, negación de Dios y del alma, secularización de la sociedad; nada de Dios en el gobierno, ni en las leyes, ni en las escuelas, ni en los hospitales, ni en ninguna parte…
En materia de moral individual, supresión de todo deber, amor a todo placer, derecho a toda licencia. Tal es la moral independiente.
En materia de derecho social, negación de la soberanía de Dios, falsa noción de la autoridad, derecho a la insurrección, o sea, revolución permanente, desorden, anarquía.
De estas doctrinas subversivas la Iglesia no quiere saber nada. Y tiene razón de sobra, porque esta falsa civilización produce el embrutecimiento de los individuos y la ruina de las sociedades.
b) ¿Qué entendéis por civilización moderna?
¿El progreso material alcanzado en nuestro siglo?
La Iglesia aplaude este progreso. ¿Por qué habría de ser enemiga?
¿Acaso el vapor, el gas, la electricidad, los ferrocarriles, el teléfono, etc., etc., se oponen en algo al dogma y a la moral?
La Iglesia tiene bendiciones especiales para todas las manifestaciones de la actividad humana. Os desafío a que halléis una invención grande y hermosa, una empresa inteligente y útil, un verdadero progreso en todo aquello que puede servir para el acrecentamiento del bienestar y para la fortuna social que la Iglesia no haya aplaudido y estimulado con todas sus fuerzas.
Dios ha entregado el mundo a la industriosa actividad de los hombres. A ellos toca el escudriñar la tierra y los mares; la Iglesia bendice sus trabajos.
Ella sabe muy bien que, cuanto más se penetre en los secretos de la naturaleza más claro se descubrirá el sello del Creador, más se verá brillar su poder, su sabiduría, su bondad.
En 1851, en la primera Exposición Universal de Londres, los ingleses, muy entendidos en progreso material, escribieron con letras gigantescas sobre la cúpula más alta del Palacio de Cristal, este magnifico acto de fe: “Gloria in excelsis Deo”.
Y cuando llegó la distribución de los premios a los laureados del progreso, un coro inmenso entonó, para rendir gloria a Dios, el hermoso cántico: Laudate Dominum omites gentes!…
¿Llamáis civilización moderna al progreso intelectual, a la instrucción del pueblo?
Pero la Iglesia la ama más que vosotros: Después de viente siglos pasados en guardar, copiar, componer y esparcir libros, en formar maestros, en fundar escuelas, tiene derecho para decir que ama la instrucción del pueblo.
Ella declara solamente que la instrucción sin Dios es una necedad y un crimen; que sobre la instrucción profana, que es útil, está la instrucción moral y religiosa, que es necesaria y la única capaz de asegurar la salvación de las almas, el honor de las familias y el bienestar de la sociedad: Es cuestión de simple buen sentido.
Una nación donde la instrucción y la educación fueran anticristianas, lo sería bien pronto ella también. Las naciones sin religión están maduras para la corrupción, la decadencia y la muerte. Es la enseñanza de la historia.
¿Entendéis por civilización moderna el progreso moral?
Pero ese progreso es, ante todo, obra de la Iglesia.
La Iglesia ha llevado a la virtud al mundo, sumido en la corrupción. Ella ha recogido y salvado al niño condenado a muerte como Moisés en el Nilo.
Ha rehabilitado a la mujer envilecida y degradada. Ha devuelto la libertad civil y política a los pueblos esclavos. Proscribe todos los vicios, e inspira todas las virtudes.
La doctrina Católica hace del trabajo un deber; de la justicia una ley; de la caridad fraterna, una virtud sincera; de la limosna, una obligación; de la templanza, un precepto.
Esta doctrina hiere de muerte la pereza, el egoísmo, el lujo, la codicia, el pauperismo. Por consiguiente, los cristianos poseen, en la doctrina de la Iglesia, todas las condiciones del progreso, de la paz y de la felicidad.
c) Luego, la Iglesia no es enemiga de la verdadera civilización: no condena ninguna aspiración legítima.
1. Los hombres de este siglo aman la libertad.
La Iglesia también la ama, ¡Con qué energía la defiende contra los que la niegan o la oprimen.
Pero por encima de la libertad coloca a Dios, la verdad, el deber, el orden público; declara que nada que no sea justo y honesto es permitido; aclama la libertad y proscribe la licencia. ¿No tiene razón?…
2. Los hombres de este siglo aman la igualdad.
La Iglesia también la ama, y es la que mejor la practica. Pero declara que, bajo pretexto de igualar, no hay que suprimir las superioridades legítimas, nacidas de la naturaleza, del talento, del trabajo y del mérito. ¿No tiene razón?…
3. Los hombres de este siglo aman la fraternidad.
La Iglesia también la ama y, lo que vale más, la practica. La palabra y el concepto pertenecen al diccionario del Evangelio: Jesucristo es su autor; la Iglesia, guardiana. Así lo afirma la historia.
La Iglesia, pues, es de su tiempo: ama en nuestro siglo todo lo que es verdadero, todo lo que es bueno, todo lo que es grande.
Pero condena todo lo que es falso, todo lo que es malo, todo lo que envilece al hombre. Es su deber y también su gloria guardar para los hombres un símbolo de fe, una regla de costumbres y esperanzas de vida y de inmortalidad.
El mundo se enorgullece de la civilización moderna y olvida el origen de la misma. No ve que, aún hoy, lo que la sostiene, lo que la guarda, es lo que le queda de cristiano en las venas. A medida que la religión Católica se va, la barbarie vuelve, como viene la noche cuando el sol se oculta.
3° La Iglesia es enemiga de la ciencia:
impone a las inteligencias el yugo de la fe ciega. Ante las luces y el genio modernos, los viejos dogmas se disipan.
La Iglesia no es enemiga sino de la ignorancia y del error.
a) La Iglesia ha sido siempre el alma y la promotora de las ciencias: lo atestigua la historia.
Ella fundó las escuelas, los colegios, las universidades de Europa, adonde la instrucción de los alumnos era gratuita.
Ella conservó los libros de Grecia y de Roma, que hubo que copiar y transcribir: trabajo colosal realizado por los monjes. Ella, en todos los tiempos, favoreció, honró y premió a los sabios, a los poetas, a los artistas.
Durante más de quince siglos, todo lo que el mundo ha producido de ciencia, de literatura, de historia, de geografía, de elocuencia, de filosofía, es obra de la Iglesia.
No hay un solo ramo del saber humano que le sea extraño; no ha habido un genio que no haya rendido homenaje de simpatía. No son los verdaderos sabios los que atacan a la Iglesia; son los eruditos a la violeta:
“Poca ciencia aleja de Dios, decía Bacon, mucha ciencia aproxima a Él”.
Los que dicen que la Iglesia es enemiga de la ciencia son mentirosos desvergonzados; es la mentira inventada y propagada por los que quieren sustraer al pueblo a la influencia de la Iglesia; a fin de envilecerlo y explotarlo a su gusto.
b) La fe no es ciega: ¿Hay algo más razonable que creer en la palabra de Dios?.
Si el ignorante debe apelar a la palabra de los sabios, ¿por qué se negará el hombre a creer en la Palabra de Dios, que es la misma verdad?
La oposición entre la fe y la ciencia es una quimera.
¿Qué es la fe? ¿Qué es la ciencia?
La fe o los dogmas de la fe son verdades reveladas por Dios; la ciencia o las verdaderas enseñanzas de la ciencia son verdades conocidas por la razón.
De una parte y de otra hay verdad; luego no hay oposición, porque lo verdadero no puede oponerse a lo verdadero.
Estos dos órdenes de verdades manan de la misma fuente, que es Dios. Y Dios nos hace conocer las verdades científicas por la luz de la razón, y las verdades religiosas sobrenaturales por la luz de la Revelación. No es posible oposición alguna entre estos dos órdenes de verdades…
Obreros de la ciencia: seguid adelante, sondead, investigad, descubrid. El Dios de la religión se llama también a sí mismo el Dios de las Ciencias, y debemos suponer que conoce su nombre.
El Dios que ha hecho la luz no puede temerla. El Dios que ha dictado la Biblia y el Evangelio es Creador de la naturaleza; ¿queréis que la Naturaleza desmienta la Biblia y el Evangelio?
Los tres narran la gloria del Altísimo. La ciencia y la fe son dos rayos del divino sol: ¿cómo queréis que no estén en armonía?
c) La grande, la verdadera ciencia moderna no teme rendir a la religión los testimonios más hermosos e inesperados.
Tan lejos está de disipar los viejos dogmas, como os place afirmar que, al contrario, ha ,presentado la Biblia y el Evangelio, la verdad y la historia, a una luz los ataques modernos que llena de admiración a todo verdadero sabio.
Todos los ataques modernos contra la religión Católica no han servido sino para procurarle nuevas pruebas de su divinidad [Los esplendores de la fe, del sabio MOIGNO].
Los librepensadores no quieren saber nada de dogmas viejos.
¡Atrás la Iglesia!, gritan. La Iglesia es enemiga de la libertad de pensar.
En 1849, en la Cámara de Francia, alguien se atrevió a lanzar a Thiers ese globo lleno de humo, mientras el ilustre hombre defendía la libertad de enseñanza.
“Yo me glorío de ser de la sociedad moderna, contestó; he estudiado mucho eso que llaman la libertad de pensar, y he visto que la religión Católica no impide pensar sino a aquellos que no están hechos para pensar!…”.
Yo soy librepensador, quiere decir: “Yo aprendo a pensar, cada mañana, en mi diario; soy la devota oveja de mi logia masónica”. ¡Ahí tenéis a los libres y a los pensadores!
¡Cómo se venga Dios de esos pequenos soberbios que no le quieren por Señor!
Los deja a merced de todas las esclavitudes y de todas las bajezas.
¿Creer en la religión con lo más selecto de la humanidad? ¡Imposible!, es humillante.
Pero creer en el primer charlatán que nos sale al paso, creer en el primer foliculario que vende la blasfemia a tanto la linea, ¡ah!, eso sí…
Es la manera que tienen de ser librepensadores. Cuando el pueblo de Israel se hacía librepensador y rechazaba a su gran Dios, corría inmediatamente a arrojarse a los pies de un becerro… Es, más o menos lo mismo que pasa hoy.
4º La Iglesia es intolerante.
”Sí; la Iglesia es intolerante en materia de doctrina, y debe serlo, porque la verdad es una o no es verdad; la verdad no puede admitir la transacción con el error, como no puede admitirla la luz con las tinieblas.
Pero si la Iglesia es intolerante con el error y el vicio, está llena de indulgencias para con las personas.
La Iglesia jamás ha admitido, ni puede admitir, tolerancia de las doctrinas.
Hay dos clases de tolerancia: la tolerancia de las doctrinas y la tolerancia de las personas.
a) Es un deber para ella.
Depositaria de la enseñanza divina, debe guardarla intangible y protegerla contra los que la alteran o la niegan, so pena de traicionar la misión que Jesucristo le ha confiado.
La Iglesia no puede sacrificar la verdad de que es responsable ante Dios. Por lo mismo que la Iglesia no tolera nada de lo que es contrario a la fe y a las buenas costumbres, demuestra que guarda fielmente el depósito divino: el dogma y la moral.
b) Su intolerancia es un beneficio para el mundo.
Si Ella hubiera tolerado las aberraciones del paganismo, estaríamos todavía prosternados ante ídolos inmundos. Si hubiera tolerado las herejías, la verdad sobrenatural de mucho tiempo atrás habría desaparecido de la tierra.
Si hubiera tolerado el filosofismo del siglo XVIII, las mismas verdades naturales habrían cedido su lugar a los errores más monstruosos.
Si en nuestros días tolerara los abusos de la mala prensa, del lujo, de las ruletas, del trabajo dominical, fuentes todas de desmoralización, el mundo volvería a caer rápidamente en su antigua corrupción.
c) La intolerancia es una ley general que se encuentra siempre y en todas partes: Intolerante el poder civil, cuando hace fusilar a ciertos malhechores y reduce a prisión a los ladrones; intolerante el postor, cuando sacrifica una oveja enferma para que no contagie a las demás, etc.
¿Cuál es el motivo de esta intolerancia?
Toda sociedad, si quiere vivir, debe ser intolerante en la aplicación de sus estatutos, que son su razón de ser.
Debe arrojar lejos de sí todo miembro insubordinado o corrompido. Por la misma razón, la Iglesia tiene el derecho de excluir o excomulgar a cualquiera que se niegue a someterse a sus preceptos.
Intolerante en sus principios, la Iglesia fue siempre muy tolerante con las personas. Siempre ha dicho a sus discípulos: Sed víctimas; pero nunca: Sed verdugos.
La dulzura de la oveja, la sencillez de la paloma, la prudencia de la serpiente, he ahí las armas de los Apóstoles.
El conde de Maistre ha podido decir con la historia en la mano:
“Jamás el sacerdote ha levantado un cadalso; en cambio, muchas veces ha subido a él como mártir; no predica más que misericordia y clemencia, y en todos los puntos del globo, no ha derramado más sangre que la suya”.
La Iglesia ha usado de su autoridad para reprimir el error; ha acudido a la caridad para traer al buen camino a los que se habían salido de él; no ha invocado el apoyo secular y llamado la fuerza al servicio de la verdad, sino cuando se ha tenido que defender contra herejes furiosos que la atacaban con las armas, turbaban la paz pública y ponían en peligro lo mismo a la sociedad civil que a la religiosa.
Ahí tenéis, en pocas palabras, el resumen de lo que ha hecho contra las herejías desde su origen.
a) ¿Quiénes son los que acusan a la Iglesia de intolerancia?
Los protestantes… Y, sin embargo, Lutero hizo morir a más de cien mil hombres en la guerra de los campesinos; Calvino, en Ginebra, hizo quemar a los que no pensaban como él.
Enrique VIII y la malvada Isabel, en Inglaterra y en Irlanda; Cristián II, el Nerón del Norte, en Dinamarca; Gustavo Vasa, en Suecia, llevaron acabo toda clase de persecuciones contra sus súbditos Católicos.
Los Hugonotes han cubierto a Francia de sangre y de ruinas…
¡Tal es la tolerancia protestante!… Y son ellos los que acusan a la Iglesia de haber promovido las guerras de religión!
La Iglesia no hizo más que defenderse: jamás ha pretendido, como los protestantes, imponer su doctrina con la violencia.
b) ¿Quién acusa a la Iglesia de intolerancia?
Los filósofos del siglo XVIII. Pues bien, Voltaire tenía por divisa:
“Aplastad al infame…”. Diderot quería ahorcar al último rey con las tripas del último cura. Rousseau condena a muerte a todo aquel que no se porte de acuerdo con los dogmas de la religión del país, etc.
c) ¿Quiénes acusan a la Iglesia de intolerancia?
Los liberales modernos. En 1793 tenían por fórmula: Libertad, igualdad o la muerte;
y despojaron las iglesias, asesinaron a los sacerdotes y guillotinaron a las personas honradas, gritando: ¡Viva la libertad!…
París contempló el mismo espectáculo en el año 1871, en tiempo de la Commune…
5º Las naciones católicas son menos prósperas que las protestantes.
Pero, aunque se admitiera la decadencia momentánea de las naciones católicas, el hecho sería perfectamente explicable.
La Iglesia católica había civilizado el mundo antes de la aparición del cisma y de la herejía.
Lo que ha conservado a las naciones heréticas es que ellas han guardado la mayor parte de las leyes sociales del catolicismo: el descanso dominical, la oración pública, el respeto al Santo Nombre de Dios, el respeto a la autoridad paterna, etc.
Mirados a esa luz, esos pueblos son en cierta manera Católicos.
Las naciones católicas, por el contrario, azotadas por el espíritu revolucionario, han dejado desenvolver en su seno el desprecio a la autoridad divina, el desprecio a la autoridad civil y el desprecio a la autoridad paterna.
No es, pues, sorprendente que las naciones protestantes prosperen con sus leyes inspiradas por el catolicismo, y que las naciones católicas se hayan detenido en su progreso natural gracias al espíritu pagano, que va minando su existencia.
Las doctrinas impías y antisociales impuestas a los pueblos Católicos son una causa de ruina.
“Pero reprochar al catolicismo los desórdenes que condena _desórdenes nacidos de principios que anatematiza-, hacer al catolicismo responsable de los males que se esfuerza en atajar por todos sus medios de influencia, o en prevenir con sus más graves enseñanzas y más severas advertencias, ¿no es el colmo de la injusticia y de la sinrazón?
Seguramente no son los Católicos los que, en nombre de la fe que profesan, amenazan la paz pública, organizan las sublevaciones populares, levantan barricadas, derrocan a los gobiernos.
Sus enemigos más encarnizados han reconocido frecuentemente su prudencia, su moderación, su espíritu de abnegación y de sacrificio.
No es, por cierto, entre ellos donde se reclutarán factores de anarquía. Y cuando se quiere arrancar del corazón del pueblo las últimas raíces de su vieja fe Católica, cuando se le empuja por un camino que termina fatalmente en el abismo, los mismos que preparan y precipitan las catástrofes con sus doctrinas, esos mismos,
¡se atreverán a decir que el catolicismo hace ingobernables a los pueblos, los degrada y los arruina!… ¡Tal es su buena fe! ¡Tales su lógica!…
La Iglesia de Jesucristo ha sido desde su origen, y lo será hasta el fin del mundo, la gran civilizadora de los pueblos.
Combatirla es combatir el verdadero bienestar temporal de los pueblos; es querer la desgracia del pobre, del obrero, del niño, del anciano, de la mujer, del enfermo, de todas aquellos, en una palabra, que no tienen medios para oprimir a los demás” (Rutten).
Conclusión.
Todo anda mal en la sociedad presente porque se ha alejado de Nuestro Señor Jesucristo y de su Iglesia.
Y, sin embargo, ¡cuántos esfuerzos, cuántos proyectos, cuántas leyes, cuántas empresas filantrópicas dignas de mejor suerte!
Tal vez nunca ha salido a la luz mayor número de sistemas que aspiran a lograr el mejoramiento moral, material y social de la humanidad.
¿Qué se ha conseguido con todo esto?
Abrir un abismo en el que la sociedad entera corre peligro de precipitarse.
¿Por qué sucede así? Porque Jesucristo está ausente de todos esos sistemas, de todas esas leyes, de todas esas empresas.
Se ha querido prescindir de Él; no se ha contado para nada con la religión que Él trajo a los hombres; se ha desdeñado el escuchar a la Iglesia, que es su representante.
Ahora bien, Jesucristo nos lo ha dicho expresamente en el Evangelio:
“Sin mí nada podéis hacer”. Ved por qué todos esos esfuerzos amenazan con terminar en una última e irremediable catástrofe.
El mal no es de ahora: se remonta a la época del Renacimiento.
Hace trescientos años, la educación, la legislación, la filosofía, las mismas artes, todo fue paganizado. Al Evangelio lo sustituyeron. San Agustín, Santo Tomás de Aquino y los Padres de la Iglesia fueron expulsados de los colegios y de las universidades. A la libertad cristiana se la sustituyó con el cesarismo antiguo.
El paganismo en la educación y en las leyes trajo consigo el paganismo en las costumbres y la disminución de la fe. El resultado fue la espantosa convulsión que se llama Revolución.
Hoy, como consecuencia de idénticas causas, estamos abocados a una catástrofe del mismo género.
Hay, pues, que volver resueltamente a Jesucristo, a la Iglesia: fuera de ahí no hay salvación.
“Muchos creen a la sociedad de nuestros días perdida irremisiblemente…
Pero la sociedad de hoy ¿está acaso más enferma de lo que estaba la sociedad pagana hace diecinueve siglos? El mundo entonces estaba podrido, y Satanás reinaba en él como señor absoluto.
“No había en la sociedad antigua ni amor, ni caridad, ni compasión para el infortunado. Un egoísmo brutal había dividido a la sociedad en dos grandes categorías: los señores y los esclavos.
“Y estos mismos señores se arrastraban a los pies de aventureros afortunados, a quienes llevaban al poder las continuas y sangrientas revoluciones…
¿No era, pues, más difícil de convertir esa sociedad pagana que la nuestra, que cuenta todavía con Católicos fervorosos?
“¿Qué hicieron los Apóstoles? Predicaron a Jesucristo, predicaron el Evangelio, y, a despecho de todas las trabas, de todas las persecuciones, aquella sociedad se salvó y se hizo cristiana. Leamos el Evangelio, vayamos a Jesucristo y a su Iglesia, y la felicidad y la paz reinarán en el mundo” (Abate Garnier
VI. Nuestros deberes para con la Iglesia.
¿Cuáles son nuestros deberes para con la Iglesia?
Tenemos tres grandes deberes para con a Iglesia, derivados de la triple autoridad que Jesucristo le ha conferido.
Debemos:
1° Creer en sus enseñanzas, porque ha recibido autoridad doctrinal para enseñarnos las verdades reveladas.
2° Obedecer sus preceptos, porque posee autoridad pastoral para gobernar a los cristianos.
3° Recibir sus sacramentos y tomar parte en su culto, puesto que está investida con autoridad sacerdotal para conferir la gracia.
Hemos probado, que Jesucristo ha dado a su Iglesia docente esta triple autoridad. Réstanos exponer cuáles son nuestros deberes prácticos para con la Iglesia, encargada por Dios de enseñarnos, de gobernarnos, de santificarnos.
1° Debemos obedecer los preceptos de la autoridad doctrinal de la Iglesia.
El Concilio Vaticano I resume nuestro primer deber para con la Iglesia con estas palabras:
“Hay que creer con fe Divina y Católica todas las verdades que están contenidas en la palabra de Dios escrita o por tradición, y que la Iglesia, sea por una sentencia solemne, sea por su Magisterio ordinario y universal, propone a nuestra creencia como divinamente reveladas”[De Fide, VII].
Este texto encierra tres proposiciones distintas, tres grandes principios dogmáticos:
1º La fe divina y católica tiene por objeto las verdades divinamente reveladas, contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición.
[Distinción entre la fe divina y la fe católica. La fe divina tiene por objeto toda verdad revelada por Dios.
La fe católica tiene por objeto todo lo que propuesto por la Iglesia como revelado por Dios y contenido en la escritura y en la tradición].
2° Sólo a la Iglesia corresponde proponer a la fe Católica las verdades contenidas en la Escritura y en la Tradición.
3º La Iglesia puede proponer estas verdades, sea por una sentencia solemne, que es, a saber, por la definición de un Concilio general o del Papa hablando ex Cathedra, sea por su Magisterio ordinario, es decir, por la enseñanza común y universal de sus Pastores.
De ahí las siguientes proposiciones:
1° Las fuente de la enseñanza de la Iglesia son: la Sagrada Escritura y la Tradición.
2º La Regla de la fe Católica es el Magisterio de la Iglesia.
3° El Magisterio de la Iglesia, sea ordinario, sea extraordinario, es infalible.
Fuentes de la enseñanza de la Iglesia
¿Qué es lo que la Iglesia enseña a los cristianos?
La Iglesia enseña a los cristianos las verdades que Nuestro Señor Jesucristo ha revelado, por Sí mismo o por el Espíritu Santo, a los Apóstoles.
Nuestro Señor instruyó, durante tres años a sus Apóstoles y prometió enviarles el Espíritu de verdad para perfeccionar su instrucción: la víspera de su Pasión les dijo: “Aun tengo muchas cosas que decíros, mas ahora no las podéis comprender. Pero cuando viniere aquel Espíritu de verdad, Él os enseñará toda la verdad”.
La Iglesia es el eco de Jesucristo: ella repite al mundo las verdades anunciadas por el divino Maestro, y difunde por todos los pueblos las enseñanzas divinas.
Esto es lo que constituye su grandeza.
Un procónsul romano preguntaba a un joven Mártir:
“¿Jesucristo es Dios? Sí, Jesucristo es Dios.
¿Quién te lo ha dicho?
Mi madre me lo ha dicho y Dios se lo dijo a mi madre”.
“Mihi mater, et matri meae Deus dixit”.
Tal es la contestación que debe dar todo Católico.
¿En qué fuente bebe la Iglesia las verdades que Jesucristo enseñó a los Apóstoles?
La Iglesia bebe las enseñanzas que Jesucristo enseñó a sus Apóstoles, en las Sagradas Escrituras y en la Tradición.
Estas dos fuentes de la fe contienen lo que debemos creer y lo que debemos hacer para salvarnos.
Dios ha hablado a los hombres por medio de sus Profetas y de su divino Hijo.
Con la revelación cristiana se cerró el ciclo de las revelaciones divinas.
Pero ¿dónde se encuentra el depósito de la revelación?
En la Sagrada Escritura y en la Tradición; y este depósito Dios lo ha confiado a la guarda de su Iglesia.
La Iglesia no inventa nuevas verdades: no hace más que atestiguar y esclarecer los dogmas.
No los define para que existan, sino que los define porque existen.
Las verdades que componen el depósito de la fe son como piedras preciosas que la Iglesia muestra sucesivamente a las generaciones que no las conocen.
Pero no puede aumentar ni disminuir el número de estos diamantes marcados con la efigie de Cristo.
a) La Sagrada Escritura
¿Qué es la Sagrada Escritura?
La Sagrada Escritura, es la Palabra de Dios escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Comprende los libros del Antiguo del Nuevo Testamento.
Muchos otros libros, por ejemplo, los catecismos, contienen la palabra de Dios; pero no son esta Palabra.
Una carta puede contener las palabras de un soberano, sin ser una carta del soberano. Pero una carta escrita por y un secretario, bajo el dictado del rey, es verdaderamente una carta y palabra real.
De la misma manera, las Sagradas Escrituras, escritas bajo la inspiración del Espirita Santo, son verdaderamente los escritos de Dios, la palabra de Dios.
1º Noción de la Sagrada Escritura.
La Sagrada Escritura es la colección de los libros escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo y reconocidos por la Iglesia como depositario de la palabra de Dios. Esta colección se llama Biblia.
La Biblia es, a la vez, obra del hombre y obra de Dios.
Materialmente, nuestros Libros Santos no se distinguen de los libros ordinarios. Conocemos a sus autores: Moisés, David, Salomón; San Mateo, San Juan, San Pablo, etc. Fueron escritos como los otros, en pergamino o en papiro, en un idioma determinado, el hebreo, el griego, y conforme a las reglas de la sintaxis y de las gramáticas particulares de esas lenguas.
Así considerados, son libros cuya autoridad humana se basa en la crítica.
Hemos probado, su autenticidad, su integridad y su veracidad.
Pero formalmente, y en su carácter esencial, nuestros Libros Santos son, ante todo, obra de Dios, porque fueron escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo.
El hombre que los escribía no fue sino, un instrumento en manos de una causa superior: de suerte que las Escrituras no contienen nada, ni pensamientos, ni doctrinas, ni narraciones, fuera de lo que el Espíritu Santo ha querido poner en ellos.
Por consiguiente, los Libros Santos difieren esencialmente de los libros humanos; no por el argumento, sino por su autor principal, que es Dios mismo: “Spiritu Sancto conscripti Deum habent auctorem” (Concilio Vaticano I).
Los Libros Santos son obra de Dios, porque es Él mismo quien los inspiró.
2º Naturaleza de la inspiración.
¿Qué es la inspiración?
Es una acción, un impulso sobrenatural del Espíritu Santo que determina la voluntad del escritor sagrado, ilumina su inteligencia, su imaginación su memoria, dirige su pluma, la preserva de todo error y le hace escribir lo que Dios quiere y nada más.
En la inspiración la función principal pertenece a Dios; al hombre, la secundaria.
La acción de Dios sobre el escritor sagrado se traduce por una triple influencia:
1º Determinación sobrenatural de la voluntad para escribir;
2º Iluminación de la inteligencia acerca de las verdades que hay le escribir;
3º Dirección y asistencia positiva del Espíritu Santo acerca de los pensamientos y de las palabras, para preservar al escritor de todo error y hacerle escribir todo lo que Dios quiere, y nada más.
Esta influencia del Espíritu Santo, dejando a cada escritor su genio propio, su manera de concebir, su estilo, etc., lo ilumina y lo dirige en la elección de los más pequeños pormenores; y no solamente le impide equívocarse, sino aun valerse de alguna expresión que no refleje exactamente el pensamiento divino.
Así, la acción de Dios y la cooperación del hombre se asocian en el mismo acto. La redacción de la Escritura es obra de uno y del otro: de Dios, que fue el autor principal, y del hombre que sirvió de instrumento. _“Spiritus Sanctus est auctor, homo vero instrumentum” (Santo Tomás).
Escuchemos al Concilio Vaticano I:
“La revelación sobrenatural _dice_ está contenida en los Libros escritos y en las tradiciones no escritas, que, recibidas de la boca misma de Jesucristo por los Apóstoles, y transmitidas como por las manos de los mismos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, han llegado hasta nosotros.
“Estos libros la Iglesia los tiene por Santos y Canónicos, no porque, compuestos por la sola habilidad humana, hayan sido después aprobados por la Iglesia, ni tampoco porque contienen la revelación sin error, sino porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y han sido entregados como tales a la misma Iglesia”[De Fides II].
3° Certeza del hecho de la inspiración.
¿Cómo sabemos qué los Libros Santos son inspirados?
Esto no se puede saber sino por el testimonio formal del mismo Dios.
Sólo Dios, que es el autor principal de los Libros inspirados, y que es la vedad misma, puede certificar de una manera auténtica y segura la inspiración de un libro.
En el Antiguo Testamento, Dios formuló su testimonio por sus profetas y enviados, cuya veracidad abonaba por medio de milagros. Jesucristo y los Apóstoles confirmaron el testimonio de los profetas de la ley antigua.
El testimonio de Dios acerca de la inspiración de los Libros del Nuevo Testamento nos ha venido de dos Apóstoles que lo transmitieron a sus discípulos.
Los primeros cristianos no podían conocer la inspiración de los Libros Santos, sino por el testimonio de los Apóstoles, testigos dignos de fe, puesto que, enviados de Dios, probaban su misión con milagros.
De su boca debían los fieles aprender la doctrina de la salvación, y, por consiguiente, la inspiración de los libros que encerraban esta doctrina.
Este testimonio de los Apóstoles nos es transmitido por la Tradición Católica, es decir, por el Magisterio infalible de la Iglesia.
Y, en efecto, una afirmación tan grave, que nos obliga a creer en la inspiración de un libro, debe dimanar de una autoridad divina, universal e infalible.
Ahora bien, sólo la Iglesia Católica, fundada por Jesucristo está investida de semejante autoridad.
Por consiguiente, el Papa, o bien el Concilio ecuménico, son los únicos que pueden distinguir y hacer conocer cuáles son los libros inspirados.
Es lo que han hecho los Papas y los Concilios a través de los siglos.
En último término, el Concilio de Trento designó todos nuestros Libros Santos en su conjunto y en sus partes, como inspirados por el Espíritu Santo.
El Concilio Vaticano I, renovando esta definición, la termina con esta sentencia:
“Si alguien no recibiere en su integridad, con todas sus partes, como Sagrados y Canónicos los Libros de la Escritura, tales como los enumeró el Sagrado Concilio de Trento, o negare que estén divinamente inspirados, sea anatematizado”[Cap.II, can 4].
Objeción.
Los protestantes nos acusan de fundar nuestro razonamiento en un círculo vicioso. Vosotros probáis, dicen ellos, la autoridad de la Iglesia por el testimonio de las Escrituras, y probáis a continuación la inspiración de las Escrituras por la autoridad de la Iglesia.
Los Libros Santos tienen una autoridad humana y una autoridad divina.
Su autoridad humana, como libros puramente históricos, prueba no por el testimonio de la Iglesia, sino por los argumentos que establecen el valor de todo monumento histórico. Con estas pruebas hemos demostrado que los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles son libros históricos, perfectamente auténticos, íntegros y verídicos.
Los Evangelios narran la vida de Jesús; dan las pruebas de su divina misión y de su divinidad; nos lo demuestra afirmando que es Dios y probándolo con sus milagros.
Vemos después a este Hombre_Dios dar la Iglesia, investirla de una autoridad divina y del privilegio de infalibilidad, para permitirle imponer su doctrina y su fe al género humano.
Así, pues, nosotros empezamos estableciendo la existencia y la autoridad infalible de la Iglesia por los Evangelios considerados como libros históricos.
Hecho lo cual, podemos inmediatamente, sin recurrir en circulo vicioso, conocer, mediante la Iglesia encargada por Jesucristo de enseñar todas las verdades reveladas, cuáles son los libros inspirados y la extensión de su inspiración.
N. B. _Por lo demás, haremos notar con el Concilio Vaticano I que, sin recurrir a la Escritura, se puede probar la divinidad de la Iglesia Católica.
“La Iglesia, dice, es por sí misma debido a su admirable propagación, a su eminente santidad, a su fecundidad inagotable en toda clase de bienes, a su unidad Católica, a su estabilidad invencible, un grande y perpetuo motivo de credibilidad y una prueba irrecusable de su divina misión”.
4° Canon y traducción de los Libros Santos.
Se llama canon el catálogo auténtico de los Libros Inspirados; y se llaman canónicos los libros que están inscriptos en este catálogo.
Los libros del Antiguo Testamento, en número de cuarenta y cinco, eran conocidos por los judíos; los del Nuevo Testamento, en número de veintisiete, fueron conocidos por los cristianos desde el tiempo de los Apóstoles, que los habían escrito.
Unos y otros nos han sido fielmente transmitidos por la Tradición. El catálogo o canon fue formado, desde los primeros tiempos del Cristianismo, por los Concilios y los Papas.
El Concilio de Trento enumera todos los Libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento:
1° Es de origen divino; es a saber, escrito bajo la inspiración de Dios.
2º Su inspiración está comprobada por la autoridad competente: la Iglesia.
3° Este libro debe ser considerado como infalible y exento de todo error.
La traducción de la Sagrada Escritura admitida por la Iglesia es la Vulgata, en lengua latina, de la cual una parte fue hecha y la otra corregida por San Jerónimo.
El Concilio de Trento ha declarado que es auténtica, es decir, conforme en cuanto a la substancia, al texto primitivo.
Este decreto del Concilio de Trento; corroborado y confirmado por el del Vaticano I, nos prueba:
1°, que la Vulgata no contiene ningún error en lo que se refiere a la fe y a las costumbres;
2°, que ella debe ser tenida por absolutamente fiel en todas sus partes substanciales, aun en las no dogmáticas y morales;
3º, que los cristianos pueden servirse de ella con toda confianza.
b) La Tradición.
¿Qué es la Tradición?
La Tradición es la Palabra de Dios no escrita, sino transmitida de viva voz por los Apóstoles y que ha llegado hasta nosotros por la enseñanza de los Pastores de la Iglesia.
La Segunda Escritura no es el único depósito de la revelación cristiana.
Los Apóstoles no escribieron todas las verdades que habían aprendido de boca de su divino Maestro. Muchas hay que enseñaron de viva voz a los primeros Obispos, y éstos, a su vez, las transmitieron a sus sucesores.
Se llama Tradición, ya al conjunto de estas verdades así transmitidas, tradición objetiva; ya al órgano, de transmisión de estas verdades, tradición subjetiva.
El órgano de la transmisión de las verdes no escritas no es otro que el Magisterio de la Iglesia.
1° Los Apóstoles no escribieron toda la doctrina de Jesucristo.
a) La predicación era el medio indicado por Jesucristo mismo para la propagación del Evangelio.
Los Apóstoles no habían recibido la misión de escribir la doctrina de Jesucristo, sino la de predicarla a todo universo.
Ni siquiera escribieron un resumen sucinto de la doctrina cristiana: su símbolo fue enseñado de viva voz y recitado de memoria hasta el siglo VI.
Por eso hacen depender la fe, no de la lectura de la Biblia, sino de la audición de la palabra de Dios: Fidex ex auditu, auditus autem per verbum Dei (San Pablo).
b) Sin embargo, algunos Apóstoles escribieron una parte de las enseñanzas del divino Maestro; pero no nos presentan sus escritos como un cuerpo completo de la doctrina cristiana: Los evangelistas no relatan sino algunas enseñanzas de Jesucristo y los hechos principales de vida: los autores de las Epístolas se limitan a explicar ciertos puntos de dogma o de moral.
San Lucas nos dice que Jesucristo, después de su resurrección pasó cuarenta días con sus Apóstoles, dándoles instrucciones sobre el reino de Dios, es decir, sobre su Iglesia y el Evangelio. No dice ni una palara de estas instrucciones.
San Juan, el último de los evangelistas, hace esta noble advertencia:
“Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen una por una ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir”[Jn. 21,25].
c) Por lo demás, la existencia de la Tradición está probada por el uso mismo de aquellos que la rechazan.
Los protestantes aceptan la inspiración divina de la Biblia, la substitución del domingo al sábado, el bautismo de los niños, etc. Pero éstas verdades y prácticas no son conocidas sino por Tradición: los Libros Santos no hablan de ellas.
La Palabra de Dios no está, pues, contenida exclusivamente en la Biblia.
Entre las verdades que no son conocidas sino por Tradición se pueden citar la inspiración de los Libros del Antiguo y Nuevo Testamento, la designación de los Libros canónicos, el número exacto de los Sacramentos, la obligación de bautizar a los niños antes del uso de razón, la de santificar el domingo en vez del sábado, la validez del bautismo conferido por los herejes, el culto de los Santos y de las Reliquias, doctrina acerca de las indulgencias, la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo, etc.
De este modo, la Tradición completa, explica las Sagradas Escrituras.
2º ¿Dónde se encuentran consignadas las enseñanzas de la Tradición?
Las verdades enseñadas oralmente por los Apóstoles fueron escritas mas tarde y transmitidas por los diversos medios de que se vale la Iglesia para manifestar sus creencias.
La Tradición apostólica fue consignada sucesivamente en los Símbolos (Credos), en los decretos de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, en los libros litúrgicos, en las Actas de los Mártires y en los monumentos del arte cristiano.
a) Símbolos.
Los símbolos de los Apóstoles, de Nicea, de San Atanasio, demuestran el origen apostólico de los dogmas que contienen.
b) Concilios.
Los Concilios generales son la voz de la Iglesia universal.
Todos han basado sus decisiones sobre la enseñanza anterior y, particularmente, sobre la de los primeros siglos. Su doctrina no puede diferir de la de los Apóstoles.
c) Escritos de los Santos Padres.
Los escritos de los Santos Padres son el gran canal de la Tradición divina.
Se llama Padres de la Iglesia a los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, reconocidos como testimonios de la Tradición.
Para tener derecho a este título se requieren cuatro condiciones: una doctrina eminente, una santidad notable, una remota antigüedad y el testimonio de la Iglesia.
Los primeros Padres que han consignado por escrito las Tradiciones apostólicas son: San Clemente de Roma, el año 100.
San Ignacio de Antioquía, martirizado el año 107. San Policarpo, Mártir (año 166). San Justino, filósofo y Mártir (año 166). San Ireneo, Obispo de Lyón (año 202). San Clemente de Alejandría (año 217), etc.
Sus contemporáneos, Tertuliano, Orígenes, Eusebio, etc., no son más que escritores eclesiásticos, porque su santidad no fue comprobada. Si a veces se les da el nombre de Padres, es debido a su antigüedad y al brillo de su doctrina.
Los Padres de la Iglesia se dividen en dos categorías:
Padres griegos y Padres latinos.
Los principales Padres griegos son: San Atanasio, patriarca de Alejandría (años 296_373). San Basilio, Arzobispo de Cesarea (años 329_379). San Gregorio, Arzobispo de Nacianzo (años 329_389). San Juan Crisóstomo, Arzobispo de Constantinopla (años 347_407).
Los principales Padres latinos son:
San Ambrosio, Arzobispo de Milán (años 340_397). San Hilarlo, Obispo de Poitiers, muerto en el año 367. San Jerónimo, presbítero, traductor de la Biblia (346_429).
San Agustín, Obispo de Nipona (años 358_430). San Gregorio Magno, Papa (años 543_604).
Los Padres pueden ser considerados como testigos de la Tradición y como doctores de la Iglesia.
Como testigos, poseen una autoridad especial. Cuando todos, y aun cuando varios, presentan una doctrina como perteneciente a la Tradición Apostólica, merecen el asentimiento de nuestra fe.
Y, a la verdad, es imposible que autores de diversos países, de diversas nacionalidades, de diversos siglos, se hayan puesto de acuerdo para consignar en sus obras las mismas creencias, si no las hubieran recibido de la Tradición Apostólica.
Cuando los Santos Padres hablan simplemente como doctores, exponiendo sus ideas propias o tratando de probar la doctrina cristiana merecen un gran respeto, pero no un sentimiento incondicional, porque su enseñanza no se identifica con la de la Iglesia.
Doctores de la Iglesia.
Entre los Padres, los más ilustres por su doctrina y por los servicios prestados a la ciencia Sagrada llevan el título de Doctores.
La Iglesia confiere también este título a ciertos escritores eminentes en santidad y en doctrina que no pueden ser enumerados entre los Padres por haber vivido en época demasiado apartada de los tiempos Apostólicos.
Los más sabios son: Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Alfonso María de Ligorio, San Francisco de Sales, etc.
Actualmente suman 33 los Doctores de la Iglesia, hay tres mujeres: Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresita del Niño Jesús.
Libros litúrgicos.
Las verdades enseñadas por los Apóstoles se hallan también en los libros litúrgicos.
El Misal, el Pontifical, el Ritual, el Breviario, etc., contienen las oraciones, las ceremonias en uso para el Santo Sacrificio, la administración de los Sacramentos, la celebración de las fiestas.
Estos libros, que datan de los primeros siglos, tienen suma importancia por ser testimonio, no de la opinión de algunos hombres, sino de la fe de toda la Iglesia.
Actas de los mártires. Estas Actas, al darnos a conocer las verdades que los mártires sellaron con su sangre, nos brindan pruebas incontestables de la fe primitiva de la Iglesia.
Monumentos públicos.
Las inscripciones, grabadas en los sepulcros o en los monumentos públicos, atestiguan la creencia de los primeros cristianos acerca del bautismo de los niños, la invocación de los Santos, el culto de las imágenes y de las reliquias, la oración por los difuntos, etc.
Así, los confesonarios hallados en las Catacumbas de Roma prueban la divina institución de la confesión sacramental. Estos testimonios tienen tanto mayor valor cuanto que su antigüedad no puede ser puesta en duda.
3° Autoridad de la Tradición.
¿Tiene la Tradición la misma autoridad que la Sagrada Escritura?
Sí; la Tradición posee la misma autoridad, porque es igualmente la Palabra de Dios.
Y con razón, pues consiste en las verdades que Dios ha revelado y que nos conserva mediante la enseñanza infalible de la Iglesia.
Por eso el Concilio de Trento “recibe con igual respeto y amor todos los Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo autor es Dios, y todas las Tradiciones que se refieren a la fe y a las costumbres como dictadas por boca de Jesucristo o por el Espíritu Santo y conservadas constantemente en la Iglesia Católica”.
“Fácil cosa es distinguir por medio de las siguientes reglas, las Tradiciones divinas de las que tienen un origen puramente humano:
a) Toda doctrina no contenida en la Escritura y admitida como de fe por la Iglesia, pertenece a la Tradición divina. Según esta regla, reconocemos como inspirados por Dios todos los libros canónicos.
b) Toda costumbre de la Iglesia que se encuentra en todos los siglos pasados, sin que se pueda atribuir su institución a ningún Concilio ni a ningún Papa, debe ser considerada como instituida por los Apóstoles.
De acuerdo con esta regla, consideramos como de institución Apostólica el ayuno cuaresmal, la señal de la cruz, etc.
e) El consentimiento unánime, o casi unánime, de los Padres acerca de un dogma o de una ley de la que no se habla en la Sagrada Escritura, es una señal infalible de que este dogma o esta ley pertenecen a la Tradición divina y de que los Apóstoles la han enseñado después de haberla aprendido de Jesucristo” (Marotte).
Jesucristo, ¿dio a su Iglesia el poder de determinar lo que debemos creer y lo que debemos hacer para ir al cielo?
Sí; Jesucristo dio a la Iglesia docente, es decir, al Papa y a los Obispos unidos al Papa, el poder de fijar las verdades que hay que creer y los preceptos que hay que observar para ir al cielo.
Por este motivo, el Magisterio de la Iglesia es llamada: la regla de fe y moral. Llamamos regla de fe al medio infalible por el cual Dios nos enseña las verdades que Él ha revelado y los deberes que nos impone. Este medio es el Magisterio de la Iglesia.
Nadie es libre para explicar a su manera la Sagrada Escritura y la Tradición; debemos someternos a la Iglesia docente, establecida para decirnos lo que debemos creer y cómo debemos obrar.
El Magisterio de la Iglesia es la regla de fe y moral. Sólo los que han recibido la misión oficial para hacerlo son los que tienen derecho de regular nuestra fe y nuestra moral.
Es así que sólo a los Apóstoles dijo Cristo: “Id y enseñad a todas las naciones… el que no creyere será condenado”. Luego, es el Magisterio de la Iglesia la regla de fe y moral.
Por lo demás, la razón nos demuestra la necesidad de una regla para dar a los fieles la noción de las verdades que hay que creer; de los deberes que hay que explicar. Exigir que cada hombre, sabio, ignorante, estudie por sí mismo la Escritura y la Tradición para conocer el dogma y la moral revelados, el sentido y las consecuencias de eta revelación, es pedir un imposible.
El divino Salvador no podía hacer depender la salvación de tal medio: Por eso confió a los Apóstoles solos, y por ellos a la autoridad docente de la Iglesia, la misión de enseñar la doctrina que había traído del cielo.
Además, la autoridad de la Iglesia no es menos necesaria para conservar intactas las verdades una vez conocidas, y para dirimir las controversias que surgen acerca de las mismas. Las enseñanzas contenidas en las Sagradas Escrituras y en las Tradiciones Apostólicas son con frecuencia obscuras y difíciles de comprender.
Por lo mismo, dan lugar a contrarias interpretaciones; el protestantismo nos ofrece numerosos ejemplos de ello. Era, pues, necesario un juez vivo, un Intérprete auténtico para fijar el sentido de la revelación divina y condenar los errores.
Jesucristo estableció el Magisterio de la Iglesia, dice San Pablo, a fin de que no fluctuemos, como los niños al impulso de cualquier viento de doctrina.
Por este motivo, el Gobernador Supremo de la Iglesia y los Obispos en comunión con Él son los únicos intérpretes legítimos e infalibles de las Escrituras y de la Tradición, la única regla viva de la fe y de la moral.
El Magisterio de la Iglesia, ¿tiene las cualidades requeridas para regular la fe y las costumbres de los cristianos?
Sí, el Magisterio de la Iglesia tiene todas las cualidades requeridas para fijar las verdades que hay que creer y los deberes que hay que cumplir.
Una regla de fe debe ser:
1º En su principio, de institución divina;
2° En su naturaleza, accesible a todos, clara e infalible;
3° E sus efectos, apropiada para mantener en todas partes la unidad de creencias y de moral.
Y estas tres cualidades las reúne el Magisterio de la Iglesia.
Cualidades requeridas para una regla de fe. La regla de fe debe ser:
1° Instituida por Dios: porque sólo Dios tiene el derecho de imponernos la fe.
2° Accesible a todos: Dios quiere la salvación de todos: la salvación de los ignorantes, lo mismo que la de los sabios.
Clara: debe disipar las dudas, terminar toda controversia y decir claramente lo que hay que creer y lo que hay que obrar.
Infalible: para creer hay qué estar cierto de la verdad, y para obrar, conocer con certeza su deber: una ley dudosa no obliga.
3º Apta para mantener la unidad de la fe y de la moral: esta unidad no puede ser mantenida sino por la creencia en las mismas verdades reveladas y por la práctica de los mismos deberes, impuestos en nombre de la autoridad de Jesucristo.
El Magisterio de la Iglesia posee todas estas cualidades:
1° Es de institución divina, puesto que Jesucristo encargó a sus Apóstoles que enseñaran a todas las naciones.
2° Es accesible a todos: resuelve las dudas de los sabios y ahorra a los ignorantes el cuidado de un examen de que no serán capaces.
Sus enseñanzas son claras, porque la Iglesia precisa siempre el sentido en que debe entenderse la palabra de Dios.
Son infalibles, porque Jesucristo preserva a su Iglesia de todo error.
3º Este Magisterio mantiene la unidad de creencia entre los cristianos, porque tiene el derecho de imponer sus decisiones.
Cuando un juez infalible ha hablado, no queda lugar a dudas ni controversias.
¿Por qué la Biblia no es, como pretenden los Protestantes, la regla de la fe y moral?
La Biblia no es la regla de fe y moral por tres razones principales:
1° Jesucristo no estableció la Biblia como regla de fe, sino el Magisterio vivo, infalible y perpetuo de la Iglesia.
2° La verdad revelada no está contenida, toda entera en la Biblia; se halla también en la Tradición.
3° No todos los fieles son capaces de leer, de comprender y de interpretar infaliblemente la Biblia.
La Biblia, como todos los códigos, necesitaba de un tribunal infalible para interpretarla en última instancia, bajo pena de tener tantas interpretaciones como individuos.
1° Como regla de fe, Jesucristo instituyó un Magisterio vivo, infalible y perpetuo.
Un Magisterio vivo, porque confirió a enviados vivos la misión de señar a todas las naciones.
Un Magisterio infalible, porque Jesucristo promete asistir a sus Apóstoles:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación los siglos”.
Un Magisterio perpetuo, puesto que debe durar hasta el fin del mundo.
Pero Jesucristo era dueño de elegir el medio que mejor le pareciera para enseñar a las generaciones futuras las verdades que había raído a la tierra y los deberes que imponía a los hombres.
Luego, todo aquel que no crea en este Magisterio establecido por Cristo será condenado: “qui non crediderit condemnabitur”.
2º La revelación no está contenida toda entera en la Sagrada Escritura.
Un gran número de verdades reveladas han sido conocidas por Tradición oral, transmitidas por los Apóstoles a las generaciones de su tiempo y por éstas a las siguientes hasta nosotros.
Como Jesucristo, los Apóstoles enseñaron de viva voz, y los Evangelios y Epístolas no encierran todas las enseñanzas divinas (Véase: Qué es la tradición).
3° Los protestantes tienen por regla de fe la interpretación individual de la Biblia, es decir, el libre examen. Pero el libre examen no es la regla de fe.
a) El libre examen no es de institución divina:
Jesucristo no ha dicho: Leed la Biblia, sino oíd a la Iglesia:
“Aquel que no oye a la Iglesia, sea para vosotros como gentil y publicano”; …
“el que a vosotros oye a Mí me oye”.
b) No es accesible a todos: unos no saben leer, otros no tienen tiempo, otros no tienen gusto para ello y la humanidad, en su conjunto, es incapaz de ir a buscar la religión en la Biblia.
No es una regla de fe clara y precisa, y lo prueba el hecho de que los protestantes no están de acuerdo entre sí, ni acerca del número de los Libros Santo, ni acerca de la interpretación de los textos: no tienen un símbolo único ni regla fija de moral.
No es infalible, porque Jesucristo no prometió la infalibilidad más que a los Apóstoles y a sus sucesores, y no a los simples fieles.
c) El libre examen abre la puerta a todas las dudas, a todas las contradicciones, a la anarquía religiosa. La experiencia de tres siglos lo prueba con toda evidencia.
Notas importantes.
Notas Importantes:
1º La Iglesia fue fundada y propagada por la enseñanza oral de los Apóstoles antes de la aparición de los Libros del Nuevo Testamento, que no fueron terminados sino a fines del siglo I.
Por consiguiente, la Iglesia es anterior a esos libros, y por lo mismo, la Biblia no podía ser la regla de fe para los primeros cristianos
¿Cómo, pues, lo será para los cristianos de los siglos posteriores?…
La religión de Jesucristo no cambia.
2º La Biblia, como regla de fe, es un medio contrario a la naturaleza de la religión revelada y a la naturaleza del hombre.
a) Esencialmente positiva en sus dogmas y en su moral, la religión revelada debe ser impuesta a la inteligencia y a la voluntad del hombre por una autoridad externa que hable en nombre de Dios.
b) Por otra parte, una religión divina debe estar en armonía con las necesidades de la naturaleza humana. Es así que el hombre es un ser enseñado, que ha recibido siempre la educación religiosa y moral mediante la enseñanza oral de la sociedad de que forma parte. Luego, la Biblia no puede ser la regla de fe cristiana.
3º El simple buen sentido condena el sistema protestante.
Según todos los pueblos civilizados, todo código requiere un tribunal que lo interprete y aplique; y esto a pesar de que un código de leyes, que es la regla de las acciones, es claro, coordinado, escrita en el idioma del pueblo que debe regir.
Con todo esto, siempre es objeto de innumerables controversias, que no pueden ser zanjadas sino por un tribunal supremo.
La Sagrada Escritura, que es el código de los cristianos, no posee esas cualidades enumeradas: con mayor razón, pues, necesita de un tribunal que la explique.
La Biblia no es clara. Según el propio San Pedro, contiene cosas difíciles de comprender [II Petr. III. 16].
No es una colección coordinada de dogmas y de preceptos. Sus setenta y dos libros son muy diferentes: unos son históricos, otros morales… y otros poéticos.
Está escrita en hebreo y en griego, dos lenguas muertas, inaccesibles al vulgo.
No basta, pues, conocer la Biblia; hay que estar seguro de poseer el verdadero texto de la escritura, de conocer el verdadero sentido de las palabras divinas.
Y esta certeza no nos puede venir sino del Magisterio vivo de la Iglesia Católica.
Es, pues imposible que la Biblia sea la regla de fe.
Si Dios hubiera establecido la Biblia como regla de fe, habría excluido de la salvación eterna a casi todos los hombres: lo que es una blasfemia y lo que nadie creerá nunca.
Luego, el protestantismo que viene a decirnos;
“Prescindid de la Iglesia y de los sacerdotes: contentaos con la sola palabra de Dios contenida en la Biblia” no puede ser y no es el verdadero Cristianismo, porque no es la religión del pueblo, la religión de todos [Véase, Monseñor de Segur, Causeries sur le Protestantisme].
Conclusión.
Los protestantes de tal modo reconocen la insuficiencia de la lectura de la Biblia como regla de fe, que se someten la enseñanza de sus pastores.
Tienen catecismo, sermones, sínodos y hasta símbolos.
Sin embargo, rehúsan reconocer el Magisterio infalible de la Iglesia establecido por Nuestro Señor Jesucristo en persona.
c) INFABILIDAD DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
¿Puede engañarse la Iglesia en su enseñanza?
No, la Iglesia no puede engañarse en su enseñanza, porque Jesucristo le ha prometido estar siempre con Ella para preservarla de todo error; por eso es infalible.
La infalibilidad es el privilegio de no poder equivocarse.
Resulta de este privilegio, que los fieles tienen la seguridad de no caer jamás en el error cuando creen en las enseñanzas de la Iglesia.
La Iglesia es sol que nos alumbra y guía;
el que escucha su voz no se extravía.
Hemos probado ya la infalibilidad de la Iglesia docente (Véase El Primado de San Pedro).
Hemos demostrado también la infalibilidad del Papa cuando habla ex cathedra (Véase, El Papa sus prerrogativas, sus poderes).
Creemos útil resumir aquí todo lo que concierne a la autoridad doctrinal o al Magisterio infalible de la Iglesia, en las tres preguntas siguientes:
¿A quién ha conferido Jesucristo, la infalibilidad?
Jesucristo ha conferido la infalibilidad:
1° A Pedro y en su persona, a todos los Papas, sus sucesores en el gobierno de la Iglesia.
2° Al Colegio apostólico y, por consiguiente, al cuerpo de los Obispos unidos al Papa, bien reunidos en Concilio o dispersos en sus diócesis.
El Papa y los Obispos unidos al Papa son fuetes de la fe; constituyen la Iglesia docente.
Los pastores de segundo orden: los Párrocos, los Sacerdotes, colaboradores de los Obispos, no son jueces de la fe, reciben del Papa y de los Obispos la enseñanza que transmiten a los fieles.
1º Pedro es el fundamento sobre el cual Jesucristo ha edificado su Iglesia, y este fundamento es inalterable.
Pero si Pedro pudiera errar, el fundamento sería conmovido, y la Iglesia caería. Luego, el Jefe de la Iglesia es infalible en virtud de las promesas de Jesucristo.
2° Jesucristo dijo a sus Apóstoles, unidos a Pedro:
“Id y enseñad a todas las naciones… Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los siglos”.
El Colegio apostólico debe durar, por consiguiente, hasta el fin de los siglos y ser infalible, puesto que el Salvador está todos los días con él hasta el fin del mundo. Es así que el sucesor del Colegio Apostólico no puede ser sino el Cuerpo episcopal, es decir, el Cuerpo de los Pastores, el Cuerpo episcopal.
Los Obispos Apóstoles estaban unidos y subordinados a Pedro.
Luego, el Cuerpo episcopal en unión con el Papa es infalible, como el Colegio Apostólico, en virtud de la asistencia permanente de Jesucristo.
¿Quiere decir esto que cada Obispo es infalible?
No; esto no es necesario. El error de algunos Obispos puede ser fácilmente corregido por el Jefe de la Iglesia, o por el Concilio general.
Pero si el Cuerpo entero de la Iglesia docente pudiera errar, el mal sería irreparable, y la promesa de Cristo no tendría valor alguno, lo que es imposible.
Por consiguiente, la infalibilidad reside:
a) En el Sumo Pontífice, cuando habla ex cathedra, es decir, como Pastor y Doctor de la Iglesia universal.
b) En el Cuerpo episcopal, o el conjunto de los Obispos pero unidos al Papa.
Esta unión de los Obispos con el Papa forma lo que se llama el Cuerpo de los pastores, el Cuerpo episcopal; sin el Papa los Obispos forman un cuerpo sin cabeza.
c) El cuerpo episcopal es infalible (con el Papa), sea que esté reunido en Concilio general, sea que se halle disperso por todo el mundo.
Aunque disperso el Cuerpo de los Obispos, unido a su cabeza, no deja de ser la Iglesia docente.
El Papa y el Concilio no son dos autoridades infalibles distintas: el uno es la cabeza, los otros son los miembros de un cuerpo único e indivisible.
Los obispos son Jueces infalibles de la fe, no como pastores particulares, sino como miembros del cuerpo episcopal, cuyo Jefe y cabeza necesaria es el Papa.
Es, pues, siempre única la infalibilidad divina que enseña, sea por el Papa solo, sea por el Episcopado bajo la autoridad del Papa.
Los curas en sus parroquias, los teólogos en sus libros, los doctores en sus cátedras, no son infalibles.
Sin embargo, los fieles no deben sentir temor acerca de la verdadera doctrina.
Porque;
1°, cada pastor predica, no sus propias opiniones, sino los dogmas proclamados por la Iglesia;
2°, si se equivoca, sería inmediatamente descubierto y excluido por su Obispo;
3°, el Obispo, a su vez, sería inmediatamente condenado por el Papa infalible.
¿En qué es infalible la Iglesia?
La Iglesia es infalible en todo lo que nos enseña acerca de las verdades que hay que creer y de deberes que hay que practicar para ir al cielo.
Puesto que la Iglesia reemplaza a Nuestro Señor Jesucristo en la instrucción de los hombres, debe ser infalible en su enseñanza como el mismo Hijo de Dios.
La Iglesia, pues, es infalible:
1º Para definir las verdades que hay que creer;
2º Para trazar a los cristianos las reglas de moral;
3º Para fijar lo que concierne al culto y a la disciplina eclesiástica.
1° La Iglesia es infalible en lo concerniente a la fe.
Para fijar el Canon de los Libros Santos; interpretar el verdadero sentido de las Escrituras; discernir las verdaderas Tradiciones divinas; definir los artículos de fe; formular los símbolos; resolver las controversias religiosas; condenar las herejías y los libros heréticos.
El objeto de la infalibilidad de la Iglesia abarca en su extensión, no solamente todos los puntos de fe y de moral contenidos en la Sagrada Escritura y en la Tradición, sino también todo lo que es necesario para la conservación, y para la enseñanza integral de la doctrina de Jesucristo: tales son los hechos dogmáticos, como la legitimidad de tal o cual Concilio, etc.
Si la Iglesia no fuera infalible para esto, no podría conservar y defender el sagrado depósito de las verdades reveladas.
La Iglesia no es infalible en materia de doctrinas puramente naturales. Su misión no es enseñar la historia, la geología, la astronomía y las otras ciencias. Por eso nada define acerca de estas materias, dejando al espíritu humano plena libertad en sus indagaciones.
Pero cuando pretendidos sabios establecen principios o sacan conclusiones contrarias a la fe o a la moral, sus proposiciones ya no son puramente científicas; penetran en el dominio de la revelación, donde la Iglesia infalible tiene, desde ese momento, el deber de juzgarlas y condenarlas.
Estas proposiciones llamadas científicas, cuando contradicen la revelación son falsas, porque la verdad no puede oponerse a la verdad.
Con justicia, pues, la Iglesia ha condenado el materialismo y sus funestos principios.
2º La Iglesia es infalible en lo concerniente a la moral.
La Iglesia, fundada para demostrar a los hombres el camino de la santidad, debe ser infalible en la interpretación de la ley natural y en la promulgación de los preceptos del Evangelio.
Por consiguiente, la Iglesia es infalible en lo que, en nuestros días, llaman las doctrinas del orden social, porque se relacionan con las verdades reveladas y la santificación de los pueblos cristianos.
3° La Iglesia es infalible en lo que se refiere ala disciplina.
Con el nombre de disciplina se comprenden las leyes y los reglamentos que tienen relación con el gobierno exterior de la Iglesia: todo lo que la Iglesia decreta o aprueba, en materia de disciplina o de liturgia, es conforme a la fe, a la piedad, a la sana moral.
La Iglesia es, por consiguiente, infalible en dictar leyes, en aprobar las reglas y las constituciones de las Ordenes religiosas, en prescribir ceremonias litúrgicas, etc.
Finalmente, la Iglesia es infalible en la Canonización de los Santo.
No puede declarar, mediante un juicio solemne y definitivo, que tal personaje goza en el cielo de la bienaventuranza eterna si ha muerto en desgracia de Dios.
Un error tal, sería contrario a las buenas costumbres, puesto que la Iglesia propone los Santos canonizados a la veneración y a la imitación de sus fieles.
N. B. _Hay, una gran diferencia entre los artículos de fe y las leyes de la Iglesia. El Papa no puede mudar los artículos de fe, por que estos artículos, definidos por la autoridad infalible de Dios, son verdades inmutables, eternas: el Papa debe creerlas con la misma sumisión con que las cree cada uno de los cristianos.
Pero el Papa, sea solo, sea en Concilio, puede modificar y mudar las leyes disciplinarias, de acuerdo con las necesidades de los tiempos, la utilidad de las almas.
Está siempre asistido por el Espíritu Santo para gobernar la Iglesia, y Jesucristo jamás permitirá que su vicario mande algo contrario a la gloria de Dios y a la salvación, de los hombres.
¿Cómo propone la Iglesia a la f e de los cristianes las verdades reveladas?
La Iglesia propone a la fe de los cristianos las verdades reveladas, de dos maneras: una ordinaria y universal, y otra, extraordinaria y solemne.
1° El Magisterio ordinario consiste en la predicación unánime y constante de los Pastores de la Iglesia, en la enseñanza de los Catecismos y en las prescripciones de las prácticas del culto.
2º El Magisterio extraordinario se ejerce con las definiciones ex cathedra de los Sumos Pontífices y con los decretos de Concilios ecuménicos.
La iglesia docente es infalible activamente, es decir, que enseña sin poder jamás engañarse. La Iglesia enseñada o discente es infalible pasivamente, es decir, que escuchando al Papa y a los obispos unidos al Papa, no puede ser nunca inducida a error; La Iglesia entera es, pues, infalible, la una en la enseñanza; la otra en la obediencia.
1) El Magisterio ordinario es el que ejercen los Obispos o sus delegados instruyendo a los fieles acerca de las verdades de la fe, bien por el Catecismo, la predicación, la enseñanza de la teología, o bien por la práctica de la religión y las ceremonias del culto.
Este modo de enseñar es el más usado, basta, ordinariamente, para preservar a la fe de todo error.
La Iglesia no puede equivocarse en su enseñanza constante y universal; de lo contrario, Jesucristo no estaría con su Iglesia todos los días hasta la consumación de los siglos, y las puertas del infierno prevalecerían contra Ella.
Sería, pues, un error pretender que no hay que creer con fe Católica sino aquello que es solamente propuesto o definido.
Si así fuera, bien pocos artículos habrían sido impuestos a la fe de los primeros cristianos. La mayor parte de los dogmas no han sido propuestos por el Magisterio extraordinario de la Iglesia sino sucesivamente, a medida que se hacía necesario defenderlos contra los ataques de la herejía.
Debemos, pues, creer con fe Católica todo lo que los Pastores proponen comúnmente como verdades reveladas, en sus instrucciones pastorales, predicaciones, catecismos, etc. Este Magisterio ordinario de la Iglesia es infalible: un Pastor puede errar, pero el error no puede ser común, universal. Lo que ha sido profesado y enseñado como dogma de fe en todos los tiempos, en todos los lugares y por todos los pastores, es evidentemente revelado por Dios.
2) Magisterio extraordinario.
Pero puede llegar el caso de que el error halle partidarios entre los fieles y aún entre los Pastores.
La verdad, para triunfar, pide entonces definiciones más claras, que disipen las dudas y pongan término a todas las controversias.
Frecuentemente, el Papa, Jefe de la Iglesia, pronuncia ex cathedra ésas definiciones dogmáticas o morales y falla solemnemente las cuestiones en litigio.
Hemos visto antes las condiciones de infalibilidad de esas sentencias.
Otras veces, el Papa convoca en Concilio a todos los Obispos del universo:
éstos formulan decretos o cánones sobre el dogma, la moral, la disciplina.
Estos decretos son infalibles porque son dictados por la Iglesia docente.
Sin embargo, las definiciones dogmáticas no tienen por objeto más que los puntos de doctrina directamente definidos, y no las consecuencias que de ellos fluyen: sólo estos puntos son de fe Católica.
Sus con secuencias serán simplemente de fe divina para aquellos que las vean claramente en las premisas.
¿Están todos los Católicos obligados a creer en las enseñanzas de la Iglesia?
Sí; todos los cristianos están obligados a creer en las enseñanzas de la Iglesia, porque Jesucristo dijo a sus Apóstoles y a sus sucesores:
“El que a vosotros escucha, a Mí me escucha; el que os desprecia, a Mí me desprecia”.
Creer en todas las verdades reveladas por Cristo y enseñadas por la Iglesia:
tal es el deber sagrado impuesto a todos los miembros de esta sociedad espiritual.
Quienquiera que rehúse creer la palabra de Dios interpretada por la iglesia, deja de ser cristiano, deja de estar en el camino de la salvación:
“…quien no creyere se condenará”.
La Iglesia es una sociedad espiritual cuyo fin principal es el mantener la pureza de la fe y la sana interpretación de la palabra de Dios, contenida en las Sagradas Escrituras y en la Tradición.
La ley fundamental que une a los miembros de la Iglesia es creer lo que Ella enseña como si Dios mismo hablara.
“Quien os escucha, a Mí me escucha”, dijo Cristo a sus Apóstoles, en los que se hallaba la Iglesia naciente.
San Pablo declara que si Jesucristo ha establecido Pastores y Doctores es para que los hombres no estén a merced de todo viento de doctrina y para que lleguen a la unidad de la fe: “Un solo Dios, una a sola fe, un solo bautismo”[Efes., IV, 5].
Por eso llamaba a la Iglesia columna y fundamento de la verdad.
2º Debemos obedecer los preceptos de la autoridad pastoral de la Iglesia.
¿Dió Jesucristo a su Iglesia la autoridad pastoral para gobernar a los cristianos?
Sí; Jesucristo dio a la Iglesia autoridad pastoral para gobernar los cristianos.
Él dijo a los Apóstoles:
“Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra …; como mi Padre me ha enviado, así os envío…”
Luego, la Iglesia ha recibido de Jesucristo, como Jesucristo lo había recibido de Dios Padre, pleno poder para gobernar los hombres.
El poder gubernamental de la Iglesia incluye el poder de dictar leyes, pronunciar sentencias, castigar a los culpables. En otros términos, el poder legislativo, judicial y coercitivo o ejecutivo (Véase Finalidad de la Iglesia).
Jesucristo dio a su Iglesia el poder de hacer leyes, cuando dijo a los Apóstoles: “Todo lo que ataréis en la tierra será atado en el cielo…”.
Por eso en todos los tiempos la iglesia ha usado de este poder.
En el Concilio de Jerusalén, los Apóstoles dictaron leyes.
San Pablo recorrió Siria y Cilicia recomendando que se observaran los preceptos de los Apóstoles.
Los cristianos de la Iglesia naciente santificaban el domingo, practicaban el ayuno, etc. Obedecían las leyes de los Apóstoles.
Una sociedad perfecta tiene el poder de dirigir a sus miembros por medio de leyes, hacia el fin común.
Pero la Iglesia es una sociedad, no solamente perfecta e independiente, sino también superior a todas las demás. Luego, con mayor razón posee el poder de dictar leyes para dirigir a sus miembros hacia su fin sobrenatural.
El poder legislativo de la Iglesia tiene por objeto la predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios, la observancia de los preceptos y de los consejos del Evangelio, la administración de los Sacramentos y el ejercicio del culto divino.
¿Por qué la Iglesia nos impone leyes?
La Iglesia nos impone leyes para dirigirnos en la observancia de los mandamientos de Dios y hacernos más fácil la práctica del Evangelio.
Los mandamientos de la Iglesia no son una nueva carga: por el contrario, nos facilitan la observancia de los mandamientos de Dios.
He aquí las pruebas:
1º En la Sagrada Escritura, Dios nos manda que recordemos los días en que nos colmó de favores.
La Iglesia, más explícita, determina estos días y fija la fecha de los mismos en el curso del año: Santificarás las fiestas.
2º En la Escritura, Dios nos manda que santifiquemos los días que se ha reservado para su culto.
¿Mediante qué obras hay que santificarlos?
La Iglesia nos lo explica: nos prescribe que asistamos al acto religioso más augusto y más sagrado: Oirás Misa entera los domingos y demás fiestas de guardar.
3º En el Evangelio, Dios nos manda que nos presentemos a los sacerdotes, investidos por Él para poder perdonar los pecados.
¿Cuándo hay que confesarse para cumplir este precepto?
La Iglesia nos lo dice: Por lo menos, una vez al año.
4° En el Evangelio, Jesucristo nos manda que nos alimentemos con su Cuerpo, bajo pena de vernos excluidos de la vida eterna.
¿Cuándo hay que comulgar?
La Iglesia nos lo dice: Por lo menos, en Pascua y cuando se prevé peligro de muerte.
5º En nuestros Santos Libros, Dios nos ordena a menudo que hagamos penitencia, que mortifiquemos nuestras pasiones, que expiemos nuestros pecados.
¿Qué penitencia hay que hacer?
La Iglesia señala ciertos días de ayuno y de abstinencia.
Así, pues, los mandamientos de la Iglesia no nos imponen nuevas obligaciones:
solamente determinan la manera de cumplir con los preceptos divinos.
Al dictarnos estos mandamientos, la Iglesia procede como Madre cariñosa que señala con precisión a sus hijos las ordenes del padre de familia.
N. B. _No hay que olvidar, sin embargo, que la Iglesia, en virtud de la autoridad legislativa que ha recibido de Jesucristo, puede dictar todas las leyes que le parezcan útiles para la gloria de Dios y la salvación de las almas.
¿Están rigurosamente obligados los cristianos a obedecer las leyes de la Iglesia?
Sí; los cristianos están rigurosamente obligados a obedecer leyes de la Iglesia, porque quien desobedece a la Iglesia desobedece mismo Jesucristo, y debe ser considerado como gentil y publicano.
Por lo demás, el solo hecho de haber dado Jesucristo a su Iglesia poder de dictar leyes, basta para demostrar la obligación que todos los cristianos tienen de obedecerlas; de lo contrario, ese poder sería inútil.
Los mandamientos de Iglesia obligan a todos los cristianos, corno mandamientos de las leyes de una nación obligan a todos los ciudadanos de la misma.
Los mandamientos de la Iglesia obligan como los mandamientos de Dios, puesto que emanan de la misma autoridad; pero no tienen el mismo carácter.
Los mandamientos de Dios son de derecho natural e inmutables; los de la Iglesia son derecho positivo y pueden ser cambiados, modificados y aún abrogados.
Nunca se puede estar dispensado de los mandamientos de Dios, porque están basados en la ley natural; pero se puede estar dispensado de los mandamientos de la Iglesia, cuando su observancia causa un grave perjuicio.
Esta respuesta refuta la vulgar objeción:
Estoy pronto a obedecer a Dios, pero no a los curas, que son hombres como yo.
Los curas no son hombres como nosotros:
el hombre privado no es el hombre público. Obedecer al padre, en cuanto padre, no es obedecer al hombre, sino al representante de Dios, que es el autor de toda paternidad.
Obedecer al Jefe del Estado, en cuanto Jefe del Estado, no es obedecer al hombre, sino al lugarteniente de Dios, del que dimana toda autoridad.
Obedecer al sacerdote, en cuanto sacerdote, no es obedecer al hombre, sino al enviado de Dios, autor de la paternidad y de la autoridad en el orden sobrenatural.
Decís: Los sacerdotes son hombres como los demás.
Puesto que razonáis de esta forma, conceded a los otros el derecho de hacer lo mismo. Entonces el niño dirá: Mis padres son hombres como los demás, y los considerará como a extraños.
El soldado dirá: mis jefes son hombres como los demás, y no los respetará.
El súbdito dirá: Los gobernantes son hombres como los demás, y conculcará todas las leyes.
El obrero dirá: el domingo es un día como los demás, y trabajará por la mañana, se embriagará por la tarde y acabará por embrutecerse. Ved adónde conduce, vuestro razonamiento tan gracioso…
“Resistir a la autoridad, dice San Pablo, es resistir a la orden de Dios.
Los que resisten atraen sobre sí la condenación”.
El Papa y los Obispos son los representantes de Dios; hablan y ordenan en su nombre; desobedecer sus leyes es desobedecer a Dios mismo.
El que los desprecia, desprecia a Dios.
¿Están todos los cristianos obligados también a obedecer las órdenes del Papa, Cabeza de la Iglesia?
Sí; todos los cristianos están obligados a obedecer las órdenes y las direcciones del Sumo Pontífice.
Hay que obedecer al Papa, no sólo cuando define en virtud de su infalibilidad, sino también cuando gobierna y dirige.
Si el Papa es Doctor infalible, es también Gobernador supremo y permanente de la Iglesia, y tiene derecho a nuestra obediencia.
El Pastor dirige y gobierna su rebaño. Jesucristo designó a San Pedro para apacentar, dirigir y gobernar los corderos y las ovejas de su rebaño:
¡Felices los hombres que se dejan dirigir y conducir por el Vicario de Jesucristo!
Es un deber para todo cristiano obedecer al Papa.
El Concilio Vaticano I, cuyo decreto hemos citado recuerda a los cristianos el deber le obediencia al Supremo Jerarca de la Iglesia:
“Anatema, dice él, a todo el que pretenda que el Pontífice Romano no tiene el plano y supremo poder de jurisdicción sobre toda la Iglesia, no solamente en lo que concierne a la fe, o a las costumbres, sino también en lo que se refiere a la disciplina y al gobierno de la Iglesia universal”.
Es, pues, un deber el obedecer al Papa. Es también un honor, porque el Papa ocupa el lugar de Jesucristo en la tierra: es su Vicario, su representante oficial.
Obedecer al Papa es obedecer a Jesucristo mismo.
Por el contrario, desobedecer al Papa es una falta grave.
Desobedecer al Papa, discutiendo la naturaleza y la importancia de sus actos,
¿no es hacerse juez de sus órdenes, de su extensión, de su oportunidad?
¿No se abre con eso la puerta a la crítica, al menosprecio de la autoridad pontificia, al libre examen?
Discutir las órdenes del Papa es trastornar el orden establecido por Jesucristo en su Iglesia.
Entonces, los que deben ser guiados quieren guiar, los que deben obedecer pretenden mandar.
Si tales principios se introdujeran en la Iglesia, sería la anarquía, sería la ruina. Es, pues, una grave falta desobedecer al Papa, porque es desobedecer a Dios.
Esta desobediencia se agrava frecuentemente con el pecado de escándalo.
En nuestra época, toda rebelión contra la Iglesia es inmediatamente conocida y divulgada por la mala prensa. Esta notoriedad produce escándalo en todas partes.
Toda orden del Papa, cualquiera que sea su forma, liga la conciencia del cristiano. Un Concilio general tiene más brillo, una definición dogmática es más solemne; pero, para un verdadero hijo de la Iglesia, estos actos supremos no tienen mayor autoridad que una Constitución, una Encíclica, una decisión dada en una circunstancia grave. Todo lo que viene del Papa debe ser objeto de nuestra obediencia respetuosa, pronta, entera.
Aunque las órdenes del Papa estén en oposición con nuestras ideas, con nuestras preferencias y aún con los mismos intereses de la Iglesia, según nosotros nos los figuramos, nuestro deber es obedecer sencilla y confiadamente.
El Papa será siempre más prudente y estará más ilustrado y mejor inspirado que nosotros acerca de los graves problemas religiosos, morales y sociales.
¿Tiene derecho la Iglesia para juzgar y condenar a los transgresores de sus leyes?
Sí, Jesucristo dio a su Iglesia el poder de juzgar y de castigar con penas espirituales, y aún corporales, a los transgresores de sus leyes.
Las penas espirituales que usa la Iglesia son:
la Excomunión, la Suspensión y el Entredicho.
El poder legislativo implica el poder judicial y coercitivo.
En toda sociedad se necesitan jueces para interpretar las leyes y aplicarlas a los casos Particulares e infligir castigos a los culpables.
Nuestro Señor invistió a su Iglesia de este doble poder, y sus Apóstoles lo ejercieron desde el principio.
San Pedro castigó con muerte repentina la mentira de Ananías y de Safira: San Pablo castigó con la pérdida de la vista al mago Elymas, etc.
[N. B. _Estas palabras del autor, no se han de entender en un sentido material, como si realmente San Pedro y San Pablo hubiesen directamente causado el daño grave que se indica.
Nótese, con San Jerónimo, que San Pedro no llegó ni a amenazar a los mentirosos Ananías y Safira, sino que éstos, al ver públicamente descubierta su mentira, llenos de vergüenza y tristeza por la inesperada represión de San Pedro, cayeron muertos.
De modo que san Pedro fue solamente la ocasión o la causa instrumental, no física, sino moral de su muerte. (Véase A. LAIDE, in c. V. Act.) En cuanto a San Pablo, se sintió movido del Espíritu Santo a refutar errores de Elymas, y a la conversión del procónsul Sergio Paulo, siendo también instrumentos de Dios en el castigo del mago Elymas (Véase ibídem, in c. XIII.) _ (N. del T.).)
El derecho canónico determina el procedimiento de la Iglesia y las atribuciones de los jueces eclesiásticos.
Objeción.
La Iglesia es una sociedad espiritual; por consiguiente, no puede emplear sino penas espirituales.
La Iglesia es una sociedad espiritual en su fin, pero no en sus miembros.
Sus súbditos son hombres que tienen un espíritu y un cuerpo.
Debe poder castigar al hombre todo entero, al cuerpo como al alma.
Si no tiene a su disposición la fuerza material, puede recibirla de la autoridad civil que, de acuerdo con el plan divino, le está subordinada y debe prestarle su ayuda.
3° Debemos recibir los dones de la autoridad sacerdotal de la Iglesia.
¿Confirió Jesucristo a la Iglesia la autoridad sacerdotal para santificarnos?
Sí, Jesucristo confirió a su Iglesia el poder sacerdotal de santificarnos, mediante la remisión de los pecados, la gracia de los Sacramentos, la virtud del Sacrificio y las ceremonias del Culto.
El poder sacerdotal purifica a los hombres de sus pecados, y les confiere la gracia, que los hace santos y agradables a Dios.
La santidad consiste en la exención del pecado y en la unión con Dios por la Gracia santifícame.
1° La Iglesia ha recibido el poder de perdonar los pecados.
El pecado, es una ofensa hecha a Dios. Sólo Él puede perdonarla, Jesucristo lo puede hacer como Dios que es, igual a su Padre, y como Salvador.
Él comunicó este poder a sus Apóstoles:
“Como mi Padre me envió así también Yo os envío: a los que les perdonareis los pecados, les serán perdonados y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos”
[Jn. 20, 21-23.].
“Os doy las llaves del reino de los cielos:
todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en él cielo”.
Estas palabras son claras: no hay crimen, por grande que se le suponga, que la Iglesia no pueda perdonar.
¿Cómo lo perdona?
Mediante los Sacramentos del Bautismo y de la Penitencia.
2º La Iglesia es la depositaria de los Sacramentos.
Jesucristo encargó a sus Apóstoles y a sus sucesores en el sacerdocio que administraran los Sacramentos[116].
Los Apóstoles se proclaman a sí mismos ministros de Jesucristo y dispensadores de los misterios de Dios [Mt. 28, 19.].
La Iglesia es, pues, la guardiana y la dispensadora de los medios establecidos por Dios para santificar a los hombres.
3º Sólo la Iglesia tiene el poder de ofrecer el Santo Sacrificio.
Después de haber ofrecido su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, Jesucristo dijo, a sus Apóstoles:
“Haced esto en memoria Mía”. Con estas palabras, el Salvador daba a los Apóstoles y a los Sacerdotes, a quienes debían ordenar, el poder de consagrar el pan y el vino y de convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre.
Por eso los sacerdotes ofrecerán hasta el fin de los siglos el gran Sacrificio de la Ley Nueva: La Santa Misa.
El poder sacerdotal se transmite por el Sacramento del Orden.
Nadie lo tiene en la Iglesia sino aquellos que lo han recibido mediante la imposición de manos: los Obispos, que tienen la plenitud del mismo y que pueden, a su vez, conferirlo a otros, y los sacerdotes, que participan de él en la medida que les es dado por los Obispos. Por consiguiente, están excluidos los laicos.
¿Estamos obligados a recibir los Sacramentos de la Iglesia?
Sí; estamos obligados a recibir los Sacramentos de la Iglesia, si queremos obtener, conservar y aumentar en nosotros la vida sobrenatural, que es la única que nos abre el cielo.
Los Sacramentos son “Signos sensibles, instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para significar y producir la gracia invisible.
El Hijo de Dios ha querido conferir la Gracia por medios materiales:
1°, para dar un objeto sensible a la piedad de los fieles y elevarlos mediante las cosas visibles, a las invisibles;
2°, para, hacer pública y solemne la profesión de la religión cristiana.
a) La Gracia es necesaria al hombre.
El hombre, por su naturaleza, es solamente la criatura y el servidor de Dios, puesto en la tierra para servirle y alabarle. Pero Dios, en su misericordia, lo saca de su bajeza, lo adopta por hijo y lo destina a la participación de su felicidad infinita. Eso es lo que constituye para el hombre su elevación del orden natural al orden sobrenatural.
El orden sobrenatural comprende un fin sobrenatural y los medios aptos para alcanzarlo:
El fin sobrenatural del hombre es la bienaventuranza celestial, la visión beatífica de Dios en el cielo: Este fin es sobrenatural porque es superior a la naturaleza humana y a toda la naturaleza creada.
Para alcanzar este fin sobrenatural se requiere un medio sobrenatural, y este medio es la Gracia. Así, como un pobre adoptado por un soberano debe cambiar sus vestidos y su género de vida, así la criatura humana, llamada a participar de la gloria de Dios, debe sufrir una transformación que la divinice.
En otros términos: para ser admitido a una gloria sobrenatural, el hombre debe revestir una forma nueva, una forma sobrenatural, una naturaleza nueva.
Esta transformación le renueva completamente: su alma, su cuerpo y sus obras son ennoblecidas e iluminadas con una belleza divina, reflejo del esplendor de Dios.
Esta transformación es obra de la Gracia, que purifica, eleva, perfecciona al hombre y le hace capaz de gozar de la gloria del cielo.
La Gracia es un don sobrenatural y gratuito que Dios concede a sus criaturas racionales para su salvación eterna, en atención a los méritos de Jesucristo.
La Gracia, don sólo de Dios, es el fruto de la Pasión de Jesucristo, que nos la mereció con su Sangre: Ella fluye de sus llagas como de fuentes inagotables.
b) ¿Qué medios estableció Jesucristo para conferir la Gracia?
Los Sacramentos;
Los medios de santificación debían estar en armonía con la naturaleza de Jesucristo, el santificador, y con la naturaleza del hombre, el santificado.
Entre el Hijo de Dios, hecho visible por su humanidad y el hombre, criatura visible, era menester un medio de unión conforme con la naturaleza de los dos seres unidos, es decir, sensible.
Convenía, pues, que la Gracia fuera dada al hombre mediante señales sensibles: los Sacramentos.
Además, el hombre compuesto de alma y cuerpo, no se eleva a las cosas espirituales sino por imágenes sensibles.
Y Dios satisface con los Sacramentos esta condición de nuestra naturaleza. Estas señales muestran al hombre los maravillosos efectos de la Gracia: tal señal le dice que sus pecados le son perdonados; tal otra, que recibe el Cuerpo de Jesucristo, etc.
“Si fuerais un puro espíritu, dice San Juan Crisóstomo, Dios se hubiera contentado con haceros dones exclusivamente espirituales.
Pero, porque vuestra alma está unida a un cuerpo, os da su Gracia espiritual bajo señales sensibles y corporales”.
Conclusión.
Dios nos ha elevado al orden sobrenatural y nosotros no tenemos libertad para rehusar este honor (Véase No hay más que una religión buena, 3ra. Verdad.)
Pero como no podemos alcanzar nuestro fin sobrenatural sino mediante la Gracia, y ésta no se nos da sino por los Sacramentos, por eso estamos obligados a recibir los Sacramentos que Jesucristo ha confiado a su Iglesia.
No hay duda que sólo Dios es la causa eficiente y principal de la Gracia; pero los Sacramentos son su causa instrumental, y la producen por su propia voluntad, o ex opere operato, en todos aquellos que no le ponen obstáculos.
c) Número de Sacramentos Instituidos por Jesucristo.
Nuestro Señor Jesucristo instituyó siete Sacramentos correspondientes a las necesidades de nuestra vida sobrenatural.
La vida del alma es análoga a la vida del cuerpo: las leyes de la primera corresponden a la de la segunda.
El hombre, en su vida natural, puede ser considerado como ser individual y como ser social.
Como individuo, tiene que nacer, crecer, fortificarse, alimentarse; poder sanar, si cae enfermo; tener, en caso de muerte, todos los auxilios deseables. Como ser social, es necesario que tenga autoridades que le gobiernen, y que la sociedad en que vive se perpetúe a través de los siglos.
Lo mismo acontece en la vida sobrenatural:
1º Como individuo, el hombre nace a la vida de la Gracia por el Bautismo; la fortalece con la Confirmación; la alimenta con la Eucaristía; halla en la Penitencia los medios de curación o de resurrección; en caso de muerte, se le quitan las últimas reliquias del pecado en la Extremaunción.
2º Como ser social, es gobernado por autoridades que le son dadas por el Sacramento del Orden; y la sociedad espiritual, de que es miembro, se perpetúa mediante el sacramento del Matrimonio.
Objeción.
Se dice: Para recibir los Sacramentos hay que dirigirse a los sacerdotes.
Pues bien, yo no quiero que los sacerdotes se entrometan en mis asuntos.
Aunque te disguste, es Dios quien lo quiere y tienes que someterte a los sacerdotes si quieres ir al cielo.
Jesucristo encargó expresamente a sus sacerdotes que intervinieran en los asuntos de los hombres, cuando éstos se refieren al servicio de Dios.
Los fariseos querían ir directamente a Dios sin pasar por Jesucristo.
El Salvador les contestó:
“Nadie llega al Padre sino por Mí”.
Los protestantes y los incrédulos quieren también ir a Jesucristo sin pasar por el sacerdote; y el sacerdote les contesta en nombre de Dios:
“Nadie llega a Cristo sino por mí”.
El sacerdote hace las veces de Jesucristo en la tierra.
El es hombre, como Jesucristo era hombre; y si no es Dios, como Jesucristo, está revestido de la autoridad divina de Jesucristo para salvar a sus hermanos.
He ahí por qué no se puede ir a Jesucristo sino por el sacerdote.
Él es el mediador entre la tierra y el cielo[ Puede verse: Mons. De Segur, La Confesión.].
¿Estamos obligados a tomar parte en el culto de la Iglesia?
Sí; debemos a Dios, como Creador y Soberano Señor de todas las cosas, un culto interno, externo y público, y no podemos cumplir con este deber sino mediante las prácticas del culto católico: la oración, la asistencia a la Santa Misa y a los oficios de la Iglesia.
Pero Dios ama tanto al hombre, que nosotros no le podemos honrar sin que Él inmediatamente no nos prodigue los beneficios de su Gracia. Como consecuencia, las prácticas del culto se identifican con los medios de salvación.
a) Las prácticas del Culto Católico son obligatorias.
La necesidad del culto divino resulta:
1° De la naturaleza del hombre; creado para glorificara Dios, y de la naturaleza de Dios, Ser infinitamente perfecto, se deduce que Dios es acreedor de todos los homenajes de toda criatura inteligente.
2º En diversas épocas, Dios ha determinado, con órdenes positivas, el culto particular que exige del hombre. Debemos a Dios el culto interno, por causa de nuestra alma; el culto externo, por causa de nuestro cuerpo; el culto privado, como individuo y el público, cómo miembros de una sociedad.(Véase, La Religión es necesaria al hombre 3ra. Verdad y siguientes).
Es imposible reunir a los hombres en una mima religión si no están unidos por señales externas, divinamente instituidas.
Mediante las prácticas del Culto Público, los cristianos forman un solo cuerpo religioso: la Iglesia de Jesucristo.
De esta suerte hacen una profesión exterior y pública de su fe y se estimulan mutuamente a la caridad (Naturaleza de la religión 3ra. Verdad.).
Los actos principales del culto privado son: la adoración, el ofrecimiento de sí mismo y la oración.
La adoración consiste en venerar a Dios como Creador de todas las casas; Señor supremo a quien debemos servir con sumisión perfecta a su dominio soberano.
El ofrecimiento de sí mismo consiste en ofrecer a Dios nuestra alma y nuestro cuerpo, y en hacerlo todo para su mayor gloria. El hombre no es dueño de sí mismo; pertenece a Dios y es su servidor.
La oración es una conversación con Dios.
Es una elevación del alma hacia Dios para presentarle muestras alabanzas, nuestras peticiones y todos los sentimientos de nuestro corazón.
El orar, es un deber estricto para el hombre, que debe necesariamente mantener con Dios relaciones conformes a su naturaleza de ser inteligente.
Es también una necesidad imperiosa, puesto que según las leyes ordinarias de la divina Providencia, Dios no concede sus gracias sino a aquellos que se las piden.
Los actos principales del culto externo y social son:
las oraciones públicas, la asistencia a la Santa Misa y a los oficios de la Iglesia.
b) La práctica principal del Culto Católico es el Santo Sacrificio de la Misa.
Sacrificio es la oblación de una cosa exterior y sensible, hecha a Dios por un ministro legítimo, con destrucción, o por lo menos, cambio de la cosa ofrecida, con intención de reconocer el soberano dominio de Dios sobre sodas las criaturas y rendir a su majestad los homenajes que le son debidos.
El sacrificio es la base de toda religión, porque el hombre, criatura de Dios debe rendir homenaje a su Creador; culpable, debe expiar sus pecados en la medida de sus fuerzas.
La obligación de ofrecer sacrificios es, pues, de derecho natural, porque está fundada en el dominio soberano de Dios. Esta obligación es también de derecho divino: Dios mismo la impuso a los hombres.
Según la enseñanza común de los Doctores, basada en las Sagradas Escrituras, nuestras primeros padres aprendieron de labios de Dios mismo la necesidad de ofrecer sacrificios. Son conocidos los sacrificios de Abel, de Caín, de Noé, de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
La revelación primitiva referente a los sacrificios se difundió por todo el mundo con la dispersión de los pueblos. Y, ciertamente, la práctica de ofrecer sacrificios cruentos no podía ser conocida sino por revelación.
Los sacrificios de la antigua Ley no eran agradables a Dios, sino en cuanto eran figuras del sacrificio del Calvario.
El sacrificio de la cruz es el único verdadero sacrificio, porque es el único que tributa a Dios un honor infinito y, por lo tanto, digno de su majestad soberana.
El sacrificio de la Misa es la representación y renovación del sacrificio de la cruz.
Nos aplica las satisfacciones y los méritos de Jesucristo y produce en grado sumo los efectos figurados por los sacrificios del Antiguo Testamento.
Sólo asistiendo a la Santa Misa puede el hombre cumplir con Dios de una manera adecuada, sus grandes deberes de adoración, de acción de gracias, de súplicas y de oración. El hombre que no quiere asistir con las debidas disposiciones a la Santa Misa es peor que los paganos e infieles que, por lo menos, ofrecen sacrificios a Dios.
Conclusión.
La Iglesia es la Enviada de Jesucristo, la Continuadora de su obra, su Encarnación viviente a través de los siglos; estos títulos resumen su historia, sus destinos, sus grandezas, y fijan sus derechos sobre nosotros y nuestros deberes para con Ella.
La Iglesia, depositaria de los poderes de Jesucristo, tiene derecho a nuestra respeto y a nuestra sumisión. La Iglesia, Madre de todos los cristianos, tiene derecho a nuestra gratitud, a nuestro amor y a nuestra devoción.
La Iglesia, imagen fiel de Jesucristo en sus luchas y en sus triunfos; tiene derecho a nuestra confianza.
Credo Sanctam Ecclesiam Catholicam:
Respetuosa sumisión del espíritu a la doctrina de la Iglesia: cuanto ella enseña, es Dios quien lo enseña.
Aceptación firme y total de todos sus dogmas, porque todo está ligado en el edificio de su enseñanza. Mover o echar por tierra una piedra de este Edificio sagrado, sería moverlas o echarlas todas por tierra. Todo o nada, tal es la divisa del hombre consecuente consigo mismo.
Credo Sanctam Ecclesiam catholicam:
Respetuosa obediencia de la voluntad a las leyes de la Iglesia.
Decir: Acepto los mandamientos de Dios, pero no los de la Iglesia, sería una inconsecuencia tan funesta como pueril: Cuando la Iglesia manda, es Dios quien manda. Desobedecer a la Iglesia es desobedecer a Dios mismo: “Quien a vosotros desprecia, a Mí me desprecia”.
Credo Sanctam Ecclesiam Catholicam:
Respetuosa solicitud del corazón en la recepción de los Sacramentos. La Iglesia los administra, pero es Dios quien los confiere.
Es un deber para nosotros el recibirlos, es también una necesidad si queremos llegar a nuestro último fin.
Credo Sanctam Ecclesiam Catholicam:
Mostremos para con la Iglesia una afectuosa gratitud. Amor y devoción a esta Madre que siempre, fiel a su misión, nos engendra para la vida sobrenatural, nos consuela en nuestras penas, nos sostiene en nuestras debilidades y es la única que puede abrirnos un día las puertas del Paraíso.
Amor y devoción eterna a la Iglesia, pero amor y devoción útil, práctica y eficaz. Amor y devoción con palabras que no teman proclamar sus derechos, rechazar la calumnia, estigmatizar la ingratitud.
Amor y devoción con el oro prodigado para subvenir a sus necesidades, hacer frente a sus cargas y permitirle crear escuelas, seminarios y obras apostólicas de todas clases.
Amor y devoción hasta la muerte, si es necesario, por la causa de la Iglesia, que es la causa de Dios.
Credo Sanctam Ecclesiam Catholicam:
Confianza absoluta en la Iglesia. Ella es inmortal, durará hasta el fin del mundo: ¿Qué teméis? La barca de la Iglesia lleva a Jesucristo y sus promesas…
Sean cuáles fueren los peligros de la travesía, no zozobrará: su infalible Piloto nos hará arribar con toda seguridad al puerto.
La Iglesia Católica triunfará de todos los esfuerzos del infierno, porque Jesucristo dijo a sus Apóstoles:
“Yo estoy con vosotros hasta el fin de los siglos”.
El dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella”[ Mt. 16, 18.].
Y de hecho, la Iglesia ha resistido hasta hoy la espada de los tiranos, las persecuciones le los sectarios, los sofismas de los impíos, todos los furores de las pasiones.
La Iglesia es, en la tierra, el Reino de Jesucristo.
Está en la tierra, pero viene del cielo: Non est de hoc mundo,(No es de este mundo).
Nada puede compararse con su incontrastable vigor, porque Jesús la dicho:
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
Lo que Jesús ha predicho, eso será…
Las puertas del infierno no prevalecerán: Non praevalebunt.
La Iglesia subsistirá, a pesar de los esfuerzos del demonio para destruirla.
Las instituciones humanas se mudan y desaparecen: la Iglesia de Jesucristo está siempre en pie, siempre la misma.
Lo que el hombre ha erigido, puede destruirlo.
Pero ni el tiempo ni los hombres han podido, ni podrán jamás, destruir la Iglesia Católica, porque es obra de Dios.
En los primeros tiempos del Cristianismo un procónsul escribía a Trajano:
“Dentro de poco, esta secta será ahogada y no se oirá hablar más del Dios crucificado”.
¡Y Trajano murió, y el Dios crucificado reina todavía en el mundo!
Tres siglos más tarde, Juliano el Apóstata se gloria de preparar el ataúd del Galileo.
¡Y Juliano murió, y el Galileo y su Iglesia viven todavía.
En el siglo XVI, Lutero hablaba del Papado como de una antigualla que iba a desaparecer.
“¡Oh, Papa -decía- yo seré tu destrucción!”.
Y hace más de trescientos años que Lutero ha muerto, pero el Papado vive todavía.
En el siglo XVIII, el infame Voltaire escribía a uno de sus amigos:
“Quiero hacer ver que basta un solo hombre para destruir la religión Católica:
dentro de veinte años se verá”.
Y veinte años después, día tras día, Voltaire moría en la más espantosa desesperación, como un condenado, y la Iglesia vive todavía, triunfando de los siglos y desplegando su bandera, en la cual el dedo de Dios ha escrito estas palabras:
“¡Las puertas del infierno no podrán contra Ella!”.
Las persecuciones prueban la divinidad de la Iglesia.
Nuestro Señor ha predicho estas persecuciones:
Decía Él a sus Apóstoles: “Así como me han perseguido a Mí, os perseguirán también a vosotros,…
Pero tened confianza, Yo he vencido al mundo”: Confidite, ego vinci mundum”.
Sí; tengamos confianza:
Satanás no prevalecerá: Non praevalebunt.
El pasado nos abona el porvenir: los perseguidores pasaron, ya son difuntos:
defuncti sunt!, pasan, y la Iglesia queda. Stat crux dum volvitur orbis!
Sí; las promesas divinas nos autorizan a mirar el porvenir sin temor:
La Iglesia puede ser perseguida como su divino Fundador.
¿No es acaso Iglesia militante?
Pueden apartarse de ella naciones enteras y perder la fe; pero lo que pierde por una parte, la Providencia se lo devuelve por otra, y con creces.
La Iglesia queda siempre victoriosa: Portae inferi non praevalebunt!.
Y si no, ¿qué sucede en el día de hoy?
Mientras la persecución citada por las sectas masónicas se ha desencadenado en todas partes contra Ella, la Iglesia Católica ve cómo se fortalecen los lazos de unidad indestructible: la voz del Papa es escuchada con más veneración y amor que nunca por los pastores y los fieles.
El Evangelio extiende sus conquistas por todo el mundo.
La obra de las misiones ha recibido, en nuestros tiempos, nuevo y poderoso impulso. Aquí están los Anales de la Propagación de la Fe para testificar maravillas del apostolado contemporáneo.
Por otra parte, los sufrimientos de la Iglesia son un motivo más para asegurar su triunfo en lo porvenir; la Iglesia es la viva imagen de Jesucristo.
Y el Salvador tuvo que pasar por la agonía de Getsemaní, pero era para llegar a la gloria de su resurrección: Oportuit pati Christum et ita intrare in gloriam.
La vida de la Iglesia será, pues, en lo porvenir, como en lo pasado una perpetua alternativa de combates y de triunfos, hasta que brille el día en que, abandonando por fin la arena, testigo de tantas luchas gloriosas, introduzca a los últimos elegidos en la celestial Jerusalén.
En ese gran día de gloria y de regocijo,
¿estaremos nosotros entre los hijos de la Iglesia triunfante?
Sí, con tal que durante esta breve peregrinación hayamos permanecido fieles a la Iglesia, nuestra Madre, por la fe, y por las obras; sí, con tal que podamos decir con el Apóstol San Pablo:
“He peleado el buen combate, he terminado mi carrera, no me queda más que recibir del justo Juez el premio que tiene prometido”. Amén.
Si necesita saber más sobre la Masonería vea:
MASONERÍA.
Apéndice 2° parte: ¿Por qué somos Católicos? Mediados de Julio.
La Iglesia Católica ha dado muchos santos, que con su ejemplo de vida nos han demostrado cómo debemos comportarnos para ir al Cielo.
Frases y Dichos
Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo, cuando veas un hombre malo, examínate a tí mismo. (Confusio)Serás un triunfador cuando actúes por convicción y no por adulación. (Anómimo)
La santidad no es un privilegio para algunos, sino un obligación para todos, para usted y para mí.(Beata Teresa de Calcuta)
No te fíes de la máscara de quién te muestra el rostro demasiado descubierto. (F. Pannti)
La autoridad tiene ladrones peligrosos cuando los jueces roban entre ellos. (L. King)
El amor es tan solo una posada en la mitad de la vida. (Antoine Exupery)
La belleza sin gracia, es un anzuelo sin cebo. (Ninón de Lenclos)
la iglesia catolica tambien ha cometido errores en la historia y seria bueno recordarlas.
ResponderEliminarMenudo tema te metiste, te felicito, yo tengo el libro y falta este capitulo. saludos ramiro de Colombia.
ResponderEliminarLos comentarios anteriores se agradecen pero se esconden para que no los reconozcan.
ResponderEliminarExelente tema muy bien explicado que me ha hecho conocer la gran mentira de los masones,
Este Blog me ha despejado un grsan aprendizaje por la variedad de temas que aborda y me siento feliz por ello, bien , bien.